viernes, 29 de julio de 2016

Después de la batalla






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Hay algo solemne en ese gesto con el que cada cual se yergue y abandona los territorios ocupados del presente: se desmontan parapetos, se envainan armas, mínimos ejércitos emprenden una retirada honrosa hacia la ciudadela de la noche. Concluida la campaña, una formación de cuerpos agotados desfila ante el sol pesado y ebrio como un general que ya ha visto todas las guerras, tan indiferente ante la muerte como ante el profuso despliegue de la vida y el efecto colateral de su belleza. Siempre en fuga el verano eterno, y nosotros con él, entregados y felices sin oponer resistencia.


martes, 12 de julio de 2016

Hermanas



    Sesenta y seis años han pasado desde la última vez que estuvieron juntas. Las separó un océano que por aquel entonces era mucho más ancho y más profundo que ahora, igual que el océano de edad que separaba a la mayor de la menor de las hermanas ha terminado por evaporarse, pasajeras ya del mismo barco. Durante mi niñez esa distancia insalvable tomaba cuerpo en los rostros de exóticos generales y libertadores enmarcados en los sellos que yo coleccionaba con el afán de ver como se iba llenando una cajita. Iban y venían aquellas cartas casi transparentes, casi de aire, para que un avión pudiera transportarlas sin venirse abajo, cruzándose, quién sabe, en medio del Atlántico sin saber unas de las otras. Llevaban noticias de lo cotidiano, a veces con meses de retraso, lo que no importaba demasiado pues lo cotidiano siempre acaba de suceder. Todo estaba escrito allí con aquella caligrafía de colegio de posguerra, el mismo tono prudente y comedido para las alegrías y para las penas, la manera de ser de toda una generación. Y al final de la carta siempre faltaba espacio y se amontonaban los adioses con los besos. 

      Tal vez por eso sucedió que al reencontrarse las hermanas no tenían nada que decirse. Todo había sido dicho ya en aquellas cartas y en las conversaciones telefónicas que últimamente salían un poco más baratas. Tal vez por eso, en lugar de hablar compartían tareas de la casa, recogían juntas y en silencio los platos y las copas de brindar por el reencuentro. 

      Ahora que la visita concluyó y la hermana mayor ha partido de nuevo hacia el otro lado del Atlántico, veo a las dos en esta foto y me parece que también sus rostros tienen algo de efigie, que sus perfiles merecerían un sello tanto como aquellos valientes generales, insignes padres de la patria. Sesenta y seis años después han vuelto a despedirse las hermanas, antes de cruzar de nuevo el inabarcable océano que separa y une nuestras vidas.


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