lunes, 29 de septiembre de 2008

Gente corriente

Viana do Castelo

La tarde del domingo es un tiempo propicio para el encuentro de las soledades, esas soledades hechas de costumbre y acidez, nada heroicas, soledades ocultas en salas de estar donde estar es ya la única manera posible de ser. Así, nuestro cuerpo de plástico y nuestra alma catódica se miran sin nada que decirse. La casualidad ha querido que él tenga forma de mujer y ella rostro de hombre. Uno vive en un cuarto piso y el otro en un segundo, también sin ascensor. Habitan ciudades y fechas diferentes, pero a través de mí han llegado a conocerse. Ella anda siempre pendiente de la corriente que la empujará al vacío. El teme al apagón de la tormenta, pero aún más a la subida de tensión que devuelve la corriente. La meteorología los une y saben que una corriente, de aire o de electricidad, que más da, los arrastrará sin remisión. Con sus miedos se aman. A su manera. Sentado en un sofá, un domingo por la tarde, ante una taza de té frío, siento como mi cuerpo de plástico y mi alma catódica se toman finalmente de la mano, con las rodillas juntas y la mirada perdida en la ventana abierta y sin visillos.

Coimbra

jueves, 25 de septiembre de 2008

Pero no todos jugaban al fútbol

Mirador de El Sitio - Nazaré

No pensábamos llegar tan lejos, pero al final nos decidimos.
Era lunes, pero allí resultó ser día festivo.
Había mujeres mayores que vestían como hace cien años, pero alquilaban habitaciones en varios idiomas y llevaban prendida la autorización municipal.
Las calles del barrio pescador estaban trazadas en cuadrículas perfectas, pero aún así logramos perdernos sin esfuerzo.
Buscamos la calle que condujera a la plaza del pueblo, pero la calle era un vagón que ascendía por raíles un acantilado.
En la plaza había una banda de música, pero jugaban un partido de fútbol a chaqueta quitada en medio de gran expectación.
Entramos en la iglesia suponiéndole el silencio y algo de frescor, pero encontramos oraciones dichas en voz alta y el calor que desprendían tantas heridas invisibles.
La banda de música empezó a tocar, pero tocaba rithm & blues a una velocidad del demonio y los lugareños escuchaban inmóviles y atentos, con el máximo respeto.
Nos dimos un baño en las frías aguas del Atlántico, pero eran cálidas y tranquilas como las de un mar interior.
Ya con la noche bien entrada nos fuimos de Nazaré, pero no del todo.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Cortina de agua

Torreira- Ría de Aveiro


Los viajes no siempre salen como uno sueña ni como uno se imagina. A veces ni siquiera se ajustan a una mínima planificación. Por ejemplo, llego una tarde a la apacible ciudad de Aveiro, con sol, agradables temperaturas y ese lento latido que le infunden sus canales y una apenas mediana ocupación hotelera. Proliferan las flores en los maceteros que coronan los puentes, y las bicicletas circulan sin esfuerzo por los carriles llanos y despejados que nos conducen a esas plácidas placitas donde nos aguardan rubias las cervezas. Las predicciones auguran lluvias, sí, pero siempre para pasado mañana. Al día siguiente recorreré sin prisas la ría de Aveiro, sus muelles y sus dunas, y comeré arroz con marisco a mi salud y sin remordimientos. Pero el día siguiente amanece con vientos revientapersianas y antes de las diez estalla la galerna del Atlántico, dura y sin concesiones. Hacemos como si no. El coche atraviesa la cortina de agua con las luces encendidas. A veces es difícil saber si estamos dentro o fuera de la ría. En el muelle de Torreira nos detenemos. Oímos afuera las voces de los marineros que agazapados en el zaguán de la cofradía se ríen de su suerte. Nosotros estamos casi decididos a reclamar a las autoridades municipales o meteorológicas, pero finalmente desistimos porque, aun formando una cadena, siendo como somos solo tres, nunca alcanzaríamos la acera opuesta sin soltarnos de la carrocería. Más tarde, en mitad del temporal, un golpe de fortuna. Logramos aparcar justo delante de un restaurante. Cuando llega el arroz con marisco, contemplamos la resignación de nuestros rostros reflejarse entre los tronquitos de sucedáneo de cangrejo que flotan en el caldo en cuyas profundidades, tal vez, se oculte un arroz.


De vuelta en el hotel a media tarde, observamos de pronto cómo la tempestad se aleja por el sur. Tardamos en salir. Ahora somos turistas desconfiados, miramos con recelo algunos claros que empiezan a abrirse por el norte. Con el ánimo callado vemos las flores de los maceteros flotando en los canales. Tienen la belleza del caído, la poética ironía de los exiliados de esa patria sin fin que fue el verano. Al pasar junto a un spa, miramos con envidia como, al otro lado de la cristalera, los cuerpos entran y salen de la piscina entre vapores, con movimientos lentos y alargando mucho los pasos sin apenas tocar el suelo. ¿Acaso supieron ellos también de la tormenta? ¿no se nutrirá su piscina precisamente de las crecidas que arrastran la fe de los turistas entre los cañaverales?


Días después, de nuevo en casa, retomo los periódicos y cuando leo las noticias de la crisis llego a pensar que están hablando veladamente de cierta jornada frustrada de mi viaje. No descarto que la tormenta me haya vuelto un poco paranóico.


viernes, 19 de septiembre de 2008

Sonrisa con historia

Praça de Sao Tiago - Guimaraes
Portugal, como todos los reinos, nació de una traición: un hijo que se rebela contra su madre para acelerar la Historia, una ambición que el éxito convierte en heroicidad. En Guimaraes se alza el castillo donde según la tradición nació el nuevo rey, Afonso Henriques, castillo hoy convertido en atalaya de turistas a falta de otros enemigos más dignos. Sus sillares guardan, exhaustos, ese clásico hermetismo de granito. Solo nuestra imaginación lo puebla de falsas escenas sacadas de alguna película de Errol Flynn, y como él, de un salto felino, nos colamos en la ciudad medieval que se despliega por debajo, desde la Rua de Santa Maria hasta el Largo da Oliveira, pulcra como una maqueta. Sin atisbo de vergüenza metemos la cabeza, por riguroso turno, en el óvalo recortado en el guerrero de cartón y nos hacemos la foto, con nuestra sonrisa de actores mal pagados. Callejones, torres, arcos, pasadizos. Nos gusta saber que hubo un antes y que no todo se perdió. Somos turistas, estamos de paso y se nos permite ser ingenuos. Solo nos saca del hechizo la cabeza de un cerdo que comemos en un modesto bar extramuros, cocinada sin sobresaltos ni tiempos de receta. Aún en plena digestión, volvemos sobre nuestros pasos para seguir camino hacia otras tierras. Pero antes de abandonar la plaza de Sao Tiago, vuelvo la vista atrás para una última foto. Una dulce doncella vuelve también su rostro hacia mí y, contra todo pronóstico, no deshace su sonrisa, la mantiene franca y limpia durante unos segundos de eterno presente que convierten toda la Historia en un puro decorado de papel pintado. Un instante después, gira de nuevo su rostro y me olvida en el acto. También yo mismo, para ella, soy ya historia.

martes, 16 de septiembre de 2008

Viaje soñado

A Estaçao Nova - Coimbra


Para detener el tiempo no hay mejor laboratorio que una sala de espera. Allí la sal de los minutos se va añadiendo en dosis crecientes al agua turbia que vierten los ventanales, hasta que la solución se adensa lo suficiente como para sostener nuestro cuerpo en la ingravidez del duermevela. Si además se trata de la sala de espera de una estación, ese espacio donde no logran arraigar ni los pasos ni nuestros pesados culos, entonces el efecto suspensivo se completa y a partir de ese momento ya nada es lo que debe: ella parece que duerme cuando en realidad está viajando porque qué otra cosa es viajar sino soñar con la cabeza apoyada en una maleta. Yo en cambio parezco viajar cuando la verdad es que estoy soñando pues qué otra cosa es soñar sino viajar a ese lugar que parece ajeno pero es el más íntimo posible porque secretamente lo estamos buscando siempre, el que se resume en ese instante que añadir a nuestro desvencijado calendario.


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