Naufragio inverso: un contratiempo mecánico nos obliga a modificar nuestros planes y nos devuelve al mar del que partimos. Esta tarde habremos de conformarnos pues con el grito azul de los acantilados y el trabajoso caminar entre las dunas.
Nos recibe un viento terral e inmisericorde y una nube vertical como un cuña en mitad de un lienzo: tiene un aire de ídolo tosco, antinatural, y estamos casi convencidos de que oculta una nave alienígena. Cada diez pasos miramos de reojo, por si acaso.
Contra todo pronóstico el viento no la desbarata. La nube permanece firme en su voluntad de ser lo que quiera que sea eso que parece y no parece una nube. Lo prodigioso se afianza. También en nosotros, que vamos claudicando y tratamos de pensar en otras cosas, y comentamos, por ejemplo, sobre plantas y cascajos de la zona como si eso nos importara algo.
Mientras tanto la nube experimenta una maduración voluptuosa: la luz cada vez más horizontal la dota de volúmenes nuevos, atrevidos incluso. Esta tarde es su adolescencia.
Cuando un escalofrío recorre nuestra espina dorsal lo interpretamos como una señal para el regreso. Descendemos hacia las dunas entre uña de gato y cola de ratón, y caminamos en dirección a la nube que ahora parece reconcentrarse para iniciar un giro sobre si misma.
Escrutamos con desgana los despojos de los últimos temporales: nuestra civilización nos ha degradado a la triste condición de arqueólogos del plástico.
A medida que nos acercamos a la nube ésta se vuelve más y más imperativa. Se ha hinchado tanto que hasta el mar reprime sus impulsos, se encoge de hombros, se mete en sí mismo. La noche cae sin ruido. Los límites se desvanecen. Seguimos esperando a los extraterrestres.
Nos recibe un viento terral e inmisericorde y una nube vertical como un cuña en mitad de un lienzo: tiene un aire de ídolo tosco, antinatural, y estamos casi convencidos de que oculta una nave alienígena. Cada diez pasos miramos de reojo, por si acaso.
Contra todo pronóstico el viento no la desbarata. La nube permanece firme en su voluntad de ser lo que quiera que sea eso que parece y no parece una nube. Lo prodigioso se afianza. También en nosotros, que vamos claudicando y tratamos de pensar en otras cosas, y comentamos, por ejemplo, sobre plantas y cascajos de la zona como si eso nos importara algo.
Mientras tanto la nube experimenta una maduración voluptuosa: la luz cada vez más horizontal la dota de volúmenes nuevos, atrevidos incluso. Esta tarde es su adolescencia.
Cuando un escalofrío recorre nuestra espina dorsal lo interpretamos como una señal para el regreso. Descendemos hacia las dunas entre uña de gato y cola de ratón, y caminamos en dirección a la nube que ahora parece reconcentrarse para iniciar un giro sobre si misma.
Escrutamos con desgana los despojos de los últimos temporales: nuestra civilización nos ha degradado a la triste condición de arqueólogos del plástico.
A medida que nos acercamos a la nube ésta se vuelve más y más imperativa. Se ha hinchado tanto que hasta el mar reprime sus impulsos, se encoge de hombros, se mete en sí mismo. La noche cae sin ruido. Los límites se desvanecen. Seguimos esperando a los extraterrestres.