jueves, 21 de junio de 2018

Salón de trofeos




   Cuando estoy triste tomo asiento y contemplo mis trofeos. Mus, fotografía, bádminton, novela corta, mejor proyecto filantrópico, parchís… Disfruto recordando la manera en que gané cada uno de ellos. Pintura rápida, fútbol-sala, ensayo, empresario del año, tres en raya… Y no sé si estoy más orgulloso de aquellos que fueron el fruto de duros años de entrenamiento o de los que gané gracias a la pura coincidencia del azar. O de aquellos otros en los que una oportuna amistad o un favor pendiente entre los miembros del jurado hizo inclinarse la balanza de mi parte. Tal vez son estos últimos los que me producen una emoción más intensa porque en ellos veo la recompensa de algo mucho más valioso que un talento inmerecido por innato, una habilidad más o menos fútil o una tenacidad cercana a la tozudez. En esos votos que se juegan su propio honor por concedérselo a mi persona hay más valor que en todos los logros basados en una competencia sin sentido. Son premios al comercio sutil de las promesas, al saber con quién y cuándo, al quid pro quo que sostiene la sociedad entera, que la cimienta más allá de bases y reglamentos. Mi mayor satisfacción es haber sido capaz de ir devolviendo una a una todas esas deferencias en cuanto he tenido la oportunidad. Por eso cuando estoy triste me siento y contemplo mis trofeos. Baile moderno, interpretación, damas chinas.


miércoles, 6 de junio de 2018

La chica de los números



   Hay fotografías que se imponen desde el mismo momento en que son tomadas, o incluso antes. Otras en cambio aguardan pacientemente a ser llamadas desde el banquillo de los eternos suplentes. Es el caso de esta imagen de hace casi cinco años a la que he regresado a través de la interminable sucesión de las escalas de la luz y de la sombra, del recuerdo y del olvido. Hoy la chica de los números vuelve a cruzar la calle y mi espera al fin tiene su recompensa.


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