martes, 30 de octubre de 2018

Esperando al mamut



   Un mamut es igual que un elefante pero con pelo para que no se le congelen las orejas porque donde él vive hace mucho frío y por eso se llama la edad del hielo. Hoy también hace frío y tengo helados los dedos de los pies, pero no he visto ningún mamut por aquí. A lo mejor es que no hace bastante frío todavía. 

    Una señora dice que hay un mamut pintado en las paredes de la cueva pero que hoy no se puede ver porque es lunes. Yo creo que no se puede ver porque hay una reja en la entrada. Si no la hubiera podríamos entrar y verlo, aunque fuera lunes o cualquier otro día de la semana. 

   Una vez pinté una jirafa en la pared de mi habitación. Mi madre me dijo que aquello eran dos rayas nada más. Le expliqué que la jirafa tenía un cuello tan largo tan largo que la cabeza estaba en el piso de arriba. Pero no me creyó y tuve que borrar la jirafa con una goma que se deshacía, así que tuve que gastar muchas gomas. A lo mejor por eso hay una reja delante de la cueva, para que las madres no borren el mamut. 

   Esta mañana hemos estado en la playa y hacía sol. Estábamos tan ocupados jugando en la arena y saltando las olas que no hemos visto llegar las nubes. Mi padre dice que estaban detrás de las montañas, esperando su hora. Yo creo que las montañas no las dejaban pasar hasta que fueron tantas que ya no pudieron sujetarlas. Ahora todo está cubierto de nubes y son las montañas las que tienen que esperar para volver. 

   Cuando veníamos hacia la cueva he visto unos mechones de pelo muy largo muy largo colgando de las ramas de un árbol. Yo creo que al mamut no le importa que sea lunes o haya rejas y a lo mejor para verlo no tengo que esperar a que las orejas y los pies se me congelen del todo.


lunes, 22 de octubre de 2018

La máquina del tiempo



   Abro con gran esfuerzo la escotilla y un polvo anaranjado y ocre impregna mis dedos. Estornudo. No puedo creerlo: como un polen inverso el óxido cubre cada tornillo, cada remache de mi querido trasto. Algo ha salido mal. Temiendo lo peor llevo la mano a mi rostro y encuentro una barba densa y enraizada como la yedra. Cuántos meses, cuántos años han pasado por cada segundo que marcaba el reloj de a bordo. Un error de cálculo. Nunca debí haber redondeado antes del trigésimo segundo decimal. Nunca debí alargar el verano más allá de principios de septiembre. El tiempo ha viajado a través de mi y ahora estoy solo. Nadie me espera ya en el lugar de donde vengo. Pero tal vez hayan salido en mi busca. Tal vez alguien haya encontrado un atajo y aguarda mi llegada en algún rincón oculto de esta selva infinita. Tal vez haya descubierto cómo se detiene la máquina del tiempo.

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