miércoles, 29 de octubre de 2008

Autorretrato tramposo


Pensando en colgar un autorretrato, acabé colgando una foto de mi hijo. Creo que así salgo más favorecido. Tal vez porque no nos parecemos en nada. Toda una suerte. Yo me ahorro un montón de culpabilidades sin remedio y él se libra de la obligada tarea de hacerse diferente a mí. Es verdad que aún quiere parecérseme, pero eso es solo porque todavía es demasiado pequeño para poner nombre propio a sus miedos. Entre tanto, somos felices viviendo en este malentendido que es la infancia, y mientras dura vamos con nuestro billete de ida en el mismo vagón de tren, frente a frente: el me mira a los ojos cuando no me entiende y yo miro a los suyos cuando le entiendo demasiado. Llegará un día, no lo sé, en que empezará a parecérseme sin quererlo. Tal vez para entonces yo haya cambiado tanto que le miraré a los ojos sin entenderle y él mirara a los míos comprendiendo toda mi perplejidad, de nuevo frente a frente, con un billete de vuelta entre los dedos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Entraña de otoño


Como la ceniza de un cigarrillo sobre la pechera, el otoño se abre camino hasta el corazón. Cuando sentimos su quemadura, ya nos hemos quedado helados de puro desnudos.

jueves, 23 de octubre de 2008

De la parábola a la parabólica

Aveiro


Siempre hay que estar atento a las señales del cielo. A todas. Desde nuestra morada, humilde pero con las ventanas abiertas, tratamos de escuchar todos los mensajes, los divinos y los menos divinos, porque nunca se sabe dónde será pronunciada la palabra necesaria. Se ha dicho que la televisión, junto con el cine, es un invento del diablo, pero lo cierto es que hoy por hoy encierra ya casi la única liturgia reconocible y con capacidad de convocatoria. En cuestión de imaginería cualquier anuncio de colonias va bastante más lejos que las más arrebatadoras pinturas de nuestras catedrales. Y entre una imagen de San Antonio y una imagen Full HD 1080p, francamente, no hay color. Además puestos a elegir entre los santos mediadores y los presentadores mediáticos, ¿a quién creer, sobre todo a la hora del telediario? En fin, que con cuarenta y cinco canales de medio mundo ya no hay más allá, todito está acá, un acá ubicuo que arde en cada habitación de nuestra casa como zarza incombustible, a golpe de mando y sin golpes de pecho innecesarios. Sin embargo, no conviene olvidar del todo las ofrendas, exvotos y oraciones, al menos mientras ciertas necesidades no las cubra el teletienda ni el consorcio de seguros. Así que, una vela a cada uno y un huevo en cada cesto, que no están los tiempos para más fidelidades, como no sea la de recordar de vez en cuando que el mejor espectáculo pasa cada día delante de nuestra ventana, aunque sea bajo la tosca forma humana de un desconocido con una cámara de fotos.

lunes, 20 de octubre de 2008

Complicado y antiguo


Recibo recado en forma de premio por parte de dos colegas blogueros, muy majos ellos: Siempre veo Amanecer y Vive Malabar. No se si saben (seguro que sí) que para mí el premio mayor es cada uno de los segundos que me dedican, y con esa misma moneda, que gasto con placer, procuro corresponder. El mencionado recado lleva además dos encargos. Uno, premiar a otro seis blogueros de mi predilección, tarea que me salto por lo que acabo de decir. El otro, enumerar seis cosas sin importancia que me hacen feliz. A este sí me apunto. Me resulta simpática esa seriedad escolar que tienen las enumeraciones. Aún así, me ha costado, no creáis. Porque, como es lógico, todo lo que me hace feliz me parece de lo más importante. Pero quizás hay también felicidades sin importancia y de éstas se me ocurren tantas que no sabría por donde empezar. Pongamos, por ejemplo, las siguientes:

- Qué me sirvan con el café una sonrisa que no he pedido.
- Ser capaz de indicarle una dirección a un desconocido que me pregunta por la calle.
- Pasarme de estación o de parada por culpa de un buen libro (una sola estación o parada, dos a lo sumo; tampoco hay que pasarse de felices).
- Encontrarme a la salida del cine con las calles de una ciudad y no con los pasillos de un centro comercial.
- Culminar con éxito cualquier reparación casera (por insignificante que ésta pueda parecer; a mí ninguna me lo parece)
- Fotografiar cosas complicadas y antiguas, como un helecho.

Si a alguno le apetece, puede continuar el ejercicio.

viernes, 17 de octubre de 2008

La montaña mágica

Picos de Europa - Macizo de Central o de Les Urrieles


Fue hace ya un par de semanas. Una excursión sin apenas dificultades entre Ortiguero y Asiego (en el concejo de Cabrales), que en los libros aparece artificialmente bautizada como “ruta del balcón del Naranjo de Bulnes”. El Naranjo, el Urriellu o simplemente el Picu, es una de las cimas míticas de esta tierra, sobre todo desde que allá por los años 60 algunos decidieran apostarse la vida con ella, y la perdieran. Reconozco que la elección de la excursión no fue casual: tras algunos años de separación, necesitaba verla de nuevo. Apenas llevábamos veinte minutos de camino, cuando la senda giró al oeste y apareció su silueta inconfundible y desafiante: la ola perfecta brotando de entre la tempestad de piedra. Solo en una ocasión, ya lejana, llegué a sus pies y toqué con mis manos su piel caliza. La verdad es que allí, tan de cerca, parecía una más entre las otras. Pero en la distancia gana mucho. Como toda primadonna, necesita el decorado adecuado para interpretar bien su papel (en el fondo no es nadie sin sus comparsas). Pero el recuerdo se desvaneció pronto. La montaña, tal vez por su naturaleza estática, obliga a la acción. Soporta mal un éxtasis prolongado porque su vida está en nuestros pasos, su movimiento es el nuestro y sus cambios son solo puntos de vista diferentes. Así que a lo largo del camino, según variaba la luz y nuestra perspectiva, la retraté en casi todas las posturas, probé casi todos los encuadres: vertical y apaisado, angular y zoom extremo, con hojas en primer plano, o con arbol entero, con vaca o con cuadra, con carretera o con camino, el Picu con gente o el Picu solo. Todas fueron imágenes plenas de luz y de profundidad. Fotos inolvidables. Y prescindibles. Al volver a casa, una a una las fui revisando y enviando al limbo de la papelera virtual, que luego vacié. Indulté esta que ahora veis, no por ser la mejor, sino solo por ser la última. Y por los viejos tiempos. Ahí os la dejo. Espero haberme librado de ella para siempre.

martes, 14 de octubre de 2008

Portada y contraportada

Playa de San Lorenzo - Gijón


Como cada mañana, con el mismo gesto con el que despliego el periódico y lo tenso, agarro a la realidad por las solapas y la sostengo en vilo y la zarandeo para que diga toda la verdad y nada más. Sé que es cobarde y que si la aprieto un poco cantará de plano. Es cierto que a veces se me va un poco la mano y se me queda entre los dedos la esquina desgarrada de la página de economía o de internacional. Son gajes del oficio. Pero es que solo así deja de calentarme la cabeza con los mismos titulares de siempre y empieza de una vez a largarme la letra pequeña y a darme nombres, sobre todo nombres y fechas y lugares, todos esos datos esenciales que se ocultan entre líneas. Al final siempre acaba desembuchándolo todo, entre alguna que otra mancha de café y algunos espumarajos de mayonesa. La realidad en el fondo es débil. Me recita hasta las alineaciones del partido del domingo. Cuando tengo toda la información la abandono descoyuntada en cualquier esquina. Ella sabrá reponerse con sus tintes de todo a cien. Pero siempre acabo con la misma extraña sensación. Me temo que ella, como todo buen chivato, solo me dice aquello que quiero oír. Entre otras cosas porque sabe que en caso contrario yo jamás la creería.


En alguna que otra ocasión me he visto tentado de alzar la vista y mirar en otra dirección, buscar un barrio menos frecuentado donde pegar la oreja a las paredes del húmedo callejón o escuchar sin más el chismorreo del viento. El viento nunca me ha mentido. Pero también es cierto que de él nunca he sacado más que una maldita otitis.


viernes, 10 de octubre de 2008

Escalas y pentagramas

Hotel Meliá Ría - Aveiro

Se llama pentagrama a esa estrella de cinco puntas que aparece inscrita en el interior de un pentágono cuando unimos con diagonales todos los vértices de éste. Los segmentos resultantes de las intersecciones de esas diagonales se relacionan entre sí mediante un número entre mágico y divino: la famosa proporción áurea, que desde la Antigüedad hace las delicias de los matemáticos y aficionados a la misteriología. En el hotel, a través de ese pentagrama imaginario que nace de un pentágono surgido de un reflejo, veo pasar las notas que el pianista va desgranando cada noche cuando dan las diez, a partir de otro pentagrama también imaginario, porque hace tiempo que toca sin mirar la partitura, siempre los mismos temas, en el mismo orden, con la misma cadencia. Y con la misma decadencia. La armonía de sus notas es fruto también de una escala matemática y por ella ascienden viejos boleros las sucesivas plantas del hotel y penetran las estancias tapizadas de moqueta. El pianista piensa en sus cosas mientras toca “Bésame mucho” versioneado al estilo de Duke Ellington. Yo mientras escucho, pienso en todas estas curiosas simetrías. Pero tal vez en ese mismo instante en alguna habitación alguien, aprovechando la coyuntura musical, acerca sus labios a otros labios. Y tal vez estos otros labios se apartan heridos, hartos o displicentes, quebrando al fin tanta absurda simetría, tanto estéril equilibrio. Recordemos que, según los premios Nobel de la Física, el universo surgió de la ruptura de una simetría gracias a un leve exceso de materia.

martes, 7 de octubre de 2008

Octubre

Gijón

Llega un día en que la lluvia te sorprende con zapatos de verano. Tú evitas los charcos, procuras prestar toda la atención y no pisar allí donde las luces de los coches y los edificios se reflejan. Pero no sabes, o no recuerdas, que la suela de tus zapatos está surcada por una costura que recorre su contorno. A través de las mínimas puntadas de esa costura la humedad va penetrando en el interior desde el asfalto y las aceras. Traspasada la piel de nylon del calcetín, tus pies no tardan en convertirse en esponjas y los dedos, como si ya no fueran del todo tuyos, se retuercen, se separan y se encogen con una vida propia, recién descubierta. La humedad ya es una marea que trepa la piel clara de tus mocasines en forma de mancha que empieza en la puntera y va invadiendo el empeine cuando tú no miras. Aunque sabes que nadie te ve, porque van demasiado ocupados tratando de convencer a sus paraguas para que se abran o se cierren según la coyuntura, no te atreves a sacarte los zapatos. Observas preocupado cómo el fondo de los pantalones se oscurece, cómo adquiere la misma densidad de las nubes que acuden desde el oeste y se acomodan sobre el tétrix del horizonte. Pronto sientes una mano líquida que no se conforma con tomarle la medida a los tobillos. Piensas entonces que, a pesar de la que está cayendo, lo único que ocurre hoy es que está lloviendo al revés. Y con ese pensamiento cierras, por inútil, el paraguas, y con ambas manos liberadas abres la cremallera de la bolsa y extraes la cámara.

(Nota técnica: La foto no es un HDR, aunque para el caso...)

sábado, 4 de octubre de 2008

Cuestión de coordinación

Aveiro

Para el tenis, para el baloncesto, para la natación, y no digamos para cualquier modalidad de la gimnasia, una buena coordinación de pies y manos es fundamental. Lo que uno no sabía es que también para acciones tan poco olímpicas como ponerse un pendiente se requiere componer una figura tan cercana a la armonía. No sé si hacerme escultor o colocarme unas aretas.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Retrofoto

Nazaré

Al atardecer desciendo la calle leve y apacible y oigo de pronto a mis espaldas voces que encuentran la respuesta de unas risas y el eco de saltos y carreras. Un chaval viene trazando un zigzag que le lleva alternativamente del suelo a las fachadas y de las fachadas al suelo. Es como si toda superficie se volviera elástica bajo sus pies. Dos niñas que quieren dejar de serlo le festejan tales exhibiciones acrobáticas. Una especie de big bang hormonal sacude la tarde antes de que se desvanezca.
Sin dejar de caminar en la dirección que llevo, mirando hacia delante y sabiendo que el animado trío se me acerca por la espalda, sostengo la cámara vuelta hacia atrás a la altura de la parte interior de mi muslo derecho, y aprieto el obturador a la buena de dios, con la misma fe del que dispara en el tiro de feria con una escopeta trucada. Igual que aparecieron, callan las voces de repente. Tomaron, creo, la dirección de otro callejón que se pierde a la derecha.
Me doy cuenta de que mi cámara y yo a menudo miramos en direcciones opuestas: yo hacia delante, más que nada para evitar el tropezón, mientras que ella se empeña en escudriñar hacia el pasado como un telescopio que observa las estrellas de hace un millón de años. Esas estrellas que se extinguieron como los ecos de un callejón en el límite de cualquier galaxia.

Archivo del blog