viernes, 27 de abril de 2012

Desenlace



El fotógrafo camina con dificultad por la orilla desaliñada del pantano tratando de no ver: no ver las ramas ni los juncos, no ver las latas ni los paquetes de tabaco, no ver los reflejos en el agua, no ver las hojas muertas, las telas de araña, las bolsas de plástico, no ver sus propios zapatos ni las delicadas flores que brotan entre las zarzas. Después de unos minutos y en parte gracias a una leve miopía, al fin logra el fotógrafo no ver nada, y entonces, deshecho el nudo, dispara.

martes, 24 de abril de 2012

Hermanas



De la primera logré una generosa sonrisa seguida de un desde luego que no, y ahí me quedé, con el gesto suspendido. Abordé a la segunda y me dio un sí tan inmediato, tan automático, que me pareció más cercano a la indiferencia que a la verdadera afirmación. La entrevista con la tercera se saldó con un tal vez apenas audible que sonaba entre un no diferido y un sí extemporáneo. La última, seguramente avisada por las otras, me espetó mi propia pregunta antes de que yo pudiera abrir la boca. De este modo me quedé más o menos como al principio, pero eso sí, con plena certeza sobre su parentesco, ya que solo cuatro hermanas podían ser tan parecidas y tan distintas al mismo tiempo.

viernes, 20 de abril de 2012

Recuerdo prestado

Playa de Luanco, Asturias

                                                                                                       Para mj

 
Se cepillaba la melena rítmicamente, con la lentitud propia de una mujer antigua, ciega y absorta en su propio gesto. Después, cuando la luz declinaba, se recogía el pelo en una trenza y ya dejaba de darme miedo.

martes, 17 de abril de 2012

Catálogo de montes (VI): alcornocal

 (Pincha sobre una imagen para verlas a mayor tamaño)




Sierra de Aracena, Huelva


Uno llega al alcornocal y de inmediato se impone un sentido exacerbado de lo corpóreo: lo visual pasa a un segundo plano y son las manos las que ahora toman el mando, tus propias manos tirando de ti, impulsadas por un afán de tacto que no se sacia fácilmente. Y es que hay mucho que tocar en este bosque de la piel y de la carne, de musculaturas y muslos, de desnudos y desanudamientos, de torsiones, de extremidades solas. Porque no hay troncos en este bosque, solo una danza de pantorrillas, de antebrazos que no salen de la tierra sino que se hunden en ella, hurgando y asiendo, sujetando el paisaje para que tú puedas caminar por la dehesa y cobijarte. Tomas entonces del suelo un trozo de corteza y sopesas su compleja ingeniería, esa aleación de savia y tiempo que robamos como el que roba un secreto que no entiende pero que funciona. No te cuesta imaginar un mundo entero de corcho, duro y ligero, firme pero maleable y recuerdas entonces las ropas de corcho que te probaste en el Alentejo, donde ese mundo parecía posible, donde uno podía vestirse de alcornoque al razonable precio de ser desplumado y despellejado previamente. Y es que sabes que el tacto es un sentido reversible y ya no basta con tocar, también necesitas ser tocado. Tal vez por eso aceptas ahora esa mano que te tiende el más viejo del bosque y te alzas sobre sus hombros, y te recuestas allá arriba el tiempo suficiente para que sobre tu espalda se grabe la profunda cicatriz que te une al alcornoque, la hendidura que comunica coraza y corazón.

viernes, 13 de abril de 2012

Detrás de la lluvia

El malecón de Cádiz


De pronto el fotógrafo se sorprende a sí mismo, como tantas otras veces, siguiendo a las gaviotas con la cámara, asomado al malecón y a un mar perfilado bajo esa veladura de luz que queda tras la lluvia, tan familiar, solo que esta vez el fotógrafo está a mil kilómetros de su casa, en la punta opuesta del mapa, un mapa que parece que alguien hubiera doblado por la mitad hasta hacer coincidir exactamente sus extremos. La pregunta obvia es si ha merecido la pena atravesar nueve provincias para encontrar al final del camino el mismo punto de partida. La respuesta, no menos obvia, es que no se viaja tanto para descubrir siempre lo nuevo como para descubrir de nuevo lo de siempre. Pero esta reflexión vendrá más tarde porque en ese momento para el fotógrafo solo existen las gaviotas, el malecón, el mar, y esa luz que deja la lluvia como una nota cariñosa encima de la mesa.

martes, 10 de abril de 2012

Juego de azahar

Barrio de Santa Cruz, Sevilla



Largo el azar, mudo en el centro, donde duerme

la fragancia en la plaza, en el patio, en el interior

de la casa vedada.

Sobre el improvisado tablero, las piezas

sin embargo bien dispuestas.

El visitante, el extranjero, se detiene

y trata de deducir las reglas, la combinación,

de este juego que ha de ser algo más que un juego

de palabras. Entonces no se sabe

de dónde llega un niño

y empieza a patear, amargas,

las naranjas.



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