martes, 30 de octubre de 2012

Tiempo de perros




Atrás quedó la cosecha de los torpes
cuerpos brotados de la arena
y hoy vuelven a la playa las carreras
del viento y de los perros.
En los anchos estadios de la luz,
la calle móvil,
la meta amañada,
el día aprieta
las horas, tejiendo el ánimo
con un frío nuevo y sincero.
Y van ocupando las olas
el tiempo con espacio:
un instante equivale al horizonte.



jueves, 25 de octubre de 2012

Catálogo de montes (VII): la chopera



Los chopos son un pueblo humilde y bien dispuesto. Nada más despuntar el alba bajan ordenadamente al río o al aguazal más cercano y allí, uno por uno, se van sacudiendo la noche de las hojas. Este es un privilegio al que jamás renuncian, aunque luego tengan que pasar el resto del día tratando de recuperar la alineación perfecta, el lugar de cada uno en la formación que les fue dada de una vez y para siempre. Para ello disfrutan de una absoluta libertad de movimientos, a condición, eso sí, de estarse quietos.
A mediodía el sol deja caer la plomada de sus rayos y las vértebras se enderezan. Los chopos son un pueblo trabajador y paciente. Crecen con rapidez en los años buenos. En las sequías aguardan, contraen la corteza, extienden las raíces, se desprenden de alguna que otra rama.
Luego, al terminar la jornada, los haces casi planos del atardecer delimitan las calles, pasan revista y certifican el espíritu cúbico de la chopera. Es cierto que vistos de cerca no hay dos chopos iguales, que su linealidad está hecha de curvas y contracurvas, cincelada a golpes contra las paredes inquebrantables del aire y de la luz. Pero observados a la distancia recomendada los chopos son pura perspectiva, un pueblo pacífico y contable.
Al caer la noche es probable, inevitable casi, que sueñen los chopos otras geometrías, algunas imposibles, otras no tanto. Y que muchos esperen en secreto una mutación que nunca llega. Pero todo queda olvidado al despuntar el alba, cuando los chopos se ponen en pie, uno por uno, y se apresuran.

lunes, 22 de octubre de 2012

martes, 16 de octubre de 2012

Andarse por las ramas



Dicen que la gestación de un individuo reproduce las fases de su evolución como especie. Lo que no se sabe a ciencia cierta es si esa misma evolución tomada en su conjunto prefigura a su vez la gestación de un individuo por venir. Por desgracia los pensamientos simétricos son hermosos pero no necesariamente ciertos ni verificables.
Por otro lado, desplegando una nueva simetría, cabe preguntarse qué proceso reproduce entonces la disolución del organismo. Y parece que también en el camino de vuelta se cruzan los itinerarios: despojadas de aderezos, bien mondadas la mano y la aleta, el ala esquemática y la esquelética rama celebran todas su coincidencia esencial, su confusión esclarecedora de intenciones: extenderse sin fin hasta el final, todo entonces extensión y libres ya de cualquier deber de intensidad. Lo que en el fondo no es más que otra forma de nombrar eso que anuncia con cierto estrépito el otoño. 

viernes, 12 de octubre de 2012

La medida del tiempo

Mondoñedo, Lugo           


En el escaparate de la vieja tienda de la vieja plaza de la vieja ciudad, capital de una provincia que ya no existe, se reúnen diversas herramientas de la era mecánica prestigiadas por el ámbito selecto que conforma la vitrina y por la antigüedad, esa categoría que expide certificados de nostalgia: máquinas de escribir, relojes de bolsillo, cámaras de posguerra y hasta un microscopio con estuche de madera para que descanse en paz el escrutinio sin fin de la mirada. Esa confusión, esa cierta promiscuidad de los instrumentos, su diálogo callado, producen en el fotógrafo que se asoma una pequeña revelación: es posible que no hayamos sabido asignar a cada uno su auténtica función, la que les otorga sentido. Por ejemplo, quién si no el reloj para tomar las mejores instantáneas, para retratar verdaderamente al tiempo y su sustancia: intervalo, transcurso, cuerpo sin rostro, cifra, viento. En cambio si buscamos un instrumento de precisión, nada como la cámara para medir el tiempo en cada una de sus diversas magnitudes: su peso, su intensidad, su profundidad, su temperatura, su precio. Se va el fotógrafo pensando que de hecho ya hace tiempo que lleva la cámara ajustada a la muñeca. En cuanto al reloj ahora no puede evitar sentirse retratado cada vez que consulta la hora, así que decide guardarlo en un bolsillo de la mochila mientras continúa paseando por la antigua capital de una provincia inexistente. 

jueves, 4 de octubre de 2012

Viaje con nosotros a la isla de Ons


Temprano el fotógrafo prepara la mochila para ir a la isla: agua y comida para todo el día y una toalla que delata su verdadera condición de viajero con billete cerrado, con hora de regreso fijada de antemano. Durante el breve trayecto la proa chata del barco dibuja para nosotros los detalles de la isla uno a uno: la aldea, el faro, el embarcadero, algunos pinos que al principio parecen vigías y luego se van perfilando como simples pinos. También deja, como no, espacios en blanco para las playas. 
Los viajeros saltamos a la isla con una premura de parque de atracciones, pero pronto el calor y las pendientes nos devuelven la verdadera medida del tiempo. Para llegar a la playa que tenemos delante de nosotros elegimos un rodeo de cuatro kilómetros de largo por el que vamos amasando el deseo y el íntimo derecho del baño, su merecimiento. La playa ha de estar al final del relato porque toma su sal del sudor de los exploradores. 
El fotógrafo solo hace fotos de niños entrando y saliendo del agua, o reuniendo conchas. La isla, igual que todas las islas, es de los niños, aunque ésta tome a sus dueños prestados. 
Al final, como era de esperar, hay un momento de la tarde en el que nos gana la angustia del último barco, el miedo de perderlo, la duda de no saber si es mejor llegar o no llegar a tiempo. Pero el barco parte bien repleto mientras sobre el embarcadero y el pueblo cae repentinamente la sombra y yo me entretengo calculando cuántos de nosotros se imaginan todavía en tierra, oyendo alejarse los ecos de los viajeros y del motor del barco. Es entonces, en el trayecto de vuelta, cuando el fotógrafo por fin empieza a fotografiar la isla: en los rostros que se vuelven contra el sol, en la desenvoltura con que ahora muchos recorren la cubierta, en la manera fija que algunos tienen de acodarse sobre la borda, en tantas miradas perdidas y como aisladas.

lunes, 1 de octubre de 2012

El pasado anticipado



…y algunas veces la fotografía como un atajo hacia el recuerdo, pero no en el sentido de ser un instrumento con el que evocar el tiempo ido, al modo de una vieja canción o de un aroma a partir del cual podríamos reconstruir un mundo por completo, sino como el ardid que nos ahorre precisamente todo ese tiempo y olvido necesarios para que el detalle alcance su eficacia recuperadora. Es decir, no un pasaje hacia el lugar donde habita la memoria sino hacia aquel otro en el que trataremos de recuperarla. Que la fotografía me traiga la emoción de lo antiguo que se oculta en lo que acaba de suceder hace un segundo. Que me devuelva la intensidad con que no supe vivirlo. La fotografía, en fin, no como rememoración sino como anticipación de lo pasado... 



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