domingo, 22 de junio de 2008

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Me voy unos días fuera y sin. El "sin" incluye, entre otros, sin internet, así que de este particular Calendario habréis de borrar las fechas que faltan hasta julio, que no son muchas. Un abrazo a todos.

sábado, 21 de junio de 2008

El espíritu del bosque


Antes que nada el hayedo se nos presenta como el bosque accesible. Si miramos abajo, el suelo aparece limpio de cualquier maleza (excepto quizás el helecho indestructible) que pueda entorpecer la lectura de esa caligrafía gótica con la que escriben las hayas, de modo que uno enseguida acepta la invitación y se anima a caminar entre sus troncos (y a veces sobre ellos). Si miramos arriba vemos como las hayas unen sus manos sobre nuestras cabezas y dejan pasar a penas unos hilos de luz con los que mueven las marionetas de las sombras. Pero si miramos al frente, por entre el laberinto verde, nos va ganando la certeza de que algo ocurre a nuestras espaldas, algo ligeramente más rápido que el giro de nuestro cuello, y notamos también que el silencio es excesivo, como de respiración contenida. Empezamos a no saber qué pensar ni cómo hacerlo.
Acuden entonces enseguida, convocados por un “pásalo” instantáneo, duendes, elfos, gnomos, xanas y busgosus, con la cara verde y los líquenes colgándoles de las orejas puntiagudas. Si echo mano del buen criterio que me caracteriza diré que no son más que los habitantes de ese otro bosque metafórico que forman los cuentos y las leyendas que poblaron ciertos libros de la infancia y ciertas películas de una adolescencia prolongada. Pero la pregunta es ¿cómo y desde dónde llegaron a los cuentos? Y sobre todo, ¿por qué en todas las culturas estos seres intermedios, evasivos y poco de fiar existen con diferentes nombres pero idénticas cualidades?

Aunque son una caterva de tramposos, con mi pensamiento racional y unívoco puedo ponerlos en franca retirada: nuestros miedos son todos ancestrales y provienen de una misma selva en la que nos criamos. Dar a esos miedos forma, cara y nombre es una manera de empezar a negociar con ellos algún compromiso temporal de no agresión. Son por tanto un producto de nuestra imaginación práctica. Respiro con alivio. A menos que nuestra imaginación sea un producto suyo y de sus ganas de hacer que todo parezca lo que no es y sea lo que no parece. La duda persiste.


Busco entonces la prueba fehaciente. Reviso a conciencia cada una de las imágenes que mi cámara registró pues ella carece de prejuicios racionales, tiene un alma digital y no es nada sospechosa de caer en analogías vanas. Me detengo en la foto de una pluma que llamó mi atención, delicadamente dispuesta sobre la rama apretada de líquenes y musgos. La pluma con la que se vuela y se escribe. Y al fondo distingo entonces el rostro de mi imaginación. Creo que sonríe.

miércoles, 18 de junio de 2008

El Privilegio


Al poco de empezar a subir el Puerto Ventana llegarás a Páramo y desde allí, si tomas un desvío a la derecha acabarás en La Focella, una aldea perezosamente recostada en el hueco que le hacen las montañas de Teverga. Una vez aquí, aunque hay cartel indicador, lo mejor es ir al encuentro de alguno de sus escasos habitantes y oír de su boca el itinerario que te llevará a través del bosque de La Firvienza y la cascada del Xiblo hasta la braña de Las Navariegas. Repetirás interiormente tales nombres y estarás anticipando el disfrute del camino.

Nada más salir del pueblo se vislumbra al otro lado del valle la aldea de Villa de Sub, que con Páramo y La Focella conforman la comarca del Privilegio. Aquí tuvo lugar una de esas historias de traiciones feudales, delaciones y castigos ejemplares, con mazmorra y expropiación incluidas, que al cabo de los años se descubren falsas y en compensación uno de aquellos barbudos con corona, Bermudo III, concede a sus vasallos el Real Privilegio de poder disfrutar de libre albedrío, habitar donde mejor quisiesen sin pagar a nadie sobre la tierra, feudo ni tributo alguno, sino solo a Dios Nuestro Señor. De tal suerte que la hidalguía se extiende entre arrieros, pastores y vaqueiros de la zona, quedando así la nobleza tan bien repartida que ni siquiera quedaba a quién exigir vasallaje.

Barro, fuentes, mirlos, puentes, verdor desbocado que borra las márgenes del camino, te dejarán de pronto dentro del hayedo que como una campana te envolverá en su silencio tenso, agazapado. En el bosque de hayas cada árbol tiene personalidad propia y encierra su propia sorpresa, pero de eso diremos algo mañana o tal vez pasado.

En busca de la cascada del Xiblo (silbido) que rompe el arroyo de La Verde, saldréis del bosque, pero puede ser que no se os franquee el pasadizo a través de la espesura o que no sepáis encontrarlo, que para el caso es lo mismo. Nosotros solo pudimos contemplarla desde lo alto del barranco, inaccesible y salvaje, demorándose como un latigazo blanco que no termina nunca de completar su silbido.




Como excepción a la norma de este blog, en esta ocasión fue mi amable acompañante quien apretó certeramente el botón. Yo esta vez me limité a formar parte del paisaje. Ese fue mi privilegio.

lunes, 16 de junio de 2008

Xixón in red


Fue esta noche pasada una noche larga, muy larga, en Gijón. Tan larga que al amanecer la madrugada se cubrió de nubes como pidiendo disculpas por su irrupción intempestiva. Supongo que algún periodista hiperbólico (perdón por la redundancia) habrá dicho ya en alguna parte que esta noche tan larga ha durado en realidad diez años, los que sufrió el Sporting en ese llamado “infierno de Segunda”, y esto último no es hiperbólico porque, francamente, estar en el infierno y que encima sea un infierno de segunda es de lo peor que le puede pasar a uno.
Ante la magnitud de las celebraciones, la primera reflexión es inevitable: el número de participantes en las mismas no guarda proporción alguna con el número de aficionados reales al evento celebrado: o bien los sportinguistas son de suyo gente tímida que hasta ayer escondían su pasión en el cuarto de estar y con sordina, o bien los clarines de la victoria aún tienen el poder de movilizar las huestes algo adormecidas por las torpes tareas de la supervivencia cotidiana. Yo creo que hay algo que nos gusta casi tanto como apedrear al derrotado y es participar en los desfiles de los vencedores. En ambos casos se afloja el nudo de las prohibiciones que nos atan y en esa permisividad que suspende el temor al reproche y al ridículo llegamos a creer que si todo está permitido, cualquier cosa será posible.
Pero de todos modos, qué coño, ¿a quién no le gusta sentirse ciudadano de primera, y más en una Comunidad de segunda como la nuestra? Porque si bien la primera división puede ser también un infierno, será siempre el infierno de los ricos y sus llamas, aunque queman, lo hacen con el dulce glamour del flambeado.
Total, que todos necesitamos ver de vez en cuando la botella medio llena, aunque para ello deba uno habérsela vaciado previamente.

Y conste que yo tengo un pijama rojiblanco.

viernes, 13 de junio de 2008

Partitura encontrada en la arena

Los dedos del viento surcan como agujas la piel de vinilo de la playa. Yo trato de imaginar la melodía e intento seguir el sentido de unas líneas que son las de una mano hecha con el polvo vivo de los siglos. Procuro que mi huella se confunda en su epidermis si acaso como un leve contrapunto. En vano. Canta demasiado. Y si borro mi pisada, borro el surco. Huyo entonces a lo largo de la playa, cada vez más agotado, perseguido por un rastro que en constante aceleración se fosiliza.

miércoles, 11 de junio de 2008

Xixón in blue

Para aquel que no lo sepa el rojo es el color corporativo de la ciudad de Gijón. Rojo sobre blanco en su escudo, rojo sobre blanco en su equipo de fútbol, en todos los membretes, en los puestos de helados…En Oviedo sucede más o menos lo mismo, pero en azul. La dicotomía está servida: rojo-azul, periferia-capital, industria-servicios, izquierda-derecha, tigres-leones. Por eso un rincón azul en Gijón suscita un cierto recelo, una sospecha de enemigo infiltrado.

Todo un poco primario. Una de las primeras formas de autoafirmación de los niños es la adopción de un color favorito. Además ya se sabe, identificarse con los colores es fundamental para alcanzar la victoria. Por si fuera poco, ayuda a tomar decisiones en caso de duda y a que los demás sepan a qué atenerse respecto a uno mismo en cualquier situación.

Aunque el ser humano puede distinguir una amplia gama de colores, sufrimos una presión constante para percibir un único color, lo que termina por ser equivalente a no ver color alguno. Sin embargo, la capacidad para diferenciar va tan unida a nuestro instinto de supervivencia que por mucho que nos sometan a la dieta del monocromatismo, enseguida comenzamos a distinguir una variedad casi infinita de tonos dentro de un mismo color. Así sucede a los esquimales, cuyo habitat polar de blancos continuos les ha llevado a percibir innumerables blancos y a designar una palabra para cada uno de ellos. Nosotros mismos, a poco que detengamos la mirada, veremos surgir la distinguida progenie del azul: índigo, prusia, cobalto, ultramar, turquesa, celeste, azafata, zafiro…Pero acto seguido, ¿cómo no afirmar la primacía autoevidente del azul ultramar y la despreciable calaña del celeste, ese tono despreciable?

lunes, 9 de junio de 2008

Marcos incomparables


¿Es hoy el arte algo más que la pura intención artística? ¿Tiene un sustrato material y reconocible o es solo alguna clase de proyecto pendiente de certificación funcionarial? Arte, ¿dónde encontrarte? Si cualquier cosa puede ser arte, ¿hay algo que no lo sea? ¿Es el arte precisamente aquello que elude ser limitado por un concepto? ¿Acaso no es esto ya un concepto? ¿Será necesario que desaparezca el ARTE para poder disfrutar del arte?

viernes, 6 de junio de 2008

Buscando suelo firme


Supongo que si puedo vivir en un castillo sostenido sobre los pilares de la brisa, puedo también descender al sótano excavado en las corrientes del océano.

miércoles, 4 de junio de 2008

Superficie refractaria

Decidí seguir el sabio consejo que Pedro Ojeda me dejó en mi anterior entrada y abandoné la esquina de las utopías clausuradas para acodarme en la baranda luminosa y contemplar largamente el mar. Pero las cosas no siempre son tan fáciles. Desde el muro lo primero que detecté fue, de nuevo, una falta de correspondencia entre lo que es y lo que debería ser: allí donde la balaustrada discurría recta y uniforme hacia la arena, hundiéndose en ella como un estoque, su sombra proyectada decidía desmarcarse de su obligación y alterar la trayectoria forzando un ángulo leve pero absurdo. ¿Quién me estaba mintiendo esta vez? ¿la barandilla, su sombra, un rayo díscolo de sol, mi propia percepción alucinada? Pensando pensando, pensé que del mismo modo que la refracción de la luz quiebra la cucharilla dentro del vaso de agua, tal vez existiera también un fenómeno de refracción de la sombra capaz de romper la barandilla hundida en ese cuenco de arena que es la playa. Vamos, una especie de refracción freudiana que devolvería el reverso de la luz rebotado del subsuelo. A continuación me fue imposible evitar la ensoñación de otra playa, otro mar y otra ciudad cabeza abajo, ramificándose a partir del esqueje de esa barandilla.
Me fui de allí un poco confuso pero al mismo tiempo convencido de que todo aquello no tenía el más mínimo sentido. Aunque no logro apartar la idea de que algo en común han de tener ambas refracciones, del mismo modo que hay verdades y mentiras que se alternan con solo atravesar una frontera cualquiera.
Y a todo esto, entre una cosa y otra, abandoné la barandilla sin haber visto tan siquiera si el mar seguía donde debía.

lunes, 2 de junio de 2008

La esquina futura


Una vez oí decir a alguien que un ladrón es simplemente una persona que encuentra tus cosas antes de que las pierdas. Celebré la ocurrencia y acto seguido la olvidé. O eso creía yo. Hasta que la semana pasada leí que investigadores de cierta universidad americana, expertos en el uso del polígrafo, han llegado a la conclusión de que cuando los estudiantes mienten acerca de sus calificaciones, no experimentan apenas ansiedad ni nerviosismo porque en realidad están expresando sus aspiraciones, su proyección personal de acuerdo a la consideración que tienen de si mismos. Es decir, que sus mentiras vienen a ser una especie de verdades futuras.

Yo sabía que a menudo unas mentiras actuales se convierten en verdades retroactivas, y no hay más que echar un vistazo a la Historia oficial de cualquier época o a la ideología de cualquier nacionalismo. Pero lo de la falsedad con vocación predictiva me sorprendió bastante, fuera, claro está, del ámbito de las campañas electorales. Aunque me sirvió, eso sí, para comprender la pétrea cara de póquer de las echadoras de cartas. Es esta una técnica peligrosa porque si resulta que el que roba, encuentra, y el que miente, predice, entonces el asesino no es más que un pobre diablo (o un diablo pobre) que se limita a anticipar lo más inevitable de todo.

Pese a todo, lo cierto es que mentir, robar y matar siguen siendo actividades que no están bien vistas. Tal vez la razón esté precisamente en ese carácter de violación temporal que comportan. Porque ya se sabe que el tiempo es nuestro bien más preciado y no me refiero al tiempo cuantitativo (que también) sino sobre todo al tiempo sucesivo, el tiempo como proceso, el tempo del tiempo. Esa dislocación temporal, ese poner el carro delante de los bueyes, como decimos por aquí, es también el fundamento de esos delitos de última generación como los que atentan contra el medio ambiente (alterando los ciclos de renovación de la vida), o contra la seguridad vial (pretendiendo llegar antes de haber salido), o por ejemplo, el que cometemos contra nuestro propio cuerpo negándole el derecho a envejecer dignamente.

En los viejos sueños utópicos la sucesión temporal quedaba suspendida cuando no directamente abolida: era el fin de la historia, el fin de la propiedad, el fin de la mentira. Su fuerza se basaba en el advenimiento inmediato del futuro, esa maldita zanahoria. Pero hoy preferimos mantener el tu a tu con el destino, sin intermediarios, porque si nos dejan acabaremos perdiendo nosotros solos la cartera, sí, pero también se cumplirán todos nuestros sueños y todas las pesadillas que quepan en una vida. Y terminaremos por dar alcance a nuestro asesino. Le miraremos cara a cara y sin mover ni una pestaña, trataremos de venderle una de nuestras verdades futuras.






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