Carboerio - Algarve, Portugal
¿Recuerdas? Hacía tanto calor que lo único que podíamos hacer era dejar que el día pasara lentamente por encima de nuestros cuerpos en salmuera. ¿Recuerdas? Era aquel un tiempo insensible que duraba hasta la siete de la tarde. Porque a esa hora, recuerdas, se nos caían las escamas y la fiebre, y en lo que el sol tardaba en deshacerse, el tiempo adquiría una rara densidad: el día no acababa de acabarse y cuanto más cerca estaba del final más se prolongaba, como una masa que fuéramos estirando con los pies, más extensa cuanto más fina. De siete a nueve, recuerdas, visitábamos el mundo, le tomábamos el pulso a las carreteras secundarias, a los acantilados rojos, y auscultábamos las calles por sus puertas abiertas. ¿Recuerdas la tarde de esta foto? Subimos a lo alto del pueblo apostando contra el sol en su descenso y en su lugar encontramos a la luna con cara de repóker. Donde quiera que miraras se perdía una foto irrepetible y el obturador no alcanzaba a taponar aquella hemorragia. En realidad esto es algo que ocurre a menudo, pero no con tanta certeza. ¿Recuerdas, justo ahora, en estos días en los que convenimos plantar un espejo en mitad del calendario solo para gozar del placer de atravesarlo, como una manera inocua de obtener intensidad por transición? Estos días en los que quisiéramos rellenar la empanada del tiempo con ingredientes nuevos y desear, por ejemplo, que cada día del año que se acerca tenga al menos esa hora o ese minuto de intensidad que se extienda y se extienda hasta la transparencia misma. ¿Recuerdas?