martes, 30 de abril de 2013

Fotografiar la Alhambra (y IV)



Hay que tener mucho ojo con los miradores: son lugares desde los que mirar pero también, a poco que te descuides, lugares que miran por uno. Así ocurre por ejemplo en la plaza de San Nicolás, ese balcón del barrio del Albaicín convertido ya en una prolongación de la Alhambra gracias al puente sobre el Darro que a diario tienden miles de miradas. Desde allí se nos ofrece una vista manufacturada y unívoca de la ciudad-fortaleza, su versión oficial. Casi diríamos que más que la Alhambra, lo que vemos desde esta atalaya es su maqueta: los muñequitos que pululan por sus murallas confirman esta impresión. Eso no impide que el deslumbramiento se produzca igualmente y que las cámaras se disparen de inmediato como movidas por un resorte. En realidad más que una foto lo que obtiene el visitante es una acreditación y tal vez por eso reina en este lugar un bullicio tranquilo y ordenado, como de negociado eficiente, pero también, por qué no, de miniatura urbana, con su policía omnipresente, su vendedor de azares, sus niños ruidosos, sus músicos de calle, el fotógrafo ambulante ofertando inmortalidades a tres euros, sus bares y sus microbuses, sus jóvenes, sus viejos, el descuidero de mochilas, los vagabundos con sus perros y todos los extranjeros que una ciudad necesita para serlo. Esa ciudad que un día fue la Alhambra y que hace tanto tiempo abandonó el interior de sus murallas a despecho de todos los miradores que la asedian.

jueves, 25 de abril de 2013

Fotografiar la Alhambra (III)

                                                                                                                      Patio de Lindaraja


Tras dejar atrás el Patio con sus leones y sus salones imposibles, justo antes de abandonar el conjunto de los palacios nazaríes se atraviesa otro patio, este casi desnudo e iluminado de forma desigual, con un sabor a renacentismo avejentado, venido a menos, dejado a su suerte un poco como ese cuarto trasero al que van ganando las humedades, y en él que permanece apostado un naranjo del que más que hojas brotan dudas. Si hacemos caso a la historia y a la pragmática voluntad de Carlos V se trataría de un mirador convertido en claustro, que viene a ser lo mismo pero al revés. Hoy funciona este espacio como una cabina de descompresión para los sentidos y al cruzarlo uno se siente inconfesablemente aliviado, absuelto al fin de la obligación de maravillarse. Cierto que ya no es más que un lugar de paso en el trasiego constante de turistas, pero aún así se produce en el visitante una cierta resistencia a abandonarlo, tal vez porque en el fondo sabe que éste es el único lugar habitable del palacio.  

lunes, 22 de abril de 2013

Fotografiar la Alhambra (II)



A ciencia cierta, de la Alhambra solo conocemos su presente, ese que incluye al visitante imaginándole un pasado al compás de la fábula que aventura la audioguía, mientras ignoramos ese otro en el que un mirlo indica el lugar donde la lluvia esculpe estucados en los charcos que podrían no ser pero son también la Alhambra.


jueves, 18 de abril de 2013

Fotografiar la Alhambra (I)



Hay muchas maneras de fotografiar los palacios de la Alhambra. Una de ellas consiste en tratar de capturar el soberbio esfuerzo que sus filigranas tratan de hacer pasar por delicadeza, o la fantasía matemática que multiplica sus espacios, o las eternas disputas del agua y de la luz persiguiéndose por los patios y las estancias sucesivas. Esta sería una manera moderna de mirar La Alhambra, pero hay otras: el fotógrafo también puede adentrarse en lo que pudo ser el alma originaria del palacio y ver únicamente lo que tiene de escenario, de decorado, de puro marco y fotografiarte a ti, una y otra vez, en todas las posturas, en todos los lugares, siempre tú rostro en el centro del encuadre, y encontrar entonces de verdad la Alhambra y no acabar nunca de fotografiarla.    

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