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Llevaba tiempo dándole vueltas al asunto. No convenía precipitarse, mejor esperar, tenerlo todo a punto. Al principio, cuando retiró el precinto y extrajo uno, dos, tres de aquellos comprimidos -había que asegurar el resultado- un regusto entre ácido y dulzón le llegó hasta la garganta. Tragó saliva, aguantó el tipo y mientras rumiaba las últimas dudas, los últimos recelos, sintió que los engranajes de la voluntad empezaban a ponerse en movimiento. Cada uno de sus músculos recordó qué hacer y cómo hacerlo. El viento y el mar quedaron en silencio: parecían querer propiciar con su pausa el desenlace. Fue entonces cuando se detuvieron las mandíbulas y la lengua colocó la masa viscosa entre los dientes, se entreabrieron los labios como si fueran a recibir un primer beso, o el postrero, y fue insuflando tiernamente su aliento sobre aquella membrana que como una segunda piel rosada y traslúcida comenzó a salir de su boca y a hincharse y a expandirse hasta que su circunferencia sobrepasó los límites del rostro y ya nada ni nadie pudo impedir lo inevitable: el chicle le reventó en la cara, sudario de fresa, súbita mortaja.
Que manera tan chiclosa de acabar, jjja nunca se me hubiera ocurrido que algo tan insignificante como un chicle diera para terminar un relato así, muy ocurrente. Tan increíble como lo que se puede encontrar en la playa fijándose un poco.
ResponderEliminarLos despojos que cubren la playa en invierno son nuestra propia radiografía. Por eso nos parece tan increíble.
EliminarMucho cuidado con los chicles... pueden matar! jajjaa
ResponderEliminarQue relato tan genuino. 😊
Saludos.
Hay algunos chicles de sabores tan estrafalarios que verdaderamente rayan lo delictivo.
EliminarUn buen relato de playa con su explosión y su razón de ser.
ResponderEliminarBuenas fotos y muy bien elegidas para que cuenten la historia.
Un abrazo XuanRata
Creo que las fotos cuentan otra historia diferente pero emparentada con la que que cuentan las palabras: en ambas hay una cierta tensión que se resuelve de una manera amable aunque no carente de cierta ambigüedad.
EliminarImpresionante relato en su factura y en su originalidad.
ResponderEliminarSi sentiste algo de esa dulce explosión final me doy por satisfecho.
EliminarGenial, XuanRata!! jajajaja
ResponderEliminarRecuerdo alguno de esos globos cubriendo todo mi rostro (y parte del pelo, eso era lo peor).
Las imágenes me impactan. Y me llevaban hacia otra interpretación. Sólo cuando leí membrana de piel rosada y traslúcida pensé en el chicle.
Besos
¿Nos atreveríamos de nuevo, desde nuestra edad más respetable, a hinchar uno de esos globos enormes de efectos colaterales tan incómodos? ¿o caímos muertos irremediablemente en aquellas explosiones de la adolescencia?
EliminarLa pregunta es si me atrevería a comer chicle, jajaja.
EliminarHace poco, en que mascaba un chicle, empecé a hacer globos con él, para sorpresa de mis hijas. Pero no me salió ninguno tan grande
Besos
Me gusta la imagen en tríptico, evocadora de historias; me gusta el texto, con la sorpresa final. Dicen que una de las cosas que los arqueólogos encontrarán en el futuro cuando estudien nuestra época son los chicles... pura infancia.
ResponderEliminarNo hay más que mirar al suelo de la calle para comprobar la lluvia de metralla de goma de mascar: es una especie de firmamento inverso, casi tan infinito como el que se abre sobre nosotros.
EliminarQue grande eres, que pedazo de relato e impresionantes las fotos. Un abrazo.
ResponderEliminarPasear por la playa en invierno, ir recogiendo con la cámara trozos de esto y aquello, con el convencimiento de que son partes de un puzle, trata de recomponerlos después: una aventura modesta pero apasionante.
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ResponderEliminarMagnífico relato, me ha dado ganas de ver si aún me acuerdo de cómo se hacen globos con el chicle...
¿Será como montar en bicicleta, que nunca se olvida?
Besos de clorofila
Seguro que sí, esa memoria de los movimientos y los gestos es mucho más poderosa y fiel que la de los hechos.
EliminarLa calidad fotográfica, y literaria, no está reñida con el sentido del humor, como queda aquí demostrado.
ResponderEliminarUn abrazo, Xuan.
Un poco de humor nos permite recobrar nuestro lugar más cierto, el de la levedad de esa pompa que dura apenas nada.
EliminarBuen trabajo: `palabras e imagenes, este que nos brindas
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, amigo. Me alegra que te haya gustado.
EliminarQué bien has descrito el arte de hacer una bomba de chicle, hay algunos que luego no hay forma de quitarse los restos de la cara.
ResponderEliminarLa analogía con el tríptico es muy curiosa, aunque la pistola, por muy de juguete que sea, da un poco de yuyu la verdad y encima abandonada.
Espléndido trabajo foto-literario.
Buen fin de semana.
Una regla clásica de la literatura dice que si aparece una pistola tarde o temprano tendrá que ser utilizada. El tríptico, tal y como yo lo veo, trata de representar algo tan instantáneo y tan poderoso como un disparo. Hay olas que suenan exactamente así en medio de la desolación y la belleza de los acantilados.
EliminarJe, je, por un momento en el relato pensé que se estaba hablando de un suicidio, después he pensado con un humano se tomaba algo para volver a la condición de sirénido, y finalmente se desvela el misterio. Pero no el del tríptico que te deja pensando en las tres partes por separado y en su conjunto. La pistola realmente deja intranquilo. Recientemente leí un libro de viajes de una vasca que recorría a pie la costa del País Vasco y hablaba de la enorme riqueza mineral que tienen las playas de la cornisa cantábrica como tan magníficamente retrata tu tríptico. Un abrazo.
ResponderEliminarEs cierto que la idea del suicidio está presente al principio del relato, pero esa historia del humano que quiere volver a la condición de sirénido me parece fantástica: eso es lo que más me gusta, sugerir historias más que contarlas. En cualquier caso la del sirénido nostálgico merece ser contada,a lo mejor, con tu permiso, algún día le doy una vuelta al tema...En cuanto a la riqueza mineral de las playas cantábricas te diré que más que riqueza es una fantasía inagotable, para hacer fotos y no parar nunca.
EliminarNo soy persona de comer chicle, pero confieso haberlo consumido cuando era niña.
ResponderEliminarEres un buen escritor de relatos y al mismo tiempo, dominas como nadie la fotografía.
El tríptico es una maravilla y si lo hubiera visto otro día, hubiera sentido envidia sana, por la imagen marina. Este fin de semana, me encuentro de cara al mar y en el Mediterráneo. La zona de Málaga tiene unas temperaturas muy agradables.
Besos
Conozco poco el Mediterráneo, tengo que hacerle una visita larga, ya no recuerdo como suena el mar allí, si habla otro idioma que el Cantábrico o el mismo pero con un acento diferente.
EliminarQué manera tan inteligente de llevarnos: onda expansiva neuronal. Gran Aplauso, amigo Xuan.
ResponderEliminarGracias, Roberto. Veo que te chocó la onda, jeje. Y a mí me llega el eco de ese choque.
Eliminar"Sudario de fresa, súbita mortaja", me encantan esos atrevimientos, algo parecido a esperar la salida de sol frente al mar y que en su lugar aparezca, asomándose lentamente por el horizonte, Luis Buñuel. Degustar la luz en esa dulce explosión, desmentir los sentidos haciendo que la boca vea y los ojos saboreen, es una forma muy precisa de proponer, a la suya me refiero.
ResponderEliminarAbrazo agradecido.
Me quedo con la imagen de ese Luis Buñuel amaneciente, o amanecista...
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