domingo, 6 de febrero de 2011

365...y FIN del Calendario



Así es, el de hoy es el instante número 365 de este calendario, que como todo calendario nació con sus hojas contadas. Ahora que lo pienso, tal vez por eso, porque vivió toda su vida en tiempo de descuento, lo hizo con la intensidad que a veces nos escatima la vida de cada día. El caso es que hoy he arrancado su última página y en el pálido recorte que encuentro en la pared hay un vacío que espera, supongo, ser llenado de nuevo. No hay lugar pues a despedidas, que por otra parte resultan tan tediosas como repetitivas.

Pero es que además no me apetece despedirme. Así que todo aquel al que le haya gustado está película podrá ahora, si le apetece, echar un vistazo a los extras: hasta dar con otro espacio y otro proyecto que merezca ser compartido, iré alimentando un pequeño blog, que hoy mismo empieza, con los descartes de este periclitado calendario, una especie de menú de sobras, que tanto me han gustado siempre. En él tendrán cabida aquellas fotografías que a lo largo de estos tres años fueron quedando arrumbadas al fondo del almacén, muchas por sus defectos, otras por sus excesos, algunas por la sencilla razón de que otras nuevas venían empujando, y finalmente unas pocas que solo ahora, cuando ya me son un poco ajenas, he logrado entender y valorar. Os advierto, eso sí, que será un blog aperiódico y anacrónico, sometido al criterio de ese azar con el que revolvemos en los cajones de lo viejo.

Un sincero abrazo para todos vosotros y gracias por haber estado ahí, acompañándome y dedicándome vuestro tiempo y vuestra amabilidad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Otros mares

Playa de Poniente, Gijón

Como tantos días, paseo por la orilla del mar bordeando esa frontera que de ordinario dibuja y borra la marea. Pero hoy es prácticamente una línea fija: la calma es tal que el océano parece una masa sólida, un mar pintado de una vez y para siempre. Por eso hay sobre la playa un silencio algo abrupto, como el de una habitación insonorizada. Los ecos, si los hay, deben de morir también en la orilla del aire. Al cabo de un tiempo difícil de medir, empiezo a oír un rumor casi táctil, igual que el de la prenda al deslizarse piel abajo. Me vuelvo y veo entonces, perfecta, la ola de arena, y su acabada fisonomía en movimiento tan imperceptible como imparable. Fondeados en el horizonte cercano, los buques de ladrillo desoyen el crujido de sus cuadernas.

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