
Y es que hay seres que son inseparables de la tierra y viven con ella en mutua digestión. Llega uno a pensar que hasta la niebla es fruto de su aliento. Así la vaca, que empieza a convertirse en un mito de si misma. Esta vaca, sin ir más lejos, como otras muchas, existe por puro romanticismo. Pepe, el hombre que le procura los pastos, tiene otros ingresos y hace tiempo que la vaca ya no es su modo de vida. Sin embargo, forma parte todavía de su manera de vivir. La leche y la carne están en el supermercado, y a la postre uno puede alimentarse de sucedáneos condimentados con recuerdos. Pero ¿cómo medir el tiempo sin el paso lánguido de la vaca que regresa? ¿cómo sustituir su presencia protectora? ¿cómo reconocer la propia casa sin el olor acre que proporciona al hogar su densidad inconfundible?