sábado, 31 de agosto de 2019

Helena



   Encontrarte hoy aquí, en este ruin depósito de ruinas, me ha parado el corazón. He querido hablarte, pronunciar tu nombre en tu presencia, pero ha pasado tanto tiempo que probablemente ni siquiera hablemos ya el mismo idioma. Tal vez nunca lo hicimos, pero supongo que entonces las palabras no eran necesarias. 

  Qué tarea tan concienzuda, tan despiadada. Hay que ver cuánto trabajo se han tomado para romper cada vasija, cada ánfora, cada copa en la que tú y yo bebimos un día los vinos más exquisitos traídos de los últimos confines del reino. No ha sido el tiempo el artífice de tanta destrucción sino la envidia. 

  Toda aquella ridícula historia del rapto que urdieron mis consejeros para justificar otra invasión más, me favorecía: poco me importaba a mí aquella ciudad a las puertas del Helesponto, pero acaso una guerra era la única manera de mitigar el hecho insoportable de tu marcha, así como un dolor con otro dolor se calma. 

  Errante a través de las edades, quizás ahora pueda descansar, sentado en este rincón de la sala, por donde pasan cada día cientos de ignorantes a los que vigilo y reprendo si tratan de acercarse a cualquier objeto que tu mano sostuvo o que tus labios convirtieron en reliquia. Saber que aún vives en carne mortal alimentará mis sueños de fantasma por el resto de la eternidad.


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