Al volver la vista atrás descubrí que la nieve había cubierto los senderos y rellenado el fondo de los valles: en la lejanía adiviné los ojos de los puentes cegados por la nieve y columnas de hielo elevándose en el interior de los pozos. A medida que observaba comprobé que no solo la nieve había suavizado los riscos, sino que también había borrado nuestras faltas y nivelado las múltiples traiciones con las escasas muestras de generosidad. Al volver la vista atrás intuí que las más hermosas ciudades y las aldeas más recónditas yacían ocultas y no quedaba rastro alguno de toda la sangre derramada ni del olor de las últimas rosas de los jardines de invierno. Pronto solo encontré una llanura blanca y salpicada aquí y allá por leves prominencias sin forma definida. Me sentí entonces tan libre y ligero como nunca antes y dispuesto a continuar el incierto camino que aún quedaba por delante. Pero antes de reemprender la marcha quise cerrar los ojos para sentir mejor el peso de la nieve sobre mi rostro, el contorno de los copos cayendo sin tiempo, disolviendo los límites.
Que el 2018 os sea propicio. Un fuerte abrazo.