Un chaval de no más de catorce años nos conduce a través de las capillas de la Catedral de Braga. Algo nos dice que del precio que acabamos de pagar por la visita nuestro guía no recibirá ni un solo céntimo, pero todo sea a mayor gloria de la Iglesia. Apenas si entendemos alguna que otra frase de la retahíla que nos va recitando con la aplicación de un buen alumno. De todos modos es más elocuente cuando calla y deja a los visitantes con la mirada errática, sin saber que pensar de tan valiosas pinturas, tallas y azulejos, orientando todos nuestros sentidos como antenas que trataran de captar algún eco traducible de lo lejano.
En la Capilla de los Reyes yace tras una urna de cristal la momia de un arzobispo guerrero que hace setecientos años vivió su particular sueño de eternidad e inopinadamente lo cumplió de esta manera impúdica. Hay un momento en que todo el grupo se reúne en torno a él y en secreto acogemos la idea ingenua del arzobispo incorporándose de pronto con el automatismo propio de una casa del terror. Pero el grupo enseguida se disuelve decepcionado: de una momia siempre se espera un gesto al menos, una señal, algo que justifique su empecinamiento. Una niña, en cambio, permanece absorta a su lado escrutando sin miedo la tez de coco del arzobispo, presa de la curiosidad que siempre engendra el cuerpo, incluido su despojo. Por un instante esa curiosidad nos reúne a los dos y al volver el rostro y compartir nuestra ignorancia, sin quererlo desafiamos a la muerte. Solo un clic, un brindis al vacío.
Nos cuesta abandonar la sala. A su modo también la momia ejerce de guía a tiempo parcial y proporciona en su mutismo información interesante, tal vez alguna máxima que debamos recordar, por ejemplo: la más alta dignidad solo perdura convertida en el más bajo espectáculo. Finalmente decidimos seguir al muchacho antes que al arzobispo. Hasta que de repente cae sobre nosotros la luz blanca de Braga y con ella la promesa infinita del resto de la tarde.
Una cara que es todo un poema, no me extraña, viendo la del Arzobispo en cuestión.
ResponderEliminarQué barbaridad.
Buen puente, si tienes, Xuan.
Me gusta mucho la foto. Lástima que la cara esté movida
ResponderEliminarMenudo cruce de miradas con arzobispo incluido.
ResponderEliminarAbrazote utópico, Irma.-
Excelente la imagen, de lo mas dinamica y muy buena la historia que nos cuentas, saludos amigo.
ResponderEliminarBuena Xuan, me recuerda a una foto creo que de Depardon de las ruinas de pompeya.
ResponderEliminarCon lo simpática que es una buena sonrisa de esqueleto, hay que ver la cara de mala leche que tienen las momias.
ResponderEliminarHe de reconocer que la imagen ha conseguido desasosegarme. Sobre todo por la mirada que has captado de la niña en ese contexto. No consigo salir de ella...
ResponderEliminarElla también te ha atrapado con su mirada.
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