jueves, 30 de abril de 2009

Foto finish


La verdad es que ni siquiera debí haber tomado la salida. Si Aquiles, atleta de reconocida fama y prestigio, todavía hoy sigue tratando de dar alcance a la exasperante tortuga, ¿cómo pude pensar yo en vencer a un perro joven y animoso como Rex? Nada más arrancar ya supe que tenía la carrera perdida. Entre las zancadas quinta y sexta logré recortar un poco las diferencias, circunstancia que aproveché para el disparo, pero antes de los 50 metros ya me sacaba varios cuerpos de ventaja. Y cuando digo varios quiero decir demasiados para ser contados. Una vez en casa, recuperado el resuello, que no el orgullo, analicé la imagen para ver si me era posible descubrir en ella algún indicio de la causa del desastre. Fue en una de las versiones en blanco y negro donde di con la radiografía perfecta. El perro no corre, se desliza con el “prao”, llevado en volandas por la hierba, igual que un delfín sobre la superficie del océano. Yo en cambio hice mi carrera por el camino de grava y tierra apisonada que discurría paralelo, más o menos con la misma gracilidad de un escalador pertrechado de mosquetones y arneses contra la pared de una montaña horizontal. No fue una competición justa, pero el no tuvo la culpa. Simplemente jugamos en ligas diferentes. Por eso aprecio aún más la paciencia que muestra conmigo. Solo una vez estuvo inquieto esa tarde: cuando me tumbé para aprovechar mejor un rayo de sol entre las nubes. Antes de cinco minutos caía el chaparrón, inesperado solo para mí.


lunes, 27 de abril de 2009

Ventanas en Cimadevilla



Si quieres acercarte para imaginar mejor, para adivinar lo que hay al otro lado, detrás de las ventanas, llama con un clic, pero no esperes que se abra. Como si fuera un juego, o un concurso de participa y gana, dime cuál prefieres: la ventana en el suelo, la ventana sellada, la ventana de sombra y sol, o la ventana abarrotada de esperanza inesperada. Elige mientras aún es de día, y regresa cuando caiga la noche. Sierra entonces los barrotes, retira la tabla, levanta la trampilla o practica, si fuera necesario, un boquete en la fachada. Después entra, estás en tu casa. Pero antes detente un instante, el preciso para que salgan los fantasmas. Y escucha sus historias, si tienen a bien contarlas, de legiones romanas, pestes medievales, móviles murallas, pesadillas de corsarios, aceite de ballenas, artillerías heróicas y algaradas alcohólicas de fines de semana. Escucha y no olvides que son los fantasmas grandes inventores de lamentos. Cuando hayan terminado, entra al fin, y para no tropezar acuérdate de levantar el largo faldón de tu hábito de sábanas.
(Cimadevilla es el barrio antiguo de Gijón, laberíntico y húmedo como deben ser los barrios antiguos)

jueves, 23 de abril de 2009

Bosquejo

La Biescona, Colunga (Asturias)

Hoy, día del libro, me apetece hablar del bosque. Es un bosque que desciende por un valle estrechísimo, tapizando un cauce por el que solo en raras ocasiones asoma un hilo de agua huido de la corriente subterránea. Al principio, en su parte alta, el bosque se aparece bajo la forma del hayedo, desnudo todavía y perezoso bajo el embozo del musgo. Delfino, el maestro de mi hijo, ha querido que le acompañemos en el paseo (o ha querido acompañarnos, que no lo tengo claro) y aprovecha para enseñarnos a leer, apenas las primeras letras: empezamos por distinguir en cada tallo incipiente el árbol con nombre y apellidos que aspira a ser un día, y después aprendemos a entender el ansia de luz del haya centenaria y su explosión de ramas, también a poner fecha a los cadáveres caídos en medio del camino a manos de los sucesivos temporales, a elegir la piedra que hay que levantar para sorprender a la incauta salamandra, o a descubrir dónde holla el gamo y dónde hoza el jabalí. En seguida, a fuerza de observar no podemos evitar el sentirnos observados. Y ya no estamos solos. Todo son señales, todo inminencias sutiles. Detrás de un farallón calcáreo, el hayedo se transforma en bosque de ribera: olmos, arces y avellanos con sus verdes chillones de raitanes y mirlos y un camino de agua que corre y de barro que detiene, nos llevan a divisar allá a lo lejos, y a la vez tan cerca, el mar, una pizarra vacía para la clase de mañana. Me habría gustado traer imágenes de todo esto, un cuaderno de campo con anotaciones en los márgenes, prueba de que soy alumno aplicado y de que hoy es el día del libro. Pero la cámara anduvo algo despistada. Ella habla otro lenguaje, no atiende bien a los detalles y siempre el bosque termina por quedársele en bosquejo.


lunes, 20 de abril de 2009

Abrigo

Playa de Luanco, Asturias
Quedó atrás el horizonte y los márgenes se estrechan. Saltar o adelgazar. El sol muestra un atisbo de tibieza. Quizás ahora, tal vez éste sea el momento. Pero cuesta tanto desprenderse del abrigo, de su cálida cuadrícula…

jueves, 16 de abril de 2009

Fase embrionaria

Playa de los Cristales - Gozón (Asturias)
Está viniendo este año una buena primavera. Una medida de lluvia y otra de sol forman el cóctel diario, removido y no agitado, que ingiere la tierra dócilmente, como una enferma en franca recuperación. También mi piedra ha germinado. Después de algunos siglos limando sus aristas, hace una semana comenzó a desarrollar un tenue dibujo arborescente que hoy es ya un sistema arterial en toda regla, por el que fluye un plasma que aún no he podido analizar. Si te quedas mirándola un buen rato casi puedes apreciar su palpitar incipiente. No me atrevo a consultar la tabla de mareas. Sé que en la siguiente alineación lunar la piedra partirá. Viviré desde ese momento pendiente de la próxima marea viva y del regreso de mi piedra con las grandes pleamares. Pero, ¿seré capaz de reconocerla para entonces?

lunes, 13 de abril de 2009

Arquitectura volátil


Una ligera brisa empezó a mover las cortinas. La luz que llenaba la sala redonda, hasta entonces compacta y uniforme, se deshizo en delicadas irisaciones que daban al aire de la estancia una calidad casi submarina. Poco a poco la brisa se fue endureciendo y las cortinas se tensaban, unas veces hacia fuera y otras hacia dentro, como las telas de un barco que abandona la calma. Un escalofrío en la base de la espalda me hizo levantar para cerrar las ventanas. Recordé entonces que nunca habíamos tenido ventanas: un capricho del arquitecto. Sin tiempo para lamentarlo el viento arreció y una ráfaga atravesó el cuarto y se llevó con ella volando todas las cortinas. Las vi alejarse en jirones, como papeles rotos. Pude ver también, agarrado firmemente al suelo, que afuera discurrían millones de desplazamientos por carretera, miles de procesiones, cientos de fallecidos en terremotos, y no llegaban a una decena los afectados por cierto cambio en el gobierno. Y todos ellos movidos por el mismo viento que había desgarrado mis cortinas. Suerte que mis cimientos eran flexibles y por tanto resistentes. Entonces una sombra repentina cayó sobre la tarde y el viento cesó en favor de un aliento húmedo y cálido. La lengua de “Cordera”, la vaca que desde hacía una semana pacía paciente por el “prau”, abrazó con decisión un manojo de tallos, y ya no recuerdo más.

jueves, 9 de abril de 2009

Ejercicio matinal

Gijón, hacia la plaza del Ayuntamiento

…12, 11, 10, 9…con la mano izquierda agarro firmemente la horquilla en cuyo centro se encuentra, como siempre, el objetivo…8, 7, 6…con la mano derecha tiro de las gomas, sujetando el proyectil de la mirada con moderada presión, sin apretar a fondo todavía…5, 4, 3…y voy aumentando la tensión de la goma, estirando con cada segundo la sombra hasta su límite…2, 1, 0…y disparo y la goma cae y se deshace, mientras el corredor se funde en el mismo centro del blanco.
Recojo el tirachinas, lo guardo, y vuelvo de espaldas a la luz sobre mis pasos, pero la mirada tarda en regresar, en adaptarse a la penumbra que todavía envuelve el mundo de este lado.

lunes, 6 de abril de 2009

Juguete magnético


En cuanto aprendí a caminar (creo que incluso antes) empecé a dirigir los paseos de mis padres hacia aquellos lugares donde se excavaban cimientos, se abrían zanjas o se removían materiales de cualquier clase. Y es que ya entonces experimentaba yo una atracción irresistible por la maquinaria pesada. Después, a medida que me fui haciendo mayor, amplié mi afición a otro tipo de artefactos. Pero todavía hoy es ver una pala excavadora y quedarme embobado admirando sus articulaciones hidráulicas, su capacidad sobrehumana tanto para la construcción como para el derribo. Por suerte, desde hace algún tiempo vengo observando una gran proliferación de fotos de excavadoras hasta el punto de que se han convertido casi en un icono, y ahora me siento menos raro. Los comentarios acerca de estas fotos hablan casi siempre de una cierta cualidad amenazante, de la animalidad latente en sus fauces abiertas, en su descanso alerta. Y lo cierto es que a menudo estas máquinas son lo único vivo en los yermos de las ciudades y en las playas desoladas. Ayer, no sé por qué, fui a una de estas playas. Apareció de pronto, como una encarnación del acantilado. Y en un instante desenrolló su imán, con la irresistible atracción de siempre. Me acerqué a ella sin tiempo para pensar, abriendo el angular del zoom cada vez más hasta que traspasé, para siempre, la distancia mínima de enfoque. Con todo, lo más duro no es terminar así, sino pensar que ya desde muy niño llevaba en mi corazón un núcleo de hierro, a imagen y semejanza de la Tierra.

jueves, 2 de abril de 2009

Wi-Fi


Hay conexiones que no requieren más soporte que el espacio, ese vaciado de nosotros por el que discurren las miradas. Y hay conexiones que se sustentan en todo aquello que no dicen las palabras. Precisamente en un sitio construido “más allá de las palabras” encontré uno de los rincones donde descubrí desde el primer momento una vía abierta, un lenguaje de signos compartido. Conocer personalmente a Andrés, su habitante, un año más tarde, sirvió para constatar, antes que nada, todas nuestras diferencias y sorprendernos después al saber que tal vez nos cruzamos por la calle en otros tiempos, cuando nada sabíamos el uno del otro y la distancia de la edad era mucho mayor que la de ahora. Hoy he tenido el privilegio de presentar su último libro, “El laberinto secreto de la mansión del indiano del Guatemala”, una novela llena de conexiones y de cables más o menos invisibles, algunos de los cuales salen de su interior y se deslizan con ergonómica precisión alrededor de tus muñecas. Fue extraño no estar sentado en el lado cómodo del público. Me consta que Andrés también se siente extraño en estas situaciones. Tal vez esa fue precisamente nuestra conexión desde el principio: la de una misma extrañeza compartida, una misma manera de apoyarse en el alféizar.

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