Las ciudades para serlo han de contener en su interior otras ciudades. Y encontrar
ese bulevar que al cruzarlo nos conduce a otro país, a otro tiempo, a otro
código, es una de las obligaciones del viajero. Sentimos entonces la excitación
inconfundible de lo exótico, que no es más que la constatación de que, contra
todo pronóstico, también aquí, en lo diferente, nos reconocemos.