El fotógrafo camina con dificultad por la orilla desaliñada del pantano tratando de no ver: no ver las ramas ni los juncos, no ver las latas ni los paquetes de tabaco, no ver los reflejos en el agua, no ver las hojas muertas, las telas de araña, las bolsas de plástico, no ver sus propios zapatos ni las delicadas flores que brotan entre las zarzas. Después de unos minutos y en parte gracias a una leve miopía, al fin logra el fotógrafo no ver nada, y entonces, deshecho el nudo, dispara.