sábado, 31 de octubre de 2015

País interior



      En este país interior que es el barrio antiguo de Setúbal todo se ve enseguida y nada se acaba de ver completamente. Rodeado de avenidas que lo unen y lo aíslan, ha ido conformando un ecosistema propio, con sus horarios y ritmos, su arquitectura, sus olores y sonidos por discernir, un desorden perfecto regido por reglas que el visitante desconoce todavía y que se afana por descubrir, sin darse cuenta de que tal vez es esa ignorancia alerta la condición indispensable de lo prodigioso.

lunes, 26 de octubre de 2015

Tránsitos




      A la luz del mediodía una torre entera de mármol alza en lo alto de la colina su afirmación irrevocable, tratando de recordar sin éxito el resto de la frase. 


Mientras, en el interior de sus estancias manos frías custodian la sombra, el único tesoro que no pudo ser arrebatado. 

Y en los tránsitos fluctúa una energía residual que en ocasiones adopta una forma intemporal de la belleza.


martes, 20 de octubre de 2015

Atajo al paraíso




      Seiscientos escalones separan al visitante de la cima donde se alza la Iglesia del Bom Jesus de Braga, un ascenso que promete la virtud a cambio del sacrificio y que tal vez por eso cada día al caer la tarde se llena de ascetas con mallas y zapatillas deportivas. Por suerte un viejo funicular por contrapeso de agua se ofrece como alternativa a la famosa escalinata: cada media hora la gravedad obra el milagro y el peso del vagón que baja es el mismo que sirve para hacer que se eleve su contrario. La Ilustración y el progreso técnico, la fe de la burguesía del siglo XIX, se dan cita en este elevador que hoy tiene el aspecto de una atracción de feria. Sentados en los banquitos de madera aguardamos a los orondos comerciantes y a sus esposas con sombrilla y organdí: se cruzan aquí los tiempos como vías y el ánimo viajero nos predispone a creer que podríamos tomar cualquiera de ellas con igual facilidad. 


      Cuando llegamos a lo alto no podemos evitar sentirnos un poco traviesos y algo culpables al ver por debajo de nosotros como se despliega la escalinata burlada. Para purgar nuestro pecado recorremos palmo a palmo la colina y comprobamos que la invade una especie de sueño perenne de domingo por la tarde: la iglesia vacía, una terraza con risas ahogadas, tintineos de copas y un parque dispuesto cual remedo literario de la selva. 

     Un fotógrafo ambulante pone a punto su cámara de cajón y apela a la nostalgia futura como último argumento, resignado ya a ser él mismo el personaje más fotografiado de la obra. En el fondo de un estanque encontramos una lancha hundida como una dama antigua a la que va pudriendo más que la humedad, la melancolía. 

        Según va cayendo el sol comenzamos a sentir un vago temor a quedar atrapados en este pasado con voluntad de paraíso. Esta vez descendemos por nuestro propio pie la escalinata y a medida que lo hacemos, con la misma precisión del funicular, ascienden las sombras que van llenando el edén sin aparente gasto de energía. 

       Poco después nos adentramos de nuevo en la ciudad, iluminada por los faros de aquellos que a esta hora vuelven a su hogar tras un día más de sacrificios sin ascensos.

martes, 13 de octubre de 2015

Se busca



Estoy seguro de que saben más de lo que dicen. Lo noto en su mirada, en sus ademanes evasivos, en su falsa indiferencia, pero sobre todo en su manera de mantener la cola a una altura que no llame la atención. Son los amos de la noche y tienen ganzúas para las que aún no se han hecho cerraduras. Todos cómplices de un crimen perfecto sin culpables y sin víctimas.

jueves, 8 de octubre de 2015

Visita guiada



         Un chaval de no más de catorce años nos conduce a través de las capillas de la Catedral de Braga. Algo nos dice que del precio que acabamos de pagar por la visita nuestro guía no recibirá ni un solo céntimo, pero todo sea a mayor gloria de la Iglesia. Apenas si entendemos alguna que otra frase de la retahíla que nos va recitando con la aplicación de un buen alumno. De todos modos es más elocuente cuando calla y deja a los visitantes con la mirada errática, sin saber que pensar de tan valiosas pinturas, tallas y azulejos, orientando todos nuestros sentidos como antenas que trataran de captar algún eco traducible de lo lejano.

        En la Capilla de los Reyes yace tras una urna de cristal la momia de un arzobispo guerrero que hace setecientos años vivió su particular sueño de eternidad e inopinadamente lo cumplió de esta manera impúdica. Hay un momento en que todo el grupo se reúne en torno a él y en secreto acogemos la idea ingenua del arzobispo incorporándose de pronto con el automatismo propio de una casa del terror. Pero el grupo enseguida se disuelve decepcionado: de una momia siempre se espera un gesto al menos, una señal, algo que justifique su empecinamiento. Una niña, en cambio, permanece absorta a su lado escrutando sin miedo la tez de coco del arzobispo, presa de la curiosidad que siempre engendra el cuerpo, incluido su despojo. Por un instante esa curiosidad nos reúne a los dos y al volver el rostro y compartir nuestra ignorancia, sin quererlo desafiamos a la muerte. Solo un clic, un brindis al vacío.

        Nos cuesta abandonar la sala. A su modo también la momia ejerce de guía a tiempo parcial y proporciona en su mutismo información interesante, tal vez alguna máxima que debamos recordar, por ejemplo: la más alta dignidad solo perdura convertida en el más bajo espectáculo. Finalmente decidimos seguir al muchacho antes que al arzobispo. Hasta que de repente cae sobre nosotros la luz blanca de Braga y con ella la promesa infinita del resto de la tarde.


lunes, 5 de octubre de 2015

Otra foto de lanchas



Aunque pensándolo mejor: en realidad si uno viaja a lugares diferentes es para poder seguir haciendo siempre las mismas fotos.

La misma foto de siempre.

A partir de cierta edad no hay verdadera intención de encontrar algo nuevo: se aspira más bien a recuperar lo perdido, lo que se nos escapó por descuido.


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