jueves, 31 de enero de 2019

Agudeza visual



   Desde niño soy corto de vista. Mal que bien, pasé por el estigma de las gafas, un torpe injerto de lentillas y la ansiada cirugía milagrosa. Pero, para qué engañarme, sigo siendo corto de vista. 

  Con los años he terminado por asumir mi condición y he logrado acostumbrarme a un mundo inacabado, sin aristas, y a un cierto grado de inconcreción en todas las cosas. 

  Condenado a vivir en permanente lejanía, he aprendido a reconocer a mis amigos y vecinos por su forma de caminar, mucho más fiable que los rasgos indefinidos y cambiantes de su rostro. 

  Cuando cae la luz enmudecen para mí los carteles publicitarios y se funden farolas con semáforos. Sustituyo entonces las certezas por indicios. Y si he de conducir procuro hacerlo por lugares familiares en los que dejo que la memoria del día me guíe por los caminos borrados de la noche. 

  Fotografío siempre por aproximación y solo cuando veo las fotos en la pantalla de la cámara o del ordenador descubro la multitud de los detalles que convierten al mundo que me rodea en un lugar tan prolijo como inabarcable, pero no más bello. 

  En el fondo de mí albergo el miedo inconfesado a quedarme ciego algún día. Por eso a veces, como el que anticipa y acepta su destino, cierro los ojos y sigo disparando.


jueves, 24 de enero de 2019

Fragmentación y recombinación




   El fotógrafo ya ha estado aquí en otras ocasiones. Tal vez por eso hoy puede entregarse a la tarea de fotografiar sin que la novedad del lugar le distraiga y sin que la necesidad de representarlo le condicione. 

   Se aplica pues a una disección selectiva del espacio que le rodea y obtiene algunas muestras, no demasiadas ni demasiado interesantes, pero suficientes para apartar de su mente cierta revelación que se le impone con la insolencia de lo evidente cuando, en un momento de desdoblamiento, se ve a si mismo recortando la realidad en pedacitos rectangulares, descuartizándola, llevado por la ingenua convicción de que algunas de esas partes tendrán un valor no originado en el todo al que pertenecen sino producto de su propia destreza para identificar determinadas combinaciones de elementos que, de acuerdo a un código compartido, podrían considerarse válidas o incluso valiosas. Esta idea, claro está, no aparece verbalizada en su cabeza de este modo, sino bajo la forma de un agudo sentimiento de ridículo que le resulta imposible soslayar durante los interminables segundos que dura la angustia del conocimiento. 

    Sin embargo, cuando más tarde el fotógrafo extiende los recortes en la pantalla del ordenador y comprueba que algunos sobresalen por encima del resto, observa cómo comienzan a establecerse inesperados nexos entre ellos, recombinándose hasta dar lugar a una nueva continuidad que deja en evidencia la falacia de la fragmentación que el fotógrafo descuartizador trataba de imponer. Esto le alivia sobremanera pues comprende que su absurda labor es al menos perfectamente inocua. Tampoco su ignorancia acerca de las leyes que rigen esta nueva articulación de lo real le incomoda en exceso. Por el contrario, se congratula de que para la interpretación de estos fenómenos ya estén lo gurús del arte y los analistas políticos.


jueves, 17 de enero de 2019

La hora incierta



   De algún modo cada faro es el faro del fin del mundo: el último bastión de la última frontera que somos capaces de defender con cierta solvencia. Y la última instancia de los que se aventuran extramuros. Ni el GPS ni todos los satélites que orbitan sobre nosotros han conseguido apagar los faros: ondeando en la oscuridad su luz es la bandera que representa la patria común de la noche, esa en la que el sueño y el cobijo nos devuelven a una fraternidad umbilical a prueba de discursos. 

   Sin embargo, desde el faro de Camarinal esta sensación de finis terrae se diluye a medida que se encienden las luces de la costa y comienza a emerger en el horizonte otro litoral, espejo del nuestro, con sus poblaciones y sus faros y sus acantilados donde otros ojos tal vez nos imaginan: desde Ceuta hasta Tánger una línea de puntos se dibuja casi como una prolongación de la que a nuestra izquierda llega hasta Tarifa. 

   Así, en esa hora incierta en que se mezclan los últimos rescoldos del día con las primera llamas de la noche y en la que nuestros cuerpos se aligeran y se funden, el faro se convierte en umbral. Y mientras nos prometemos saltar algún día al otro lado, no podemos evitar vernos ya en sus ojos y desde sus ojos mirarnos.


miércoles, 9 de enero de 2019

Orilla del Majaceite



   También allí, bajo el denso dosel vegetal, llegaba el calor que supuraba de mi frente en gruesas gotas, morosas como las horas de aquel tórrido mediodía de finales del verano. En vano seguí el curso del cordón de mis zapatillas a través de ojales, bucles y lazadas con la intención de adivinar de cuál de sus extremos había de tirar si quería entregar mis pies al frescor que el río prometía. Mis manos sudorosas sostenían los cabos del diabólico artefacto en que se había convertido la mañana: solo uno de ellos liberaba el nudo, el otro lo estrangulaba. Artificiero del instante, cerré los ojos, contuve la respiración y, sin cuenta atrás, me encomendé al dios de los esclavos a los que no les queda otra que jugársela.


martes, 1 de enero de 2019

Página 19



   Pero tal vez esa geometría del embudo de la que hablábamos ayer no sea más que una ilusión producida por una percepción demasiado parcial. Si abrimos foco y ampliamos el plano podremos comprobar que ese descenso vertiginoso de las últimas horas del año se ajusta mejor a la curvatura que describe el borde interior de la página de un libro, allí donde la hoja busca la juntura del lomo en el que se inserta hasta desaparecer por el pliegue más íntimo, cauce del que nace la abrupta vertiente que habremos de remontar para alcanzar la llanura de la página siguiente. 

   A partir de aquí las teorías son contradictorias. Hay quien sostiene que esta nueva página ya ha sido escrita y vivir es tan solo leer la novela de la propia vida. Otros defienden en cambio que la página está en blanco y vivir es escribir el relato del que somos involuntarios protagonistas. Por mi parte soy de los que piensa que todo está escrito pero aun queda colocar los signos de puntuación en los lugares apropiados.


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