miércoles, 26 de junio de 2019

Emersión



   Solo es posible observar el exterior a través de un complicado juego de espejos. El capitán se aferra al manillar del periscopio, hunde sus ojos en el visor y traza lentamente la circunferencia del horizonte. No hay buques enemigos a la vista. Durante unos minutos las escotillas permanecerán abiertas y los motores apagados. El oxígeno, con un lejano rumor de válvulas distendidas, irá penetrando en los depósitos. Apenas algún tímido destello escapará del casco que tiene la dureza gris mate del granito. Los charranes sin detener su vuelo repararán en ese islote efímero que altera apenas la geografía del océano. En ese intervalo la tripulación fumará sus cigarrillos con caladas largas y profundas. Radares, torpedos, cargas de profundidad, lejanas explosiones, temblores: nada de eso habrá existido durante el tiempo que el acopio de aire requiere antes de volver a sumergirse. El capitán demorará la orden unos segundos más allá de lo prudente. Ignorará que el tiempo es un contenedor de gelatina que no puede estirarse sin romperse.


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