Nadie diría que estos árboles encendidos son los que esta mañana nos prestaron su dosel frío y azul mientras ascendíamos por este mismo camino que ahora nos trae de vuelta a favor de la pendiente sin más que dejarnos deslizar sobre esas sombras que como raíles se van tendiendo ante nosotros siguiendo la geometría que en estos días de finales de diciembre muestra la forma inapelable de un embudo por el que convergemos hacia el centro del torbellino en busca del cálido colapso en el que nos acabaremos reencontrando cada vez más y más apretados hasta la extenuación o hasta el abrazo.
(Desconozco si esta breve descripción encierra algún significado oculto, alguna revelación, cierta parábola. He de reconocer que a estas alturas del relato solo aspiro a entender la mecánica elemental de las cosas. Y aun esta se me antoja una tarea excesiva.)
Ojalá en estas fiestas todos encontremos un feliz punto de encuentro.