viernes, 30 de mayo de 2008

Más allá de la estética

Tras las dunas de la playa de Xagó.


Leo ayer en El País unas declaraciones del cardenal Carlos Amigo, arzobispo de Sevilla, quien preguntado acerca de las incontinencias del señor Jiménez Losantos y de la ética periodística en general, manifestó, reprimiendo discretamente a su díscolo empleado: “si no podemos ser éticos, seamos al menos estéticos”. Semejante arrebato místico de sinceridad no es frecuente, ni siquiera cuando se trata de un prelado preclaro, como en este caso.
Curiosamente, en un artículo publicado el mismo día en El Periódico, el escritor y profesor Félix de Azúa, decía, a propósito de la proverbial buena educación de los suizos, lo siguiente: “dado que nos van a matar de todos modos, el ciudadano solo puede exigir que por lo menos los criminales sean educados y gentiles”. El hecho de que dos personas tan dispares y que hablan desde puntos de vista tan opuestos lleguen a la misma y preocupante conclusión es lo más preocupante de todo. Ambos expresan resignación, no sé si cristiana en un caso, no sé si filosófica en el otro, pero movidos por sentimientos e intereses bien distintos. Dando por descontado que la ética no puede ser y además es imposible, para Azúa la estética, las formas (las buenas, se entiende) se convierten en el último reducto de civilidad desde el que protegerse de la barbarie, un embrión en el que depositar tal vez las maltrechas esperanzas. Para Amigo, en cambio, la estética es el digno parapeto, la tapadera de los negocios terrenales, demasiado turbios para ser expuestos sin que ofendan a los olfatos educados. Por decirlo pronto y mal: para el profesor, detrás del fondo aún queda la forma, y para el clérigo, la forma ha de estar siempre delante del fondo.
Visto así parece que la actitud ante la estética es finalmente un asunto de la ética, de la que, para desgracia de uno y para consuelo del otro, no hay manera de librarse.
Al tipo de la foto, en cambio, que no debe de ser catedrático ni cura, no parecen preocuparle ni el fondo ni su estética: solo que el sol caliente, hasta que el escenario se derrumbe.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Tiralíneas

Desde la Playa de La Palmera, Candás.

La escollera penetra en el mar separando la paja del grano del océano: a un lado caen las olas, desbravadas ya, al otro se cuelan las lanchas, medio vacías o medio llenas según el capricho de las corrientes y el humor de los pescadores. Pero la escollera enseguida tira de la mirada hacia delante y la tentación de adentrarse en el mar recorriéndola hasta su extremo se hace irresistible. Puede ser que su linealidad se corresponda con el instinto sin objeto de nuestra voluntad, caso de que exista algo parecido. En cualquier caso, siempre podemos imaginarnos que separamos las aguas o que caminamos sobre ellas, dependiendo de cuál sea nuestra escena preferida. Ese camino recto y sin más alternativa que el horizonte infinito reconforta enormemente la cara tímida del alma. Hay quien entonces llega al final de la escollera y coloca una caña. El hombre la ceba de paciencia y su hija junto a él escucha el latido del mar sobre su espalda. Para mí en cambio la caña es la escollera y conmigo en el anzuelo pesco la perspectiva de la tarde, que en tu gabardina guarda la señal de la tormenta. La escollera me lanza y me retiene, me deja al borde de la nada, me muestra el arrepentimiento como una culpa. Cuando llegue el verano avanzaré hasta la punta y me lanzaré al agua, continuaré la escollera por otros medios diferentes y sobre mí caminarán tal vez los bocartes y las olas. Pero eso será cuando el verano llegue, en una tarde inesperada como ésta y sin mayor importancia.


lunes, 26 de mayo de 2008

Transgresión



En estas últimas semanas cada día es una alberca que por la mañana se va llenando con ritmo constante a espaldas nuestras y al llegar la tarde se desborda sin remordimientos sobre nuestras cabezas. Con este ciclo de invernadero con metrónomo, la vegetación se desparrama y adquiere unos verdes impropios, como de photoshop, que no acabamos de creernos. Observo a través de la ventanilla de mi cápsula la sucesión de zarzas, alisos, abedules, trepadoras, sauces, madreselvas, y percibo en todas ellas (no sé porqué les atribuyo género femenino) un ánimo transgresor, un abrazo suave y mortal en cada una de sus volutas de papel pintado, y temo que en cualquier momento el techo del vagón se desprenda con un corte sesgado de abrelatas.

viernes, 23 de mayo de 2008

Modo manual




En el actual estado de evolución del homo sapiens la perfección de una herramienta se mide no tanto por la eficacia con la que desempeña su función como sobre todo por su grado de automatismo. Un instrumento alcanza la excelencia cuando basta con apretar un botón para que la acción se despliegue ante nuestros ojos, y nos conformamos con que el resultado se ajuste tan solo aproximadamente a lo que de él se espera, con tal de que éste sea casi instantáneo. Si hay algo que nos exaspera es que la pantalla no responda de inmediato a la mordida del ratón, porque sentimos que esos segundos de demora obedecen a una pereza sin duda fingida por la máquina. Y no me negareis el alivio que supone seleccionar un modo programado en el dial de la cámara, y consagrar por entero nuestra inspiración a encuadrar y disparar. Con apenas echar un vistazo a la guía de uso rápido del aparato podemos dejar de ser trabajadores manuales y darle satisfacción a nuestra maltrecha hidalguía. Al fin intelectuales puros, creadores sin mácula.


¿Por qué entonces echo a veces de menos las horas aquellas en el cuarto oscuro entre ácidos y pinzas? ¿Por qué admiramos la destreza del que manipula el escoplo o el pincel, como si estuviéramos ante un número de prestidigitador? Y sobre todo, ¿de dónde vienen los afanes casi compulsivos de los bricomaníacos?


Desde que bajamos de los árboles andamos buscando las raíces. Pero últimamente los vínculos se diluyen en la velocidad o se muestran falsos e impuestos por la mecánica de un sistema que se retroalimenta. Tal vez por aquello de que un polvo nos trajo hasta estos lodos, necesitamos la intermediación de la materia y la ilusión de una transformación externa que sirva como prueba de la propia. Tal vez porque nuestro poder transformador se ha trasladado a las máquinas, nos sentimos menos responsables de su acción, tantas veces devastadora, al tiempo que percibimos el vacío en nuestras manos que buscan la pequeña depredación de la huella sobre el barro. Tal vez como Tomás, necesitamos tocar la herida para sabernos vivos.

lunes, 19 de mayo de 2008

Retrovisión

Leo con alborozo que por menos de lo que cuesta una pantalla plana de TV ya puedo adquirir la secuencia completa de mi genoma. Un modesto desembolso equivalente a una semana de vacaciones en Benidorm y podré conocer qué deterioros me aguardan y en qué orden, sabré que obsesiones me esperan y cual será el devenir ineludible de cada uno de mis órganos. Es más, si tengo en cuenta el ahorro en llamadas a los números del tarot, calculo que la predicción puede llegar a salirme completamente gratis. Sin duda estamos ante un gran acontecimiento para la Humanidad, y no solo para las compañías de seguros.
Extrañado, echo de menos el entusiasmo de familiares y amigos, no oigo nada acerca de la avalancha de solicitudes que deberían estar recibiendo los promotores de la iniciativa. Espero, no sin temor, que no estemos todos ya infectados por la enfermedad fatal de la cobardía. Va a resultar que pese al éxito de horóscopos y adivinos, no estamos interesados de verdad en conocer nuestro futuro. Quizás es que nos conformamos, como seres débiles y aburguesados, con aprender a manejar nuestro presente. Una máquina del tiempo que nos lanzara hacia delante sería un rotundo fracaso, ya que, sin contar con otros inconvenientes menores, ¿a qué precio encontraríamos el litro de gasolina? Como mucho contrataríamos un viaje a nuestro pasado para tratar de alterar tramposamente la cadena causal que nos ha traído a donde estamos. Porque, seamos sinceros ¿de verdad interesa a alguien adquirir la certeza acerca de lo que ya todos presentimos: que nuestros más preciados placeres y nuestras pequeñas perversiones nos conducirán hacia el final por el camino más corto de todos los posibles? Hubo un tiempo en el que se decía que el saber nos hace libres. Tal vez sea cierto. Pero es más cierto que la ignorancia nos hace omnipotentes. Preferimos el firme liso y oscuro del asfalto al sinuoso camino bacheado por más que éste discurra entre los árboles de los cuentos.
En realidad, tal vez sea un poco prematuro esto de desencriptarme. Al fin y al cabo es una técnica incipiente, defectuosa probablemente, peligrosa incluso. Y lo cierto es que no tengo más que abrir el periódico por otras páginas para anticipar mi futuro, que se debate indeciso entre una tumbona bajo el sol bronceador y una excitante Eurocopa de plasma.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Obra viva/obra muerta

Por debajo de nuestra línea de flotación diversos elementos realizan su labor de zapa, oscura, tenaz, animosa sin tregua: algas, lapas, bacterias, la misma sal que adensa el océano, devoran primero la pintura y luego el acero, la fibra o la madera, y van dibujando el plano preciso de sus incursiones sobre la parte sumergida de la cáscara del barco. También nosotros tenemos un propósito: negociando con el viento, tratamos de mantener el rumbo y seguir la milimétrica deriva que trazamos sobre las cartas de navegación antes de zarpar. Hace tiempo que el resto de las embarcaciones dejaron de ser rivales nuestros. Ahora la carrera se disputa en dos calles que fluyen superpuestas, dos territorios que la superficie del mar une y separa. Solo queda ya un único pensamiento: atravesar el océano y alcanzar tierra firme antes de que el enemigo atraviese el casco y alcance nuestro corazón.

Nota sobre el título: se llama "obra viva" a la parte del casco de un barco que se encuentra bajo el agua y "obra muerta" a la parte que está por encima de la línea de flotación .

lunes, 12 de mayo de 2008

Al filo de lo imposible


Enrique golpea apenas con el peso muerto del hierro contra el acero. Sobre el filo de la guadaña cae el martillo restañando los mordiscos que en su hoja dejaron las piedras del prao y otros animales ocultos entre la hierba. Clavuñar se le llama a esto por aquí, cabruñar o crabuñar se le dice un poco más allá. Tras cada mazazo y antes del siguiente, el martillo descansa sobre la hoja entre dos y tres segundos, el tiempo necesario del beso sobre la herida. A la hora indeterminada de la siesta, el eco de los golpes resuena en la cuadra, sale de la rendija por el portón entreabierto y se pierde por las praderías, como el canto agorero de un cuco de metal. Quizás esta misma tarde o tal vez mañana temprano, Enrique tomará el camino del prao y llegará con su guadaña allí donde no llegó la potente máquina del hijo: irá segando las veras, limpiará las orillas, poniendo su mejor empeño en esa labor residual, de pie contra las cuerdas y los cierres de las fincas, satisfecho pese a todo, irreductible Enrique en el último reducto de su tiempo. Ni siquiera piensa en el día, que uno quisiera lejano, en que ya no saldrá a segar les veres, ese anacronismo improductivo. La eficiencia habrá dado un paso más. También, es cierto, las zarzas experimentarán un notable desarrollo. No importa. Cuando entorpezcan el trazado de la máquina, alguien vendrá y les prenderá fuego. Y de sus cenizas brotará con fuerza la rebolla, el tojo rebelde, que deberá hacerse resistente a los herbicidas si quiere recuperar el terreno perdido. La misma guerra por otros medios, aunque menos elegantes. O quizás para entonces solo el cortacésped, de sencillo y silencioso mantenimiento, recortará las parcelas adosadas los domingos por la mañana. En cualquier caso, ya no habrá quien escuche a media tarde el tañido sobre el yunque y se pregunte mirando al cielo qué veres irá hoy segar Enrique, con la cara d’agua que ta poniendo’l día.


viernes, 9 de mayo de 2008

El laberinto de la ciudad vieja

Un rincón del Barrio Húmedo de León


El laberinto de la ciudad vieja, ese ovillo de tapias y callejones de la villa medieval, encanta y atrapa al visitante en cuanto decide cortar el hilo de Ariadna. En cada bifurcación, una duda; en cada esquina, una promesa. La sorpresa se aplaza y en la plaza se cruzan todos los deseos. Tras resolver múltiples encrucijadas, el tiempo termina por devolvernos a la calle de la que partimos, y en ese momento ya creemos conocer un poco el trazado sin leyes de la medina. La estructura de nuestra mente se acomoda antes al desorden de la selva, con su ancestral maraña protectora, que a la cuadrícula racional de las manzanas. Teseo y Minotauro. No recuerdo en que esquina me escindí. Sentado en una terraza, con una cerveza fría, negra y amarga, espero el inevitable encuentro.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Sobre el papel


A veces, en mitad de un intervalo de silencio, casi puedo escuchar el runrún de la cadena de montaje que no cesa en el interior de su cabeza. Y cuando veo el chisporroteo de sus ojos, no puedo evitar pensar en la industria siderúrgica. Imagino entonces su mente como un horno alto que necesita ser permanentemente alimentado con hierro y carbón para no resquebrajarse. Y todo lo que ahí se cuece de inmediato se vierte en estado semilíquido sobre los moldes que prestan los dibujos, las palabras, o los simples trazos indistinguibles del arrabio, todavía humeante. En una tira de papel continuo Nicolás va segregando su ser y, como el caracol, lentamente va construyendo su concha con esa secreción.

lunes, 5 de mayo de 2008

Echame una mano

Debajo de la arena duermen los sueños su sueño de siglos. Pero cuando el verano se acerca, algunos de estos sueños, aun sin despertarse del todo, se desperezan. Si nos fijamos un poco veremos de qué materia están hechos: son los despojos del invierno, los exabruptos que el océano vertió, tras una sudorosa pesadilla. Algunos de esos desechos, resistentes al olvido y a la degradación molecular, lograron germinar en el humus estéril de la playa. Brotan ahora nuevas especies a medio camino entre lo animal y lo inorgánico, cuya morfología se adapta fielmente al contramolde de nuestras entrañas. En unas pocas semanas, vendrán los niños con sus palas de colores y recolectarán esta extraña cosecha, la escuálida herencia de nuestros delirios.

viernes, 2 de mayo de 2008

Esto no es una flor


Acudí, como tantas veces, al reclamo de lo que yo tomé por flor, engañado esta vez por la distancia y mi escasa agudeza visual. Solo salí de mi error cuando logré acercarme lo suficiente, y recordemos que nunca es suficiente hasta que no suprimimos por completo el entorno del objeto. Apareció entonces en todo su esplendor la morada del coleóptero esmeralda, insecto que me resulta familiar, aunque de él no solo desconozco su nombre científico, sino también su nombre verdadero. Su cobijo, su nido, su despensa abierta a las brisas de la primavera, provisto de todo lo necesario para una estancia confortable, incluida una terraza con vistas a poniente. Perdí la noción del tiempo observando como el escarabajo se movía por los pasillos con pereza, retrasando el final de cada una de sus tareas cotidianas. Ya de vuelta a casa al final del día, me costó reconocer mi hogar en los arbustos recién podados, tan iguales, tan juntos y tan geométricos que desde lejos asemejan barrios, ciudades incluso. Recordé con añoranza el tiempo anterior a la metamorfosis.

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