martes, 29 de diciembre de 2020

Tiempo de metáforas

 

   Todos sabemos que este año no termina el 31 de diciembre. Pero como los buenos actores cuando se atasca la tramoya o alguien se olvida del diálogo, miraremos a la platea y tiraremos de repertorio para que el desfase no se note demasiado. Mantener las apariencias se ha convertido en una de las últimas formas de la solidaridad. Y la paciencia es la virtud que ha venido a sustituir a la esperanza. Porque esta vez el nuevo año no empieza el 1 de enero sino que irá entrando de a poco, como una cuadrilla infiltrada en las filas enemigas. Las campanadas solo sonarán para despistar. Y alzar las copas será nuestro santo y seña.

 

martes, 22 de diciembre de 2020

La culpa es de Robert Frank

 








        El fotógrafo ha visto un documental sobre Robert Frank. Y ahora no puede quitarse de la cabeza los pelos de loco de Robert Frank, su sonrisa hosca de niño travieso, su buen humor, su mal humor. La manera que tuvo de hacer lo que le dio la gana. Sus fotos, que le dieron la fama. Sus películas, que nadie vio. Sus hijos muertos. Su mujer en el taller con la ropa manchada de pintura. Su casa destartalada y fatalmente hermosa. Después de esto el fotógrafo, naturalmente, querrá ser como Robert Frank. Proyectará un viaje a lo largo y ancho de la tarde. Saldrá a la calle y hará solo fotos en blanco y negro. No tratará de agradar. Ni siquiera a sí mismo. No tratará de entender. No tratará de imitar. Solo querrá ser como Robert Frank.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Los días felices


 

   Qué lejos queda el estallido de la candela a principios del verano llenando sotos y caminos de melenas rebeldes. Tras una primavera resignada de sillas y balcones, nos parecían aquellas flores, con su promesa de abundancia en el otoño, una justa compensación. Vivimos un estío amable y benigno como pocos, abrimos las ventanas, sacamos pecho, cayó la flor en los caminos. Pero a la postre no ha sido este un año de castañas en los montes del Cantábrico: incrédulos recogimos en octubre un puñado de frutos arruinados y volvimos a casa sin una mala explicación que llevarnos a la boca. Y aunque hemos comprado un par de kilos en el súper no logramos reconocernos en el sabor de otras latitudes. Ahora nos acercamos al invierno con la despensa corta y el pensamiento recogido. Hemos perdido la fe en la exuberancia. Ya no creemos en los fulgores que estos días cuelgan de los árboles.


miércoles, 9 de diciembre de 2020

Al este del edén

 

   Ahora que a fuerza de estudio y aplicación he alcanzado el honor de ser académico de la lengua innumerable de tus ojos, ahora que he logrado descifrar de tus párpados el morse y distingo ya en el temblor de tus pupilas los dobles sentidos y algunas frases hechas, ahora que he de fiarlo todo más que nunca a un guiño sutil, mírame y déjame ver. Tal vez el paraíso se encuentre justamente al este del edén.



miércoles, 2 de diciembre de 2020

Los zapatos del fotógrafo

 

   Cuántas veces dentro de los zapatos del fotógrafo hay un pintor que está deseando descalzarse y desplegar el caballete. 

    Si fuera posible pintar sin dejar de caminar yo sería ese pintor y mandaría la cámara a hacer puñetas para siempre.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Frutos del aire



        Como una baba fría, así se nos va pegando a la piel el fermento de la niebla en este crudo amanecer, mientras alzamos el rostro en busca de algún atisbo de azul. Con cadencia casi militar los preparativos se suceden: extender la tela, tensar los cables, comprobar los mosquetones, encender el quemador. Con las primeras llamaradas un perro ladra dos veces y calla, olfateante. Nosotros, primerizos, damos vueltas en torno al artilugio sin encontrar la distancia adecuada entre el anhelo y la prudencia. 

        A un gesto del piloto nos apretujamos en el interior de la cesta. Soltamos amarras. Un mundo plano de piscinas y tejados rojos se despliega. El perro ladra de nuevo, como un recuerdo que se desvanece. La niebla nos pone entonces un pañuelo de seda delante de los ojos y antes de que podamos llevarnos las manos a la cara, lo vuelve a retirar: emergemos empapados de luz y de horizontes. Abajo queda el biombo del ilusionista. Arriba, esta burbuja de quietud en la que comprimimos el aliento. Como si ese manto de nubes fuera un humus germinal, todo parece estar naciendo en este instante de sierras y valles que se abren en todas direcciones. Aferrados al tallo de las habichuelas mágicas, somos parte del sueño de un gigante dormido. 

        Entre tantos rumbos posibles, pregunto cómo podemos dirigir el artefacto hacia algún destino en particular. No podemos, contesta el piloto, mientras comprueba la presión del propano en las botellas. Solo subir o bajar en busca de alguna corriente, aclara. Por eso uno sabe de dónde despega pero nunca dónde aterrizará. Lo que no parece preocuparle en absoluto. Mientras podamos mantener la diferencia térmica, continúa, seguiremos volando. Después trataremos de encontrar un claro que nos acoja. No hacemos más preguntas. Se abren las primeras grietas en la superficie del frío. El gigante se despereza. A nuestros pies buscamos algún atisbo de verde o de ocre. Un perro vuelve a ladrar, al otro lado de las nubes.

martes, 2 de junio de 2020

Luzimiento


(Pincha en la imagen para verla a mayor tamaño)

   Primero realiza aquí y allá algunas incisiones. Después, con la delicadeza de quien ama lo que hace y con la determinación del que conoce bien su oficio, introduce los dedos y profundiza en las oquedades hasta alcanzar el último de los intersticios. El saúco, el mirlo, la zarza, el avellano, el rosal, la tórtola, la piedra en la corriente, la rama quebrada, la tela de araña, la araña, el cadáver de la mosca, cada gota que el rocío dejó sobre las afiladas hojas de los lirios. Una a una las extrae y las dispone limpia y separadamente sobre la mesa de disección, donde por un instante lucen como objetos en venta o como palabras en un diccionario, para después volver a introducirlas y encajarlas con un leve giro de muñeca. El fotógrafo se limita a seguir sus indicaciones. Tráeme aquello, sujétame esto. Obedece ciegamente. En realidad no lo necesita, pero se ha acostumbrado a él. De vez en cuando le arroja algún despojo: el fotógrafo lo atrapa de un salto y echa a correr. Resulta tan gracioso. A solas continúa su labor. Trabaja de sol a sol. Tiene todo el día por delante.


domingo, 24 de mayo de 2020

Nubes y claros




   En un mismo parpadeo se disipan las brumas del sueño y de la aurora. He debido de quedarme dormido unos segundos pero la vieja avioneta planea sustentada sobre columnas invisibles y parece conocer el rumbo mejor que yo mismo. Entre las nubes se insinúa por fin el contorno recortado de la isla. A seis mil pies ya comienzo a distinguir la fina hilatura de los ríos. Bífidas lenguas de mar se adentran en las gargantas de sus acantilados. A medida que desciendo reconozco las columnas de ganado en busca de la frescura de los pastos, la geometría familiar de los primeros tejados. Juraría que el aroma amable del café asciende ya hasta el interior de la cabina. Llega el momento de tocar tierra, de sentir toda la contundencia del mundo que me espera concentrada en esa firme sacudida que ya debería haberse producido y, sin embargo, no llega, y en ese intervalo que se alarga más allá de la exigua longitud del descampado, tengo tiempo para distinguir entre el plumón de los vilanos, el troquel palmeado de la hoja y sus arterias, las hacendosas hormigas, el brillo de una esquirla de metal y de nuevo el aroma penetrante del café certificando que con total seguridad he tomado tierra.


viernes, 15 de mayo de 2020

La noche




   Fíjate en toda esa noche que se agolpa al final de la barra, allí donde rompen las olas y se apuran botellines de mahou y cocacolas

   Siente cómo se ajusta la noche a la pátina del aire: es la misma precisión con qué se acoda el cebo en el anzuelo. 

   Atiende al silbido del sedal contra la sombra, mira cómo lo alza el látigo del faro, cómo rueda la ruleta del carrete. 

   Escucha cómo profundiza la plomada a través de la corriente.

   Advierte, pez, cómo llega la noche.


viernes, 8 de mayo de 2020

Nota al margen



Frente a tanto bolo dando bola 

a los que tienen bula para tirar con bala 

cargada de bulos,  

levemos velas, que vuele el velo 

y dejemos a los viles 

en vilo.

Vale.


miércoles, 29 de abril de 2020

Terra incognita



   Podría ser un espejo o el andén 9 y 3/4 de King's Cross Station. Pero esta vez se trata de un árbol, un humilde espécimen urbano afincado en una acera poco transitada. El hombre, que mientras pasea va pensando en sus cosas, se despista un segundo y atraviesa el tronco del árbol limpiamente. Se detiene, se palpa la frente, el pecho, se mira las palmas de las manos: incólumes (bueno, tal vez las uñas necesitaran un repaso). Se vuelve y la corteza firme del árbol le devuelve una única certeza: ahora está del otro lado. 

  Este lado otro se caracteriza por ser un lugar inexplorado. Pero en apariencia no se distingue del mundo que acaba de dejar: también hay una calle con árboles simétricos que parece una prolongación de la anterior. A primera vista es una copia fidedigna, demasiado fidedigna. La sospecha pone a trabajar a todos sus sentidos: en busca de algún desliz rastrea el olor a yodo del cercano malecón o la correspondencia entre la matrícula y el  modelo de los coches. Cree medir un exceso de retardo en el sonido de un avión que surca el cielo. 

  Tanto superávit de atención lo agota pronto. Se da por vencido: la réplica es perfecta y no hay show ni Truman que valgan. Se siente estafado. Para una vez que se tropieza con un portal interdimensional, acaba en una realidad idéntica a la suya donde la única falla parece ser él mismo. Arde de indignación y busca en la mirada de los otros una pizca de solidaridad. Parecen no verle, aunque lo esquivan con absoluta precisión. Hasta en esto ambos mundos se repiten. 

  Justo entonces, en lo más hondo de su abatimiento, comprende que esa es precisamente la singularidad de este universo paralelo: de entre todos posibles ha accedido al único isócrono e isométrico respecto al suyo. Tan extraordinaria coincidencia le hace sentirse casi un elegido y llevado del entusiasmo ensaya unos pasos de baile alternados con alguna tímida cabriola, que sin apenas darse cuenta le devuelven al árbol del que partió. 

  Lo examina ahora con pasión de entomólogo. Con pericia de desvalijador lo ausculta. Pero no tratará de encontrar quicio ni resquicio en la madera, pues al no haber diferencia entre ambos territorios tampoco tiene objeto volver a atravesarla. El concepto mismo de volver carece de sentido y como no encuentra otro que aquel que el árbol señala, a su alrededor el hombre se ensortija, trepa y ramifica: fibra a fibra, como el amante ciego, va levantando el mapa de una nación inabarcable. En lo alto de la copa, el hombre al fin se planta, se embosca. Allí no quedan lados sino alados horizontes, luz y contorno.


jueves, 23 de abril de 2020

Esencial



   Esencial: dícese de aquello que se encuentra al final de algo, siendo lo mismo que había al principio.


miércoles, 15 de abril de 2020

La cueva



   Como una estrategia más ante el encierro, el fotógrafo decide salir a pasear por el pasado. Para hacerse con el salvoconducto pertinente no le queda otra que recurrir a la mediación del fotógrafo que fue. Se cita con él en la esquina de 2012 con 2013: no tan lejos como para no reconocerse, ni tan cerca como para confundirse uno con el otro. Miran a izquierda y a derecha. Con afecto contenido se dan la mano. 

   Deciden recorrer los lugares de siempre: las calles del barrio, los horizontes marinos, los senderos, las competiciones del hijo, la nieve. Todo aparece tocado de un cierto afán de exploración, era una cámara distinta, otras las distancias focales, buscaba la abstracción en los callejones de Cimadevilla, quería penetrar en el interior de las gotas de lluvia. Le emociona esa ingenuidad, ese impulso. Transitan también por los consabidos cumpleaños familiares, bosques de velas antes de la invención de los números. 

  Se detienen ante un desfile de charangas: ahí el fotógrafo comprende de pronto que es imposible viajar al pasado, no por ninguna prohibición, sino porque sencillamente no existe: en su lugar hay una serie trastocable de presentes, como una colección de diapositivas cuya única condición es la de no tocarse nunca. Ahora, después, entonces, no son adverbios sino topónimos más o menos útiles, igual que las horas del día obedecen únicamente a la necesidad de organizarnos. El fotógrafo sigue al fotógrafo a través de las fechas que son plazas, hayedos, fiestas de disfraces y sustituye esas fechas en las carpetas por referencias a lugares como haría un bibliotecario que ensaya un sistema de notación plausible. 

  Así, de archivo en archivo, los fotógrafos llegan a las inmediaciones de una cueva: el fotógrafo de entonces-aquí sonríe ante el gesto de sorpresa del fotógrafo de allí-ahora. Ambos se adentran en lo oscuro: aleteo de alas membranosas y agua hasta los tobillos, como en las viejas historias de Los Cinco. La foto toma cuerpo, es decir, cobra sentido. Al fondo de la cueva está su mesa de luz, su escritorio. Sobre la pared se agitan las sombras, ya lo dijo el filósofo. Se da la vuelta y detrás-antes no hay nadie. Cerca-todavía, vosotros.


miércoles, 8 de abril de 2020

Los huertos salvajes



   En un rincón de la sala, donde la cristalera recoge la mejor luz y el calor de los últimos rayos de la tarde, hemos hecho un semillero. Antes fuimos guardando los vasitos del yogur, como cuando éramos niños, y una caja de poliespán que nos dieron en la pescadería. Cuando todos los augures fueron favorables, hundimos ligeramente en el manto oscuro las semillas: guisantes, tomates, calabacines, lechugas y un par de jalapeños. Con un pulverizador dejamos caer una niebla fina y provisora. Por un instante fuimos nube. Volvimos entonces la mirada hacia la tierra. Y esperamos.

   El día que asomó la primera brizna verde contuvimos a duras pena la alegría, no fuera a malograrse el pequeño milagro de la vida. Con inseguridad de primerizos dudamos acerca del grado apropiado de humedad, de la temperatura justa. Nos la jugamos, confiamos en el impulso germinal, qué otra cosa podíamos hacer. 

  Al poco comenzaron a desperezarse los cotiledones. Sin disimular nuestro orgullo sacamos los recipientes a la intemperie de la terraza. Solo un rato, con tiento y un ojo puesto en los vaivenes del nordeste sobre los débiles tallos. Resistieron. Semana tras semana siguieron creciendo de acuerdo a su destino. 

  Ahora conforman una selva incipiente donde se impone la ley del más fuerte. Una selva que empieza a presentar algún desmayo, algún verde no tan verde, leves síntomas de agotamiento. Callamos pero sabemos que esta tierra entre paredes se nos está quedando corta. 

  Afuera, sin azadas ni cuidados, crecen los huertos incultos, bárbaros y abandonados a su propia belleza. Sin censor ya no hay buenas ni malas hierbas. Y las berzas han dejado de guardar las formas para darle forma a nuestras pesadillas. Es tiempo de temores antiguos: de nuevo clamamos a los héroes, maldecimos al monstruo, hacemos votos y promesas. Los vates de turno ya componen cantares de gesta adaptados a los gustos de la época. Pero ¿qué será de todos estos brotes? ¿tendrán tiempo y lugar para el arraigo? Vuelvo la mirada hacia la tierra.


jueves, 2 de abril de 2020

Leyenda urbana



   Cuentan que cuando al cabo de los meses los gobiernos decidieron levantar la orden de confinamiento, muchas personas optaron por continuar en sus casas. Es posible que el miedo, infundado según las autoridades pero alentado por toda clase de rumores, tuviera algo que ver, pero para muchos lo decisivo fue el descubrimiento de un nuevo modo de vida. Y es que, paradójicamente, la reclusión supuso también una suerte de liberación: adiós a los horarios, al tráfico imposible, al aire envenenado, a los éxodos en vacaciones, al tedio infinito de los centros comerciales... Frente a una aparente movilidad en circuito cerrado, el espacio de la casa resultó ser un reducto de verdadera autonomía. 

   Cuentan que, pocos años después, cuando la interconexión digital alcanzó un desarrollo tal que era capaz de adelantarse a las más ínfimas necesidades de los ciudadanos, los aislados formaban ya una comunidad de millones de miembros repartidos por todo el mundo, cuyo poder, influencia y atractivo crecían de día en día. Antes de que los sociólogos pudieran dar cuenta del fenómeno, las calles ya no eran otra cosa que canales de transporte donde vehículos sin conductor repartían sus mercancías en eléctrico silencio. Y los edificios sin ventanas ni balcones, cada vez más eficientes, se convertían en modelos de sostenibilidad. Revertir el cambio climático dejó de ser una utopía. 

  Cuentan que algunos individuos, nostálgicos, rebeldes, locos, aún se aventuraban a explorar la inhóspita soledad de las ciudades. Hubo incluso quien apostó por una vida de nómada sin techo. 

   Cuentan que aún hoy seres ambulantes vagan por el submundo exterior, que duermen al raso, que se alimentan de restos. Nadie los ha visto. Son solo leyendas urbanas que, tras las fachadas ciegas, animan nuestras noches sin fin.


jueves, 26 de marzo de 2020

Mientras




   Como un tardío parte de estragos de una guerra librada en ultramar, así solemos tener noticia del vuelo del tiempo, al cabo de los años. Pero en ocasiones lo inesperado irrumpe, deja en espera los quehaceres y de pronto comenzamos a experimentar el tiempo en tiempo real: atónitos observamos lo nunca visto: el paso de las nubes, el declinar de la luz y sus matices, el borde estricto de los cuerpos, incluidos los nuestros. Rebosantes de horas, librados de urgencias, pretendemos entonces ocupar el tiempo sin darnos cuenta de que es el tiempo el que ahora nos ocupa. Ya no hay un mientras que oculte la sustancia de la vida. Y reconozcámoslo, tampoco estábamos preparados para esto.


jueves, 19 de marzo de 2020

Ventanas abiertas



   En el tercero izquierda de un bloque en el barrio de mi infancia hay una mujer perenne asomada a una ventana. La mujer, de piernas supuestas, presunta espalda, observa sobre el alfeizar combado de su brazos al viejo que vuelve de la compra, la visita del hijo, las comuniones en mayo, los repartidores de cartas, ofertas, esquelas, el beso furtivo en el portal, las bombonas de butano, los niños que se hacen hombres y mujeres, el bar que de nuevo se traspasa. Sus ojos son registro vivo de la vida. Y nunca se le quemaba la comida. Hoy, diecinueve de marzo de 2020, hoy que todos habitamos una película de Hitchcock y como James Stewart no alcanzamos a aliviar el picor indefinible que produce la escayola, me encomiendo a aquella mujer que vivía en la ventana y que, suspendida la función, podrá al fin tomarse sus primeras vacaciones.


domingo, 8 de marzo de 2020

lunes, 2 de marzo de 2020

Onda expansiva




(Pincha en la imagen para verla a mayor tamaño)


   Llevaba tiempo dándole vueltas al asunto. No convenía precipitarse, mejor esperar, tenerlo todo a punto. Al principio, cuando retiró el precinto y extrajo uno, dos, tres de aquellos comprimidos -había que asegurar el resultado- un regusto entre ácido y dulzón le llegó hasta la garganta. Tragó saliva, aguantó el tipo y mientras rumiaba las últimas dudas, los últimos recelos, sintió que los engranajes de la voluntad empezaban a ponerse en movimiento. Cada uno de sus músculos recordó qué hacer y cómo hacerlo. El viento y el mar quedaron en silencio: parecían querer propiciar con su pausa el desenlace. Fue entonces cuando se detuvieron las mandíbulas y la lengua colocó la masa viscosa entre los dientes, se entreabrieron los labios como si fueran a recibir un primer beso, o el postrero, y fue insuflando tiernamente su aliento sobre aquella membrana que como una segunda piel rosada y traslúcida comenzó a salir de su boca y a hincharse y a expandirse hasta que su circunferencia sobrepasó los límites del rostro y ya nada ni nadie pudo impedir lo inevitable: el chicle le reventó en la cara, sudario de fresa, súbita mortaja.


jueves, 20 de febrero de 2020

Incrustada II



   Naufragio inverso: un contratiempo mecánico nos obliga a modificar nuestros planes y nos devuelve al mar del que partimos. Esta tarde habremos de conformarnos pues con el grito azul de los acantilados y el trabajoso caminar entre las dunas.

    Nos recibe un viento terral e inmisericorde y una nube vertical como un cuña en mitad de un lienzo: tiene un aire de ídolo tosco, antinatural, y estamos casi convencidos de que oculta una nave alienígena. Cada diez pasos miramos de reojo, por si acaso. 

  Contra todo pronóstico el viento no la desbarata. La nube permanece firme en su voluntad de ser lo que quiera que sea eso que parece y no parece una nube. Lo prodigioso se afianza.  También en nosotros, que vamos claudicando y tratamos de pensar en otras cosas, y comentamos, por ejemplo, sobre plantas y cascajos de la zona como si eso nos importara algo. 

   Mientras tanto la nube experimenta una maduración voluptuosa: la luz cada vez más horizontal la dota de volúmenes nuevos, atrevidos incluso. Esta tarde es su adolescencia. 

   Cuando un escalofrío recorre nuestra espina dorsal lo interpretamos como una señal para el regreso. Descendemos hacia las dunas entre uña de gato y cola de ratón, y caminamos en dirección a la nube que ahora parece reconcentrarse para iniciar un giro sobre si misma. 

   Escrutamos con desgana los despojos de los últimos temporales: nuestra civilización nos ha degradado a la triste condición de arqueólogos del plástico. 

    A medida que nos acercamos a la nube ésta se vuelve más y más imperativa. Se ha hinchado tanto que hasta el mar reprime sus impulsos, se encoge de hombros, se mete en sí mismo. La noche cae sin ruido. Los límites se desvanecen. Seguimos esperando a los extraterrestres.


miércoles, 12 de febrero de 2020

Incrustada



   Subexpuesta, ligeramente desenfocada. El fotógrafo no es consciente de haber tomado esa foto. Bosque caducifolio, invierno, tal vez cerca de un río. Ni siquiera recuerda haberse aventurado aquel día más allá de los pasillos del supermercado. Un viento feroz parece inferirse de la forzada curvatura de los troncos. En esa fecha, comprueba, solo soplaron ligeras brisas del norte. Se adivina tras la celosía leñosa el perfil de un monte. Sin embargo, para el que no las frecuenta, todas las montañas se parecen como se parecen entre si los rostros de una raza diferente a la nuestra. Las imágenes anteriores y posteriores carecen de cualquier relación con ella, incrustada como una gema o como una bala.

    Ahora el resto de fotografías de ese mes, de ese año, le importan poco. Esta es la única que salva. Cree encontrar en ella alguna clase de fuerza primigenia. O tal vez algo del impulso libre y creador que se imagina haber tenido en el pasado. También percibe en esta toma la perentoriedad de lo que clama: en su intrincada trama ¿no contendrá una prueba? ¿una pista? ¿Conduce a un crimen olvidado? ¿O el crimen es el olvido mismo? 

    Decide, no podía ser de otro modo, salir en busca de la concreta localización de esta fotografía. No sabe por dónde empezar, cualquier camino, cualquier dirección puede conducirlo a su objetivo o a un extravío definitivo. La imprime para poder mostrarla a los últimos habitantes de las últimas aldeas antes de que unos y otras desaparezcan. Alguien sabrá darle razón de su desmemoria. No se ha preguntado qué hará cuando encuentre el enigmático emplazamiento. Sabe que todo pasado es mítico y todo lugar un pasadizo.



miércoles, 5 de febrero de 2020

Electrones



   Están muy cerca. Si estiro un poco el cuello desde el balcón de mi casa puedo verlos. No siempre vienen. Todo depende, supongo, de variantes sumamente estrictas que por supuesto desconozco. Pero sé que tienen querencia por los últimos rayos de esos soles bajos que en las tardes de invierno caldean apenas las ramas de acero de su árbol eléctrico. El caso es que, cuando se cumplen ciertas condiciones, se dejan dibujar por la mano de un niño que los distribuye obsesivamente hasta rellenar todo el espacio disponible. Qué alta tensión la de esos cables cuando sus chillidos nerviosos se imponen al débil siseo del tendido. Entonces, como elementos inestables que son, empiezan a desprenderse negros electrones, uno, dos, cinco, hasta que el sistema alcanza un punto de desequilibrio tal que la desbandada se torna inevitable. Con toda mi fe puesta en el próximo minuto espero su regreso. Y acuden a renglón seguido, tras un par de circunloquios, para repetir su traviesa caligrafía. Observo, sin embargo, que van perdiendo integrantes, como si volvieran del frente y solo regresaran los más valientes, o los más cobardes, o los más tozudos o los que tuvieron más suerte. Así una vez y otra hasta que alzan un vuelo que solo sabré que era el último cuando empiece a sentir en el rostro la mano de la noche y de nuevo advierta el incesante trajín del ir y venir de los coches por la calle, cuyo sentido me resulta más insondable aún que el de los estorninos.


martes, 28 de enero de 2020

Mar, representación



   ¿Recuerdas las crines al viento de los briosos corceles a cuya grupa cruzamos la estepa? ¿Recuerdas la quilla del corsario hendiendo el océano a la par de los delfines? ¿Y las lenguas de helio incandescente en torno al fuselaje a cien mil kilómetros por hora? ¿Recuerdas? Yo tampoco. Tal vez nada de eso que cuentan haya sucedido y solo exista esta humilde tarde en la que el mar, el viento y los últimos rayos del ocaso urden para nosotros un escenario en el que podemos llegar a creernos héroes e inmortales.


sábado, 18 de enero de 2020

Mar, autorretrato




   Y qué me dices de ese sentimiento que te asalta cuando acudes a la playa en medio del invierno y no sabes dónde ni cómo colocar los pies para recorrerla sin dejar huella. 

   Crees ingenuamente que caminando más despacio serás capaz de no pisar la arena.
   

Archivo del blog