CaixaForum - Madrid
Cuando
quisimos darnos cuenta el aire ya se había vuelto espeso, ligado por una mano
que lo hacía girar entre los árboles del bulevar con la destreza propia del que
ha amasado miles de tormentas. Igual que grumos fuimos arrastrados por la
avenida mientras buscábamos un lugar seguro. Reconocimos la forma ancestral del
abrigo, de la caverna, en los bajos del edificio donde numerosos grupos de
tribus diversas se arremolinaban como si aún no hubieran podido desprenderse
por completo del impulso espiral de la tormenta. Justo entonces empezó a
descargar sobre las calles y pudimos ver las últimas carreras y apreciar entre
otras cosas esa desnudez que a su pesar exhiben las bicicletas aparcadas cuando
llueve. Sin fe nos sumamos a la cola interminable de una exposición que jamás
veríamos. “Génesis” es tal vez una palabra demasiado grande para unas cuantas
fotografías. Pero el caso es que no sé como nombrar ese momento en que dejó de
llover y fuimos abandonando el abrigo con el asombro agradecido de los recién
llegados al mundo.