viernes, 29 de enero de 2016

Resistente




     No he podido encontrar las palabras adecuadas para acompañar a esta fotografía. Me gustaría decir algo sobre la vida que resiste, sobre cómo en Portugal uno puede tropezarse a la vuelta de cualquier esquina con la presencia viva del pasado, sin necesidad de folclores ni de saudades mal entendidas, con la naturalidad de lo que no espera ni precisa nuestro reconocimiento. Quisiera decir algo sobre todo esto, pero cada vez que lo intento la mirada del limpiabotas me devuelve a mi lugar, al silencio de la platea del tiempo, al lado oscuro del ojo de la cerradura.


viernes, 22 de enero de 2016

La espera



     Me citaste en el número siete, ¿lo recuerdas? No te impacientes si me retraso un poco, esas fueron tus palabras. Y yo te dije: pierde cuidado, amor, te esperaré el tiempo que sea necesario.


martes, 12 de enero de 2016

El método



Enhorabuena.

Has encontrado el método, por fin,

de llegar a ti,

de sonsacarte.

Después de todo un kamasutra 

sin esfuerzo das

con la necesaria inspiración, esa postura

que permite a la escultura

cincelarse, 

autora, por fin, de tu verdad,

la única importante, 

la que a nadie importa 

y a mí menos que a nadie.


lunes, 4 de enero de 2016

Los náufragos



     Horas, días, semanas, meses tal vez, vagaron por senderos y vías de servicio; cruzaron aldeas, autopistas, montes de eucaliptos; bordearon sembrados, alambradas videovigiladas y cientos de rotondas; circunvalaron, traídos y llevados por la orografía y los planeamientos urbanísticos. Apenas con lo puesto, comiendo snacks, sin mirarse el uno al otro, envejeciendo, sin la posibilidad siquiera de rendirse, aferrados a una esperanza cada vez menos ambiciosa.

         Hasta que el viento terral comenzó a soplar sobre su nuca, al principio con cierta indecisión, pero enseguida sin tregua, retroalimentándose con la misma oposición de los objetos, el terral que siguió soplando y los alzó, los zarandeó, los arrastró, el terral que incendió los montes y llenó su garganta de humo y polvo y los despojó de todo excepto de su propio sudor y terminó por arrojarlos a la orilla junto a sus escasas pertenencias, inconscientes casi, como un residuo inclasificable del destino. 

     Lentamente fueron despegando en un mismo movimiento párpados y labios, respirando por los ojos y sintiendo en los pies la mano fría del agua que los iba cubriendo, el efecto benéfico de la sal que empezaba ya a cicatrizar todas las heridas. Y alargaron primero un brazo y el otro después, agarrando el horizonte sobre el que, brazada a brazada, comenzaron a levantar un lugar en el que sobrevivir.


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