sábado, 31 de diciembre de 2011

Rua Casino

Carboerio - Algarve, Portugal

¿Recuerdas? Hacía tanto calor que lo único que podíamos hacer era dejar que el día pasara lentamente por encima de nuestros cuerpos en salmuera. ¿Recuerdas? Era aquel un tiempo insensible que duraba hasta la siete de la tarde. Porque a esa hora, recuerdas, se nos caían las escamas y la fiebre, y en lo que el sol tardaba en deshacerse, el tiempo adquiría una rara densidad: el día no acababa de acabarse y cuanto más cerca estaba del final más se prolongaba, como una masa que fuéramos estirando con los pies, más extensa cuanto más fina. De siete a nueve, recuerdas, visitábamos el mundo, le tomábamos el pulso a las carreteras secundarias, a los acantilados rojos, y auscultábamos las calles por sus puertas abiertas. ¿Recuerdas la tarde de esta foto? Subimos a lo alto del pueblo apostando contra el sol en su descenso y en su lugar encontramos a la luna con cara de repóker. Donde quiera que miraras se perdía una foto irrepetible y el obturador no alcanzaba a taponar aquella hemorragia. En realidad esto es algo que ocurre a menudo, pero no con tanta certeza. ¿Recuerdas, justo ahora, en estos días en los que convenimos plantar un espejo en mitad del calendario solo para gozar del placer de atravesarlo, como una manera inocua de obtener intensidad por transición? Estos días en los que quisiéramos rellenar la empanada del tiempo con ingredientes nuevos y desear, por ejemplo, que cada día del año que se acerca tenga al menos esa hora o ese minuto de intensidad que se extienda y se extienda hasta la transparencia misma. ¿Recuerdas?

jueves, 22 de diciembre de 2011

Dormirse en los laureles



      Cierras los ojos

      mientras el mar se aleja

      contigo dentro.




lunes, 19 de diciembre de 2011

Catálogo de montes (III): el pinar

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Una advertencia previa: para penetrar en el pinar hay que estar dispuesto a desprenderse de ambos pies y dejarse arrastrar por la corriente de helechos que anega sus pasillos. A partir de ahí el bosque de pinos se despliega en una arquitectura móvil e intercambiable que a fuerza de repetir unos pocos elementos acaba por convencerle a uno de que nada hay fuera de esta isla, un reino con leyes propias cuyo desconocimiento no nos exime del ominoso deber de cumplirlas. Pronto descubrimos que en su interior puede ponerse el sol a mediodía o empezar a llover cuando afuera ya no queda ni rastro de las nubes. Y que no es tanto su oscuridad como su silencio lo que aturde los sentidos. Con todo, la altura sin concesión de sus barrotes nos devuelve poco a poco la percepción de nuestra verdadera dimensión. Y una vez recuperada la escala, ya hemos encontrado la salida al laberinto.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Mal día para los paraguas



Hoy ha sido un mal día para los paraguas, un día de pájaros de colores atropellados en las cunetas, de papeleras atragantadas. En vano hemos tratado de proteger al paraguas contra ese viento que arrastraba a la lluvia por los pelos. Hoy los paraguas eran animales avergonzados y las paredes los miraban por encima del hombro. No ha sido un buen día para ellos. Pero en cambio ha sido excelente para los fabricantes. Esta noche, en algún lugar al otro lado del mundo, nacen a miles nuestros próximos paraguas, al mismo tiempo que tal vez también allí comienza a formarse una borrasca nueva que terminará por alcanzarnos.

martes, 13 de diciembre de 2011

Dominio marítimo


Érase una vez un hombre
dedicado a investigar
hasta que un día descubrió
el modo de dominar el mar:
primero lo vació
y después lo atornilló.

Pero este mar aherrojado
iba perdiendo el azul
y a nadie le interesaba
un océano oxidado.

Fue vendido a un inversor
que ofreció un justo desprecio
y pronto el mar recuperó
todo su antiguo prestigio,
convertido en material
de revestimiento de edificios.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Catálogo de montes (II): eucaliptos

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Adentrarse en el bosque de eucalipto viene a ser algo así como entrar en un edificio abandonado, pero de un abandono que no es el de la ruina, sino más bien el de la rutina de una fábrica que se alimentara únicamente de sus propios despojos. Tal vez por eso entre eucaliptos nos sentimos tentados a vestir y caminar como los zombis, desorientados y con harapos que hacen más visible aún la desnudez. El bosque de eucalipto es un bosque enajenado, no sabe cómo llegó aquí ni cómo se sale, así que lo único que puede hacer es huir hacia lo alto. También yo me siento un poco trasplantado al recorrerlo, pero precisamente por eso o quizás tan solo porque es mi paisaje más cercano y ni él ni yo tenemos la culpa, puedo llegar a tomarle cariño. Un cariño como el que un padre sentiría por ese hijo sin remedio. Y es que yo sé lo que él no sabe: que vivirá rápido y morirá joven entre los acordes eléctricos de las tronzadoras y ni siquiera le quedará el consuelo de la belleza de su rostro, fundido en un puré de celulosa. La vil causalidad y una metáfora trucada quisieran hacer del blanco folio en el que escribo un trasunto de su alma. Pero no, para encontrarla es preciso volver a extraviarse entre ese desorden de brotes y cortezas que contra toda plantación afirman bosque.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Medio segundo



Por lo general utilizamos la fotografía para ordenar y ordenarle al tiempo. Aunque yo creo que es mucho mejor cuando el tiempo llega y nos desordena la fotografía. Sobreviene entonces la sorpresa, pero no la de lo inesperado sino la del reconocimiento.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Catálogo de montes (I): el hayedo

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                                                       Valle Xulió, Caso - Asturias

Cada bosque tiene su carácter y de un modo u otro acaba por imprimirlo en sus eventuales visitantes. Por ejemplo, en cuanto empiezas a recorrer las naves abovedadas del hayedo se te va poniendo el ánimo gótico, flamígero incluso, especialmente si es otoño y la luz incendia los vitrales mientras la hojarasca va traduciendo tus pasos en el consabido rumor de hábitos. Pero en cuanto el sol cae al otro lado del valle, y eso sucede muy pronto en estas fechas, la penumbra repone a cada ser en un volumen más ajustado a su luz interior, que es otro nombre de la forma, y todo se vuelve un poco más románico: la profusión se concreta en signos cuyo significado guarda una galería de animales intermedios que no estaban allí cuando pasaste al mediodía. Lo que sucede más tarde, cuando la noche se apodera del hayedo, solo puedo suponerlo: otro con más valor describirá el espacio sin proporción de lo pagano.

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