Llega un día en que uno descubre que su máxima aspiración es la ausencia de toda novedad, la calma repetición de lo vivido. Podría pensarse que es un acto de rendición o, sin llegar a tanto, la aceptación de una vida cumplida, preámbulo de la vejez y su conclusión inevitable. En el mejor de los casos diríamos que es un síntoma de madurez. Juicios erróneos todos ellos, puesto que no hay ilusión mayor ni utopía más loca que la de una vida predecible, de acogedoras rutinas, sin caras nuevas, sin noticias que no sean las de ayer punto por punto. Yo quisiera más de lo mismo siempre, pero sé que lo inesperado vendrá a mi encuentro allí donde menos lo habría imaginado. Quisiera no ir más allá del uno de enero, con su hartazgo, su resaca y su luz indiferente, me bastaría esa nada dichosa de comercios cerrados, de reposiciones de la víspera, de sobras. Con el uno de enero tendría para el resto del año. Y no necesitaría hacer ni una foto más. Qué plenitud indescriptible.
Saludos y salud para todos. Besos y abrazos también, sin tasa.
Saludos y salud para todos. Besos y abrazos también, sin tasa.