lunes, 30 de diciembre de 2019

1 de enero



   Llega un día en que uno descubre que su máxima aspiración es la ausencia de toda novedad, la calma repetición de lo vivido. Podría pensarse que es un acto de rendición o, sin llegar a tanto, la aceptación de una vida cumplida, preámbulo de la vejez y su conclusión inevitable. En el mejor de los casos diríamos que es un síntoma de madurez. Juicios erróneos todos ellos, puesto que no hay ilusión mayor ni utopía más loca que la de una vida predecible, de acogedoras rutinas, sin caras nuevas, sin noticias que no sean las de ayer punto por punto. Yo quisiera más de lo mismo siempre, pero sé que lo inesperado vendrá a mi encuentro allí donde menos lo habría imaginado. Quisiera no ir más allá del uno de enero, con su hartazgo, su resaca y su luz indiferente, me bastaría esa nada dichosa de comercios cerrados, de reposiciones de la víspera, de sobras. Con el uno de enero tendría para el resto del año. Y no necesitaría hacer ni una foto más. Qué plenitud indescriptible.



Saludos y salud para todos. Besos y abrazos también, sin tasa.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Alféizares y parapetos




   Alguien que sabe de esto me dijo hace tiempo que cuando escribo construyo castillos de palabras. Cuántas veces he pensado en aquel certero diagnóstico. Porque eso es exactamente lo que hacía entonces y sigo haciendo ahora: cojo la paleta, un poco de cemento y voy colocando un ladrillo al lado de otro hasta completar la primera fila. Y después empiezo con la siguiente. Y luego otra más. Cuando la pared alcanza mi altura doy un paso atrás, me aseguro de que se sostiene por si sola y ya solo me queda rematar aquí y allá. Ver el muro terminado, tan sólido y esbelto, me sorprende y regocija a un tiempo. Pero el paisaje se ha quedado fuera. Siempre se queda fuera. En realidad lo que yo quisiera es abrir ventanas. Menos parapetos, más alféizares. Esa sería la consigna. Quién sabe, a lo mejor ha llegado el momento de decir a las manos que cojan el mazo de una vez y se dejen de cemento.

martes, 10 de diciembre de 2019

Maquillaje




   Aprovechando las últimas candilejas de la tarde, con la mano temblona pero voluntariosa, sujeta el perfilador entre el índice y el pulgar y repasa primero la amplia curva de las cejas, luego delinea la mirada hacia las sienes, con el pincel acomoda sobre los párpados la sombra y finalmente aplica el rímel que cae como una helada negra sobre las últimas pestañas que resisten al otoño. Ajena a los estragos, a las especulaciones, a los proyectos sucesivos y a sus sucesivos abandonos, abre y cierra los ojos con pesadez de membrana, evalúa el efecto un tanto teatral sobre su pálida piel coloreada, y ahora sí, sola y dignísima, aguarda la visita de los gatos, el paso apresurado de los runners y la ronda infinita del vigilante sobre la antigua ciudad de vacaciones, encargado de preservar el lento desmoronarse de un escenario donde, trece años después de su cierre provisional, los actores siguen repasando los papeles a la espera del reestreno de una obra que hace tiempo se cayó de todos los carteles. El productor financia ahora otro tipo de espectáculos.



viernes, 29 de noviembre de 2019

Encuentro en la sierra




   Sin otra referencia que el frío que cubre la mañana como una lona bien ajustada, se ha dejado llevar por las pistas ganaderas que recorren los pastizales de la sierra. Sin más señal que la voz cascada de los cuervos y el perfil uniforme de los montes que parecen haber tocado techo, abandona el viejo land rover y echa a andar sobre la hondura que la nieve tejió. Y sin otro indicador que el aire envuelto en una luz huérfana, vestigio de un sol venido a menos, termina por encontrarse con él, frente a frente, como en un western de serie b, y no sabe si ese tipo allí plantado es el último de un ejército en retirada o la avanzadilla de otro que ya viene tomando posiciones, si su desafío es fruto de la confianza o de la desesperación. 

  Recuerda entonces y comprende aquel juego de la infancia: el primero que se mueva pierde, el primero en cerrar los ojos paga. Así que contiene la respiración, conjura el frío, presiente los síntomas irreprimibles del estornudo.



viernes, 22 de noviembre de 2019

La estancia



   Talar, desbrozar, arrancar. Una vida en guerra contra la jungla sempiterna, manteniendo a raya a todo ese regimiento de raíces, brotes y malas hierbas que cercaban la parcela ganada al bosque y acechaban la casa que primero fue de tablones y más tarde del mejor granito traído de las tierras altas. Toda una vida convertida en azote de la exuberancia, una existencia de machete y herbicida, una estancia levantada y defendida con la fibra de sus brazos, con sus manos nudosas bajo la áspera corteza de una piel madurada en la estación seca, macerada en la lluviosa, fermentada en esa sopa frondosa de aullidos y mosquitos que es la noche. Y todo ese empeño y esa gesta laureada al final de sus días con el triunfo del césped y un patio interior donde ahora cultiva con esmero las variedades botánicas más hermosas de la selva. 


viernes, 15 de noviembre de 2019

Como pez en el agua




          Errado el augurio 

          de un día radiante,

          sobre el templo de Delfos

          el aguacero descarga:

          los turistas huyen 

          hacia los autobuses, 

          canta la lluvia

          con ecos antiguos,
          
          de la tierra fluye 

          la dormida simiente, 

          una cigarra tiembla

          bajo la encina callada,

          entre las ruinas espero 

          como pez en el agua.



jueves, 7 de noviembre de 2019

Comunicación no verbal



   Del mismo modo que otras especies de este planeta, como insectos, arácnidos o crustáceos, están dotados de un exoesqueleto que les procura una adecuada protección de sus órganos internos, también el ser humano ha logrado desarrollar una red neuronal externa mediante la cual ha trasladado fuera de su cerebro todas sus funciones superiores, incluidas memoria, razonamiento y planificación, además de un incipiente control de las emociones. Gracias a esta notable mejora, los humanos pueden acceder de manera instantánea a todo el conocimiento almacenado por su especie, prescindiendo así del costoso e imperfecto proceso de aprendizaje, así como comunicarse con otros individuos sin necesidad de emitir señales físicas, de tal manera que la superación de la palabra ya es considerada como un salto evolutivo solo equiparable al de su aparición. Se calcula que una simple mirada puede transportar tanta información como cientos de horas lectivas o interminables conversaciones y debates, con el consiguiente ahorro en tiempo, salarios y malentendidos. El provecho que la especie puede extraer de todo ese excedente aún está por determinar, por lo que se estima conveniente continuar el estudio y seguimiento de estos curiosos seres.


miércoles, 30 de octubre de 2019

Temblor en Meteora



   Lentamente se abre paso a través de la tierra y de los siglos la mano crispada de un cíclope que yace bajo la llanura de Tesalia. Con el corazón acelerado correteamos entre sus dedos los ratones y creyéndolos montañas de arenisca admiramos sin saberlo la filigrana de sus huellas dactilares, los delicados pliegues que articulan sus falanges, las líneas de la palma de su mano que tomamos por senderos hacia otras regiones más felices, cuando en realidad todo ese ondear de estratos y de simas no es más que el troquelado por donde, sin previo aviso, quebrará sobre nosotros sus dedos el gigante.


sábado, 19 de octubre de 2019

Mediodía de azoteas




Aguarda a que ascienda la soga 

impar del mediodía, 

deja que trace el sol sobre tu nuca 

una perfecta bisectriz. 

Solo entonces se fundirán las sombras 

y resolveremos al fin el laberinto.




jueves, 10 de octubre de 2019

La puerta



   Una vez sofocadas las últimas revueltas, el tirano quiso levantar un templo digno de su poder, un templo capaz de honrar a los dioses y sobrecoger a los hombres por igual. Contrató para ello al más afamado de los arquitectos del momento, el cual aceptó el encargo a condición de gozar de entera libertad en el proyecto y de que permanecieran en secreto todos sus detalles. Aunque el tirano no estaba acostumbrado a negociar condición alguna, era tal su deseo de notoriedad que cedió a sus exigencias. El arquitecto ordenó entonces levantar una puerta fastuosa de más de ocho metros de altura y veinte toneladas del mejor mármol de las canteras de la isla. Imaginar las restantes dimensiones del edificio a partir de aquella puerta descomunal se convirtió en uno de los pasatiempos predilectos de nobles y curiosos. 

  Pronto los rumores acerca de la portentosa construcción comenzaron a circular de boca en boca y de isla en isla hasta alcanzar los últimos rincones del Mediterráneo y aunque ni tan siquiera se habían llegado a colocar los basamentos, ya se hablaba del diámetro de sus columnas innumerables que diez hombres no serían capaces de abarcar, del brillo cegador de sus escalinatas al amanecer, de la riqueza de sus frisos, tan vivos en la representación de la vida y la muerte que hacían llorar a quienes los veían por primera vez. A medida que las noticias del templo se propagaban por los reinos más apartados, cada detalle suyo ganaba en admiración y maravilla. 

   Cuando tales rumores llegaron a oídos del tirano, quiso saber si en efecto el templo llegaría a ser tan prodigioso como se decía, a lo que el arquitecto contestó que podía comprobarlo cuando quisiera ya que con aquella espléndida puerta daba el templo por concluido: no sería él quien pusiera en riesgo su propia reputación como arquitecto ni la gloria y autoridad de su señor añadiendo una piedra más, que por otro lado resultaría a todas luces superflua.


viernes, 4 de octubre de 2019

Transitiva



   Franqueo con limpieza el arco de metales, me giro y me despido de mí, al otro lado, con un gesto apenas perceptible de la mano y de las cejas. Los dos sabemos que jamás volveremos a vernos, pero disimulamos. 

  Pronto las islas, los olivares, los puertos, las ciudades devienen mapa, una superficie desvaída de verde, ocre y azul punteada por las nubes. 

  Más allá de la tarde y de la cinta de equipajes me aguardo. Entre la riada de viajeros que llegan busco mi rostro hasta reconocerme. Cortésmente me ofrezco a llevarme la maleta. Accedo y con las manos vacías contemplo cómo me alejo por los pulidos bulevares de la terminal.


viernes, 20 de septiembre de 2019

Familia real




   Ya está bien. A ver si les prestas un poquito de atención, que son tus hijas. Bastaría una pequeña parte del tiempo que malgastas con clientas, amigas, vecinas, conocidas, turistas y cualquiera que pase por la calle. Llevarlas al parque o la playa alguna vez, como hacen todos los padres. Tampoco es pedir tanto. Ellas son calladas y obedientes, no se merecen el trato que les das. ¿Recuerdas? Querías una esposa siempre joven y unas hijas que no crecieran nunca, tan inocentes, tan graciosas, y nos hemos aplicado a la tarea como jamás hubieras podido imaginar. Pero al parecer te has cansado de nosotras: a ellas las acusas de inmaduras y a mí de previsible, como si no fuéramos espejo de ti y de tus caprichos. Te crees mejor, más importante, por tener dinero, papeles y una sonrisa con la que engatusar a las mujeres. Pero no te engañes, todo eso no es más verdad que esta fotografía y en su interior nosotras y tú somos lo mismo.



viernes, 13 de septiembre de 2019

Deslocalización de la memoria



   Hoy dictan sus últimas palabras las chimeneas de mi infancia. Expertos operarios cierran en estos momentos los ojos a los hornos. Con las alas cortadas los dragones agonizan. En vano espero ver retorcerse una vez más las bocanadas de vapor nublando el cielo.

 Son las mismas altas torres que mi padre señalaba –yo aún caminaba de su mano- mientras nombraba uno por uno los talleres: baterías, hornos altos, convertidor, sínter, laminación..., el mítico escenario donde Hefesto y sus Dáctilos templaban la chapa de los Seat. Todo, el aliento acre que nos hacía llorar, las ávidas cenizas que nos daban de comer, también eso se detiene para siempre. Los recuerdos se convierten en vestigios. Y yo debo alegrarme porque han vuelto las nutrias a la ría. 

  Discutiremos largamente si hemos de proteger ese patrimonio del olvido para que grupos de escolares vengan en el futuro a visitar esbeltos jardines de hojalata.  Pero yo sé que en otro lugar estas mismas chimeneas seguirán borrando el cielo, que el veneno siempre encuentra quien lo apure y que mi antiguo paisaje encuentra ya otros niños en los que anidar. Son ellos, niños de piel oscura o amarilla, los que guardarán a partir de ahora mis recuerdos.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Es el mercado



   En torno al Mercado Central reina un ambiente de campo de batalla, dicho esto por quien nunca ha estado en un campo de batalla. Los que no tienen la fortuna de ser titulares de un puesto de venta extienden precariamente sus productos en menos de un metro cuadrado, dicho esto por quien siempre ha dispuesto de acogedores locales para exponer sus obras. Aunque en sus rostros, en sus figuras y en sus ropas están presentes los estragos de los malos tiempos, todavía conservan un ademán elegante, una poderosa dignidad en su pobreza, dicho esto desde la seguridad que proporciona un sueldo fijo. Una ristra de ajos, una docena de huevos, el reluciente amarillo de un kilo de limones, adquieren entonces el protagonismo de piezas únicas, insustituibles, cuyo verdadero precio no podríamos pagar ni con una vida entera de trabajo, dicho esto por quien nunca ha tenido que mancharse las manos de tierra. Toda esta acumulación de colores, olores y bondades voceadas provocan una ilusión de abundancia que en realidad está hecha de una multitud de porfiadas escaseces, dicho esto por quien no ha de volver ni volverá al día siguiente.


sábado, 31 de agosto de 2019

Helena



   Encontrarte hoy aquí, en este ruin depósito de ruinas, me ha parado el corazón. He querido hablarte, pronunciar tu nombre en tu presencia, pero ha pasado tanto tiempo que probablemente ni siquiera hablemos ya el mismo idioma. Tal vez nunca lo hicimos, pero supongo que entonces las palabras no eran necesarias. 

  Qué tarea tan concienzuda, tan despiadada. Hay que ver cuánto trabajo se han tomado para romper cada vasija, cada ánfora, cada copa en la que tú y yo bebimos un día los vinos más exquisitos traídos de los últimos confines del reino. No ha sido el tiempo el artífice de tanta destrucción sino la envidia. 

  Toda aquella ridícula historia del rapto que urdieron mis consejeros para justificar otra invasión más, me favorecía: poco me importaba a mí aquella ciudad a las puertas del Helesponto, pero acaso una guerra era la única manera de mitigar el hecho insoportable de tu marcha, así como un dolor con otro dolor se calma. 

  Errante a través de las edades, quizás ahora pueda descansar, sentado en este rincón de la sala, por donde pasan cada día cientos de ignorantes a los que vigilo y reprendo si tratan de acercarse a cualquier objeto que tu mano sostuvo o que tus labios convirtieron en reliquia. Saber que aún vives en carne mortal alimentará mis sueños de fantasma por el resto de la eternidad.


miércoles, 31 de julio de 2019

La fisura



   Y vio Dios cuanto había hecho y no estaba tan mal para ser la primera vez, es más, estaba muy bien, así que dio por concluida su labor y bendijo Dios el séptimo día y lo santificó. 

   Al no tener nada mejor que hacer, dedicó Dios este día a contemplar su obra en toda su extensión y magnificencia, hasta que halló un pequeño descosido en una de las costuras que permitía vislumbrar al otro lado lo confuso, lo innombrado. 

   Y ya no hizo Dios otra cosa que observar aquella fisura por la que lentamente se iba vertiendo el desorden en el interior del mundo recién creado. Y entonces vio Dios que también aquello estaba bien y lo bendijo. Después creó el fútbol y se le pasó en un pispás el resto del domingo.


domingo, 21 de julio de 2019

Luna roja



   En cierto lugar del Egeo hay una isla de mármol. Las láminas de sus acantilados se confunden con la espuma de las olas y el fulgor lechoso que despide hace que el navegante la tome en ocasiones por una inconcreción de la calima. Baldosas de sutiles vetas rosadas y azules pavimentan las calles de sus aldeas. En el interior de sus capillas los exvotos resplandecen bajo la luz que atraviesa las tejas traslúcidas. Con el mármol más puro se tallan los altares y los cálices: el vino tiene allí un sabor mineral y dicen que aclara la voz y las ideas. 

   No resulta fácil encontrarse con alguno de sus discretos habitantes. En cambio, las más exquisitas estatuas se nos aparecen en cada esquina como si acabaran de salir del cincel de un artista incansable. Con los ojos en blanco algunas parecen alegrarse de vernos. Otras por el contrario se dirían ciegas a causa de tanta luz multiplicada y esbozan un tímido gesto de súplica. Sorprende la ausencia de lápidas en los cementerios: apenas unas pobres cruces de madera de ciprés que han de importar de islas vecinas. 

   Después de ponerse el sol, el mármol pierde el calor con rapidez: arropados bajo el níveo frescor que se apodera de la isla, sus habitantes duermen como niños. Ya nadie queda en vela cuando aparece la luna roja sobre el horizonte, roca tosca que acoge en sí todo el dolor, todos los llantos, todos los odios, todas las culpas.


domingo, 14 de julio de 2019

El oráculo



   Según la leyenda y los designios de Zeus, en Delfos se encontraba el ombligo del mundo. Este eslogan tuvo un éxito inmediato y durante siglos acudieron los griegos de toda condición en busca de remedio a sus precarias vidas o de respuesta a sus no menos precarias ambiciones. Hoy, como sísifos incansables, los guías turísticos levantan el santuario de entre sus ruinas para los grupos de visitantes que renacen y se recomponen una y otra vez. La peregrinación cambia de signo, pero no se detiene nunca.

  Entre el barullo de lenguas, un gato me da la bienvenida a la entrada del recinto. Asciende perezoso el camino sagrado y decido seguirlo. Su recorrido se aleja un tanto del oficial pues tan pronto husmea en torno a unas columnas como busca la sombra del laurel junto al estadio o se encarama en una partitura de piedra mientras contempla con los ojos entrecerrados el valle del río Pleistos. Trato de sacarle de su ensimismamiento y le pregunto por las dos conocidas máximas labradas en el pórtico del templo de Apolo: “de nada en exceso” y “conócete a ti mismo”.

- Otra broma de los griegos –me dice sin mover siquiera los bigotes- Todo el mundo cree que se trata de una invitación a la templanza, al equilibrio necesario para alcanzar la sabiduría.
- ¿Y no lo es?
- Más bien todo lo contrario. En realidad, para cumplir con el primero de los axiomas es necesario desobedecerlo y solo entonces podemos aproximarnos al segundo.
- ¿Ah, sí? Tendrás que explicarte.
- Es claro –afirma después de pasarse la lengua por las uñas- Si en nada debemos excedernos, también en el uso de la mesura tendremos que ser prudentes y por tanto habremos de permitirnos ciertos excesos si no queremos llevar ese principio de moderación a un extremo pernicioso.
- Eso me suena a sofisma, querido amigo.
- En absoluto ¿Cómo podríamos conocernos a nosotros mismos si ignoramos cuáles son nuestros propios límites? ¿Acaso un viajero puede decir que conoce verdaderamente un país sin haber alcanzado sus últimas fronteras? 

  Sin previo aviso bosteza, arquea el lomo y echa de nuevo a andar con la cola levantada, mientras prosigue entre los mármoles su breve digresión:

- El problema reside en que las fronteras de ese extraño territorio que es uno mismo y por extensión todos nosotros, se desplazan constantemente a medida que se recorre y a causa de recorrerlo. Y así no hay manera de fijar un punto medio.
- Entonces ¿los dos principios son una pura falacia? –le replico algo irritado.
- Yo no diría tanto… -contesta mientras se aleja entre las jaras floridas y los cipreses. 

  Al salir me encuentro de nuevo al felino: yace cual esfinge en mitad de la corriente incesante de turistas, dueño de sí, con una parte de valor y otra de templanza, estoico y epicúreo a un tiempo. Algo me dice que ha estado tomándome el pelo. Creo que él conoce la ubicación exacta del centro del mundo.

miércoles, 26 de junio de 2019

Emersión



   Solo es posible observar el exterior a través de un complicado juego de espejos. El capitán se aferra al manillar del periscopio, hunde sus ojos en el visor y traza lentamente la circunferencia del horizonte. No hay buques enemigos a la vista. Durante unos minutos las escotillas permanecerán abiertas y los motores apagados. El oxígeno, con un lejano rumor de válvulas distendidas, irá penetrando en los depósitos. Apenas algún tímido destello escapará del casco que tiene la dureza gris mate del granito. Los charranes sin detener su vuelo repararán en ese islote efímero que altera apenas la geografía del océano. En ese intervalo la tripulación fumará sus cigarrillos con caladas largas y profundas. Radares, torpedos, cargas de profundidad, lejanas explosiones, temblores: nada de eso habrá existido durante el tiempo que el acopio de aire requiere antes de volver a sumergirse. El capitán demorará la orden unos segundos más allá de lo prudente. Ignorará que el tiempo es un contenedor de gelatina que no puede estirarse sin romperse.


domingo, 26 de mayo de 2019

La raya


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miércoles, 8 de mayo de 2019

Cartografía




   En otro tiempo el fotógrafo echaba a andar y de vez en cuando se detenía y tomaba una foto. Él se creía un incansable rastreador de la belleza y tal consideración le satisfacía porque de algún modo le proporcionaba un parentesco, aunque fuera lejano, con la prestigiosa estirpe del artista. Pero si nos atenemos a los hechos, su condición era y es más bien la de un cartógrafo cuya tarea consiste en levantar el mapa no de un espacio físico sino de un espacio de la experiencia: la experiencia tan simple como extraordinaria de echar a andar y tomar una foto de vez en cuando. Solo a partir de ese mapa el fotógrafo sabe dónde se encuentra y qué lugar ocupa. La belleza no es más que un accidente del terreno.


miércoles, 24 de abril de 2019

Retrospección



   Pudo haberse debido a un deja vu que le enfrentó a la eterna repetición del tiempo y sus trabajos, o a un desfallecimiento momentáneo por haber dormido mal y comido a salto de mata, o al hecho accidental de haberse llenado la memoria. El caso es que llegado a cierto punto el fotógrafo consideró que ya había hecho suficientes fotos. Y no solo por aquel día sino también para el resto de su vida. 

    Porque lo cierto es que, teniendo en cuenta los miles y miles de imágenes que guardaba en sus cajas, álbumes, archivadores, deuvedés y discos duros, probablemente ya no le alcanzaran los años para revisar, ordenar, clasificar, procesar y positivar aquel ingente material en el que, de mejor o peor manera, ya estaba todo dicho. 

   Además, bien pensado, la decisión de no tomar más fotografías no dejaba de ser también un acto de afirmación artística: la voluntad de negar la foto implicaba una rebeldía frente al automatismo, la proliferación sin tasa y la devaluación masiva del arte contemporáneo. 

   Y todo ello sin olvidar que la abstinencia le permitiría contemplar el mundo con ojos nuevos y desinteresados: del mismo modo que el exfumador recupera el sabor y el aroma de sus platos más queridos, quién sabe si no descubriría él también nuevas facetas suyas y se atrevería a experimentar con otras formas de plasmar e interpretar la realidad. 

   Se convertiría en historiador de sí mismo, exégeta de su propia obra, cuyos significados permanecían ocultos bajo el aluvión informe de los años: convertiría sus sucesivas preferencias temáticas y formales en etapas, y sus caprichos en hitos. Era sin duda el momento de las retrospectivas. 

   Este trabajo desbordante sería el mejor antídoto contra la tentación de volver a tomar fotos. Ya se veía retratado por algún compañero de profesión, absorto entre sus archivos y pruebas de impresión como un orfebre entregado en cuerpo y alma a su tarea, en la penumbra del taller donde una lámpara iluminaría con precisión sus manos en el centro de la imagen sosteniendo unos viejos negativos, mientras una pantalla reflectora permitiría adivinar al fondo la amorosa textura del polvo sobre una cámara presta a gozar ya del prestigio irrebatible del pasado.

miércoles, 17 de abril de 2019

Escenarios




   En París todo es símbolo, mito, escenario. No es Roma sino París la ciudad eterna, porque el tiempo de París es el de la representación pura, el de la obra que no cesa. Por eso cuando en París arde una catedral, arde un decorado y eso también forma parte del guión, un auto de fe retransmitido en directo desde la Edad Media para todos los telespectadores. Corre la Historia como la pólvora y asistimos a ella sobrecogidos pero íntimamente satisfechos de poder contarlo, de tener ese modesto y algo mezquino protagonismo del dónde estabas cuando. Exhaustos los corresponsales se quedan sin palabras y es entonces el momento de apagar las brasas con discursos tallados en piedra y de que empiecen a llover los donativos adecuadamente patrocinados. Comienza la reconstrucción. La leyenda se agranda. El mito renace de sus cenizas. El espectáculo debe continuar.


martes, 9 de abril de 2019

Neumática contenida



   Hawai, California,  Australia, Nazaré... Decenas de veces me he soñado sobre una tabla, piernas ligeramente flexionadas, brazos extendidos y acariciando con la punta de los dedos la pared marina que se va cerrando sobre mi cabeza, mientras el tiempo es una madeja de energía que se devana y me envuelve en el interior de un capullo que se adensa hasta romperse en una eclosión de espuma, agua y sal de la que emerjo y despierto con el pelo empapado, recién nacido.


viernes, 29 de marzo de 2019

Echando cuentas




Cuántas cuentas cuentas, 
cuántos años sumas restas, 
ábaco o rosario, nunca 
salen las cuentas o salen 
y calle abajo ruedan, 
plegaria de risas, 
carrera sin cálculo. 
Cuántos años cantas, 
cuántos dientes te faltan 
por salir o por caer. 
Por los andamios del tiempo 
cuento cuentos sin cuento, 
subo, bajo, rajo, 
revoco desencantos 
y cuando nadie mira 
me siento a destajo,  
vago innumerable, recóndito
pájaro, pájaro de cuenta
que por ti canta, 
                         vuela 
y se decanta.


sábado, 23 de marzo de 2019

Abrevadero


   
Seré breve, abrevaré 
en la fuente de la edad, sorberé con ruido.

Sére conciso, concitaré 
una compacta y sedienta nube de mosquitos. 

Seré parco, aparcaré 
tan lejos como pueda, id llamando a la grúa. 

Seré franco, franquearé 
la noche con sellos de postal, os mandaré recuerdos.

Seré directo, dirigiré 
con mi linterna un coro de luciérnagas.

Seré preciso, precisaré 
un poco de esto y de aquello, de lo demás menos y nada del todo.

Seré sincero, cincelaré 
mi rostro y mis rodillas entre los riscos. 

Seré claro, 
no diré mas. 

domingo, 17 de marzo de 2019

Fantasías animadas



   Como en mitad de un bosque: así se siente el fotógrafo entre los cascotes y grafitis de la vieja nave pues tienen la consistencia de lo natural, de lo que crece y se reproduce según sus propias leyes. Estudia el lugar a conciencia mientras con la cámara va tomando apuntes: sus dimensiones, la dirección de la luz, la geometría de las sombras, las paredes que servirán de fondo… Imagina enseguida dónde habrán de situarse los protagonistas de la sesión y mentalmente los agrupa, los distribuye. Así, esta construcción abandonada, cuya ruina va desnudando su estructura íntima en un proceso inverso al de su edificación, pero igualmente admirable, no menos metódico y mucho más inexorable, se va poblando de presencias que llegan de un porvenir cercano que el fotógrafo convoca. 

   De su primer uso industrial tan solo le quedan al edificio esos espacios grandilocuentes que con el paso de los años habrían de ser divididos en pequeños habitáculos por moradores que dejaron tras de si una galaxia desvencijada de muelles y listones. Siguiendo ese mismo curso temporal la mirada del fotógrafo va descendiendo poco a poco del continente a la minucia. Encuentra entonces calcetines desparejados, facturas que ya nunca llegarán a ser pagadas y juguetes que no hallaron un resquicio en el atestado maletero. Dentro del cascarón de cemento estos objetos chisporrotean como la memoria de una civilización lanzada al espacio. El fotógrafo se pregunta si habrá alguna manera de utilizar esta galería de recuerdos en su próximo proyecto. Si los fantasmas del pasado y del futuro serán capaces de entenderse.


jueves, 7 de marzo de 2019

Espejos como minas



   Una mañana luminosa y fría de febrero el hombre decidió deshacerse de todos los espejos. No era un gesto moral ni filosófico: tan solo estaba cansado de sostenerle la mirada cada día al mismo tipo. Pero el mundo era un territorio sembrado de espejos como minas: lavabos públicos, tiendas de ropa, vestíbulos de hoteles, lunas tintadas, plácidos estanques... Su peluquero nunca accedió de buena gana a aquella exigencia suya de darle la vuelta al sillón. Y sus amigos le reprochaban amargamente su terca reticencia a ser inmortalizado cada vez que tocaba hacerse un selfie. Sin embargo, con el tiempo aprendió a vivir de espalda a los espejos y un día en que se encontró por descuido con su propio rostro en una ventanilla del metro, no se reconoció y se tomó por un extraño. Ahora todos le dicen que por él no pasan los años. Y no sabe si darles la razón. El caso es que cada día pasa más horas hojeando los álbumes familiares, escrutando la nariz de su tío, los labios de su abuela, la frente de su padre, la barbilla de su madre. Y con todos esos rasgos reconstruye una imagen aproximada de si mismo.


miércoles, 27 de febrero de 2019

El intruso



   Cuando el dragón despertó, yo todavía estaba allí. Un ligero temblor de sus alas bastó para que la bruma de su aliento condensado a lo largo de la noche comenzara a disiparse. Aterrado contuve la respiración queriendo pasar inadvertido. Nunca una esperanza fue tan breve ni tan vana. Parpadeó una vez y otra más, como si quisiera cerciorarse de que mi triste figura no era un subproducto de alguno de sus sueños. Mientras giraba hacia mí el engranaje de su cuello, comenzaron a ensanchársele las aletas de la nariz y exhaló un suspiro largo y profundo como el exceso de vapor de una locomotora cansada. No tuve tiempo de determinar si era aquel un bufido de ira, de hastío, de lamento o de anticipado placer. Pero sí puedo decir que antes de ser desintegrado alcancé a reconocer, bajo toda su parafernalia, al viejo y maldito dinosaurio.

jueves, 21 de febrero de 2019

Muestrario




   El simio apenas conserva media docena de recuerdos de su infancia, cortometrajes brevísimos que prestan un corpus mental a lo que son poco más que impresiones de lo dulce, lo verde, un arrullo, una punzada, el vértigo. Cuando despierta de sus ensoñaciones, desde su jaula de cristal escruta el hábitat que se despliega ante él. Para ello dispone de un completo muestrario de afilados instintos. Después, en la noche profunda abandona su jaula y comete crímenes horrendos que solo la imaginación de los detectives del siglo XIX sería capaz de resolver. Antes del amanecer regresa a su jaula de la rue Morgue y continúa cumpliendo pacíficamente su condena. Es un simio inteligente que ha aprendido las reglas.


jueves, 14 de febrero de 2019

Casa con patio



   Pero no te quedes ahí de pie como un pasmarote, pasa y siéntate, Valentín, que aquí al sol se está tan ricamente, así, mano sobre mano, sin más tarea que dejar que el sol te devuelva el sentido a los pies y a las rodillas. Anda, Valentín, ven a hacerme compañía, que ya no tienes animales ni hacienda que atender y la huerta no da más que zarzas y rosas blancas. Ven y cuéntame cómo nos conocimos y qué le dijiste a mi padre y qué te dijo él, y cómo después, bajo la higuera del pozo, la de las brevas más dulces, me prometiste el oro y el moro, y una casita con patio. Ven y repítemelo, que quiero oírlo de tu voz porque voy a darte contestación, Valentín, que ahora sí, me lo he pensado bien y quiero pasar contigo el resto de mis tardes.


miércoles, 6 de febrero de 2019

Durmiente



   Primero le tomé el pulso y comprobé la presión arterial. Después su ritmo cardiaco y los ecos apenas perceptibles que resonaban en sus cavidades más profundas. Finalmente iluminé sus pupilas y me vi temblando en el fondo de sus ojos. Guardé en mi maletín el tensiómetro, el estetoscopio y la linterna. Todo era normal. Comuniqué a sus familiares que no había cambios en su estado. Seguía sumida en un sueño profundo y apacible. Me despedí hasta mi próxima visita y empecé a contar los días que faltaban como un niño. Ella estaba cada vez más hermosa y se diría que solo en apariencia dormía, que solo en apariencia respiraba. Impartí las instrucciones necesarias para preservar su descanso de inoportunos visitantes. Yo era el médico paciente y amable que mantenía viva la esperanza de que no despertara jamás.


jueves, 31 de enero de 2019

Agudeza visual



   Desde niño soy corto de vista. Mal que bien, pasé por el estigma de las gafas, un torpe injerto de lentillas y la ansiada cirugía milagrosa. Pero, para qué engañarme, sigo siendo corto de vista. 

  Con los años he terminado por asumir mi condición y he logrado acostumbrarme a un mundo inacabado, sin aristas, y a un cierto grado de inconcreción en todas las cosas. 

  Condenado a vivir en permanente lejanía, he aprendido a reconocer a mis amigos y vecinos por su forma de caminar, mucho más fiable que los rasgos indefinidos y cambiantes de su rostro. 

  Cuando cae la luz enmudecen para mí los carteles publicitarios y se funden farolas con semáforos. Sustituyo entonces las certezas por indicios. Y si he de conducir procuro hacerlo por lugares familiares en los que dejo que la memoria del día me guíe por los caminos borrados de la noche. 

  Fotografío siempre por aproximación y solo cuando veo las fotos en la pantalla de la cámara o del ordenador descubro la multitud de los detalles que convierten al mundo que me rodea en un lugar tan prolijo como inabarcable, pero no más bello. 

  En el fondo de mí albergo el miedo inconfesado a quedarme ciego algún día. Por eso a veces, como el que anticipa y acepta su destino, cierro los ojos y sigo disparando.


jueves, 24 de enero de 2019

Fragmentación y recombinación




   El fotógrafo ya ha estado aquí en otras ocasiones. Tal vez por eso hoy puede entregarse a la tarea de fotografiar sin que la novedad del lugar le distraiga y sin que la necesidad de representarlo le condicione. 

   Se aplica pues a una disección selectiva del espacio que le rodea y obtiene algunas muestras, no demasiadas ni demasiado interesantes, pero suficientes para apartar de su mente cierta revelación que se le impone con la insolencia de lo evidente cuando, en un momento de desdoblamiento, se ve a si mismo recortando la realidad en pedacitos rectangulares, descuartizándola, llevado por la ingenua convicción de que algunas de esas partes tendrán un valor no originado en el todo al que pertenecen sino producto de su propia destreza para identificar determinadas combinaciones de elementos que, de acuerdo a un código compartido, podrían considerarse válidas o incluso valiosas. Esta idea, claro está, no aparece verbalizada en su cabeza de este modo, sino bajo la forma de un agudo sentimiento de ridículo que le resulta imposible soslayar durante los interminables segundos que dura la angustia del conocimiento. 

    Sin embargo, cuando más tarde el fotógrafo extiende los recortes en la pantalla del ordenador y comprueba que algunos sobresalen por encima del resto, observa cómo comienzan a establecerse inesperados nexos entre ellos, recombinándose hasta dar lugar a una nueva continuidad que deja en evidencia la falacia de la fragmentación que el fotógrafo descuartizador trataba de imponer. Esto le alivia sobremanera pues comprende que su absurda labor es al menos perfectamente inocua. Tampoco su ignorancia acerca de las leyes que rigen esta nueva articulación de lo real le incomoda en exceso. Por el contrario, se congratula de que para la interpretación de estos fenómenos ya estén lo gurús del arte y los analistas políticos.


jueves, 17 de enero de 2019

La hora incierta



   De algún modo cada faro es el faro del fin del mundo: el último bastión de la última frontera que somos capaces de defender con cierta solvencia. Y la última instancia de los que se aventuran extramuros. Ni el GPS ni todos los satélites que orbitan sobre nosotros han conseguido apagar los faros: ondeando en la oscuridad su luz es la bandera que representa la patria común de la noche, esa en la que el sueño y el cobijo nos devuelven a una fraternidad umbilical a prueba de discursos. 

   Sin embargo, desde el faro de Camarinal esta sensación de finis terrae se diluye a medida que se encienden las luces de la costa y comienza a emerger en el horizonte otro litoral, espejo del nuestro, con sus poblaciones y sus faros y sus acantilados donde otros ojos tal vez nos imaginan: desde Ceuta hasta Tánger una línea de puntos se dibuja casi como una prolongación de la que a nuestra izquierda llega hasta Tarifa. 

   Así, en esa hora incierta en que se mezclan los últimos rescoldos del día con las primera llamas de la noche y en la que nuestros cuerpos se aligeran y se funden, el faro se convierte en umbral. Y mientras nos prometemos saltar algún día al otro lado, no podemos evitar vernos ya en sus ojos y desde sus ojos mirarnos.


miércoles, 9 de enero de 2019

Orilla del Majaceite



   También allí, bajo el denso dosel vegetal, llegaba el calor que supuraba de mi frente en gruesas gotas, morosas como las horas de aquel tórrido mediodía de finales del verano. En vano seguí el curso del cordón de mis zapatillas a través de ojales, bucles y lazadas con la intención de adivinar de cuál de sus extremos había de tirar si quería entregar mis pies al frescor que el río prometía. Mis manos sudorosas sostenían los cabos del diabólico artefacto en que se había convertido la mañana: solo uno de ellos liberaba el nudo, el otro lo estrangulaba. Artificiero del instante, cerré los ojos, contuve la respiración y, sin cuenta atrás, me encomendé al dios de los esclavos a los que no les queda otra que jugársela.


martes, 1 de enero de 2019

Página 19



   Pero tal vez esa geometría del embudo de la que hablábamos ayer no sea más que una ilusión producida por una percepción demasiado parcial. Si abrimos foco y ampliamos el plano podremos comprobar que ese descenso vertiginoso de las últimas horas del año se ajusta mejor a la curvatura que describe el borde interior de la página de un libro, allí donde la hoja busca la juntura del lomo en el que se inserta hasta desaparecer por el pliegue más íntimo, cauce del que nace la abrupta vertiente que habremos de remontar para alcanzar la llanura de la página siguiente. 

   A partir de aquí las teorías son contradictorias. Hay quien sostiene que esta nueva página ya ha sido escrita y vivir es tan solo leer la novela de la propia vida. Otros defienden en cambio que la página está en blanco y vivir es escribir el relato del que somos involuntarios protagonistas. Por mi parte soy de los que piensa que todo está escrito pero aun queda colocar los signos de puntuación en los lugares apropiados.


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