sábado, 15 de marzo de 2014

viernes, 7 de marzo de 2014

Página en blanco (II)

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Centro Niemeyer, Avilés - Asturias

Pero el caso es que, al margen de las programaciones oficiales, son el uso y la costumbre quienes van esculpiendo a su modo las geometrías del vacío: así este espacio se ha ido haciendo poco a poco anchura para patinadoras, longitud para bicicletas, periferia que buscan las parejas recientes y descampado para que los perros campen y retomen su lado salvaje sin calles ni correas. Además las estaciones modulan y alteran sus medidas, su geografía misma: en invierno tiene algo de estepa ártica y si una figura aparece por cualquiera de sus extremos nos invaden a partes iguales el temor y la curiosidad del que ha permanecido mucho tiempo solo. Es también en el invierno cuando, después de extraer el rumor del tráfico cercano, se obtiene un silencio sin aristas, sin ecos, ahuyentados como gaviotas a las que repele tanta blancura delatora. En verano en cambio todo lo que cae en esta planicie de sal se vuelve efervescencia y acaban por fundirse en uno solo todos los colores de las camisetas.
Solo algo permanece igual, siempre: tanto en invierno como un verano hay alguien que deambula con una cámara en la mano. Es el fotógrafo arrebatado por una mirada que fluctúa sin cesar, que va del fondo a la forma y de la forma al fondo: cuando ve este escenario como fondo surge la forma, y cuando encuentra la forma ésta se vuelve fondo. Cae así una vez más en la trampa de la arquitectura que lo fagocita y lo utiliza para multiplicarse y reproducirse y durar más allá de sí misma. Y de paso interpreta su papel en esta obra cuyo guión ya nadie recuerda con exactitud, tal vez porque siempre fue una página en blanco.

lunes, 3 de marzo de 2014

Página en blanco (I)

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 Centro Niemeyer, Avilés - Asturias


Como una página en blanco a la espera de la primera palabra que dicten nuestros pasos se extiende la tersa llanura del Centro Niemeyer de Avilés y sobre ella se levantan sus dunas calcáreas. Provienen del tiempo ya legendario de los fastos, de aquellas megalíticas construcciones que se alzaban como polos magnéticos en todas las ciudades con la única función de alzarse, de sobresalir y brillar para pasmo de propios y extraños. Era costumbre atribuir a estos monumentos el sobrenombre de museo, centro cultural o auditorio, igual que en otras épocas se hacían pasar por altares y mausoleos, pero a decir verdad esto nunca fue tomado demasiado en serio. Del mismo modo que nunca nadie supo dar razón del destino de este espacio porque tal vez hacerse espacio era su único destino. De ahí que le cuadre tan bien ese aspecto de lienzo virgen listo para imprimir sobre él todos nuestros sueños sin forma, esos anhelos que se quedaron en esbozo, en líneas maestras. Aunque también puede ser vista como una prótesis de escayola para la ciudad tullida por las sucesivas reconversiones. Es lo que tiene la ambigüedad arquitectónica. Lo cierto es que, a lo mejor porque no fue diseñado pensando en el lugar donde sería levantado, este conjunto parece más bien caído directamente desde el mundo superior de las ideas, campamento avanzado de una civilización más higiénica y pura que esta nuestra, heredera directa de la edad del hierro, dueña del óxido...(continuará)

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