Subexpuesta, ligeramente desenfocada. El fotógrafo no es consciente de haber tomado esa foto. Bosque caducifolio, invierno, tal vez cerca de un río. Ni siquiera recuerda haberse aventurado aquel día más allá de los pasillos del supermercado. Un viento feroz parece inferirse de la forzada curvatura de los troncos. En esa fecha, comprueba, solo soplaron ligeras brisas del norte. Se adivina tras la celosía leñosa el perfil de un monte. Sin embargo, para el que no las frecuenta, todas las montañas se parecen como se parecen entre si los rostros de una raza diferente a la nuestra. Las imágenes anteriores y posteriores carecen de cualquier relación con ella, incrustada como una gema o como una bala.
Ahora el resto de fotografías de ese mes, de ese año, le importan poco. Esta es la única que salva. Cree encontrar en ella alguna clase de fuerza primigenia. O tal vez algo del impulso libre y creador que se imagina haber tenido en el pasado. También percibe en esta toma la perentoriedad de lo que clama: en su intrincada trama ¿no contendrá una prueba? ¿una pista? ¿Conduce a un crimen olvidado? ¿O el crimen es el olvido mismo?
Decide, no podía ser de otro modo, salir en busca de la concreta localización de esta fotografía. No sabe por dónde empezar, cualquier camino, cualquier dirección puede conducirlo a su objetivo o a un extravío definitivo. La imprime para poder mostrarla a los últimos habitantes de las últimas aldeas antes de que unos y otras desaparezcan. Alguien sabrá darle razón de su desmemoria. No se ha preguntado qué hará cuando encuentre el enigmático emplazamiento. Sabe que todo pasado es mítico y todo lugar un pasadizo.
Ahora el resto de fotografías de ese mes, de ese año, le importan poco. Esta es la única que salva. Cree encontrar en ella alguna clase de fuerza primigenia. O tal vez algo del impulso libre y creador que se imagina haber tenido en el pasado. También percibe en esta toma la perentoriedad de lo que clama: en su intrincada trama ¿no contendrá una prueba? ¿una pista? ¿Conduce a un crimen olvidado? ¿O el crimen es el olvido mismo?
Decide, no podía ser de otro modo, salir en busca de la concreta localización de esta fotografía. No sabe por dónde empezar, cualquier camino, cualquier dirección puede conducirlo a su objetivo o a un extravío definitivo. La imprime para poder mostrarla a los últimos habitantes de las últimas aldeas antes de que unos y otras desaparezcan. Alguien sabrá darle razón de su desmemoria. No se ha preguntado qué hará cuando encuentre el enigmático emplazamiento. Sabe que todo pasado es mítico y todo lugar un pasadizo.
Es la fotografía inconsciente, la que se toma sin un sentido, la de moda. Son muy pocas las que se salvan de la destrucción: las indultadas por nuestro subconsciente.
ResponderEliminarUn abrazo, Xuan.
Llega en un momento en que uno es capaz de tomar fotos, incluso buenas fotos, en piloto automático, tirando de las rutinas aprendidas que resultan eficaces. Pero también llega un momento en que estas fotografías ya no responden a lo que realmente buscamos. Siguiendo tu razonamiento, entre fotografiar inconscientemente y fotografiar desde el subconsciente hay una gran diferencia. Conseguir lo último es arriesgado, pero mucho más interesante.
EliminarMe encanta el relato que la fotografía te ha inspirado Xuan
ResponderEliminarUn relato de extravío, tal vez de la propia desaparición que permanece oculta incluso para uno mismo hasta que algo o alguien nos impele a reencontrarnos.
EliminarUn intrincado paisaje de ramas feroces que serpentean sin orden ni concierto aparente pero que tejen un juego de ires y venires interesante de ver si uno sabe depositarse en lo posible, lo aparentemente imposible y deja que el tiempo pase y le roce sin más.
ResponderEliminarPura delicia.
El texto como siempre superlativo
Abrazo
Que el tiempo te roce sin más…sabia máxima, hermoso deseo, me recuerda a aquello de ser como un junco. Cuánto tenemos que aprender de las plantas, de los árboles, de la hierba más mínima.
EliminarEl olvido es el verdadero crimen perfecto.
ResponderEliminarAy, esas imágenes que aparecen como prueba de que hemos estado en un lugar del que no recordamos absolutamente nada. ¿Cómo habrá llegado ahí? ¿Qué mensaje trae? ¿No sería absurdo que fuera sólo casualidad?
Besos
A veces es más doloroso el olvido que la impunidad. Aún tenemos mucho camino por recorrer en ese tema.
EliminarLo que se olvida, nunca llegó a existir realmente...
ResponderEliminarBuen trabajo, amigo
Esa es la coartada perfecta.
EliminarUn abrazo
Pues le va ser difícil encontrar el lugar donde fue realizada la foto, porque puntos como este en el bosque se encuentran a miles y las naturaleza es cambiante. Una buenas tormenta te cambia totalmente la fisonímia de un lugar concreto. Que maravilla de texto, no se si será real la historia. Puedo intuir que sí porque la foto, aun teniéndolo todo, no es de la que mostrarías por aquí si no tuviese una historia especial. Me he sentido muy identificado con el texto, estas fotos misterio te las encuentras de vez en cuando y te dejan envuelto en misterio. Un abrazo.
ResponderEliminarEfectivamente, la foto es una de esas sorpresas que te encuentras al llegar a casa y repasar las imágenes del día, y uno se pregunta entonces hasta qué punto una foto tomada sin querer puede considerarse propia, y si esa foto es la mejor de la jornada, en qué lugar me coloca, y si no será que es necesario dejar de pensar en la fotografía y en uno mismo para seguir haciendo fotos de lo que nos importa de verdad.
EliminarBendito síndrome de Diógenes digital que nos permite volver a descubrir estas maravillas.
ResponderEliminarPreciosa imagen.
Besos caducos
A propósito de ese síndrome de Diógenes digital del que hablas, me pregunto por qué razón nos cuesta tanto desprendernos de aquello que sabemos que es perfectamente prescindible, como todas esas fotos que abandonamos en el archivo sin prestarles atención alguna: ¿es confianza o esperanza en que el futuro tal vez les otorgue una relevancia que hoy no tienen? ¿o desconfianza hacia lo acertado de nuestro propio criterio actual? Deberíamos recuperar la algo de la dignidad de los objetos que estamos perdiendo.
EliminarEn esta foto se resume todo el invierno.
ResponderEliminarAsí como en el tronco del árbol se van gravando las vicisitudes de cada año y sus estaciones, también el bosque guarda su propio registro.
EliminarYo creo que los fotógrafos tenéis un sentido extra, sois capaces de ver lo que los demás no vemos o no sabemos apreciar.
ResponderEliminarAlgunos fotógrafos incluso son capaces de no ver lo que los demás ven. Esos son los grandes.
EliminarNo descarto, querido Xuan, que esta foto esté tomada en el supermercado. Al fondo, en el pasillo de la derecha, encontrará usted expuesto lo desubicado, lo inexplicable, lo enmarañado, resumiendo, encontrará usted eso que suele llamarse vida.
ResponderEliminarTal vez sea esa la solución al misterio: lo tenía delante de sus narices y no supo verlo. Gracias, Josep, siempre dando en el centro de la diana.
EliminarUna pesadilla hecha fotografía.
ResponderEliminarGenial, aunque sea agobiante.
Un abrazo.
Cierto que tiene una aire de pesadilla, supongo que por eso surgió de ella este extraño relato teñido de obsesión y de cierta paranoia.
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