No nos engañemos: si llegaron a conocerse tan bien no fue gracias a su vecindad ni a sus raíces comunes. Tampoco tuvieron nada que ver sus interminables sobreentendidos a la luz perezosa de la tarde y menos aún todos aquellos proyectos que soñaron y nunca cumplieron, supongo que por falta de arranque. Tal grado de complicidad no brota ni siquiera del miedo, que lo hubo, a ser pisoteadas, devoradas, abrasadas por cualquiera de las inesperadas formas del tiempo. No, una intimidad como la suya solo puede ser el fruto de todos los desplantes que a lo largo de la vida se fueron perdonando. Y de tanta despedida que amagaron con cada ventolera.
lunes, 1 de julio de 2013
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