
- ¡Pero por favor, Xuan! ¿Quieres decirme qué pintan esos limones tan lustrosos en medio de todos esos cachivaches y trapos grasientos?
- Bueno, esto..., verás, ya sabes, primero me gustó la luz, y luego está la composición que...
- No, no, no me vengas con cuentos de fotógrafo. Yo lo que quiero saber es cuál es el tema de esta foto, si es que tiene alguno, claro.
- Hombre, es una especie de bodegón, aunque tal vez no el clásico bodegón porque...
- De bodegón, nada, majo, más bien te encontraste un rincón lleno de mugre y te dijiste, aquí planto yo unos limones y me quedo tan ancho, y luego a ver lo que interpretan los demás. Sí o sí.
- Oye, que no es tan simple. Los limones los tuve que arrancar del limonero de la huerta y elegir diferentes grados de maduración para conseguir que los tonos no fueran tan uniformes, por lo que tuve que trepar a alturas diferentes y me clavé dos púas de las que, mira, todavía guardo el recuerdo ¿ves?
- Ahhh, así que reconoces que has manipulado la escena, vamos, que todo es puro artificio, y lo que es peor, que simplemente agarraste lo que tenías más a mano y por tanto no hay más relación entre esos objetos que la pura casualidad, además de una lamentable falta de recursos por tu parte, y eso sin tener en cuenta el agravante de que sin duda los limones son robados. Y todavía quieres hacerlo pasar por un bodegón, lo que hay que oír.
- No, por ahí ya no paso, la relación entre la grasa y los limones debería ser evidente hasta para un ignorante como tú: todo el mundo sabe que el zumo de limón es un potente quita-grasa y no solo por su alto contenido en vitamina C que elimina el colesterol, sino también gracias a las cualidades del ácido cítrico como reductor de la grasa que se acumula en los tejidos. Además no podemos olvidar su extraordinario poder antioxidante. Por ello, en un entorno como el de esta foto, los limones se convierten en una sutil metáfora de la pureza frente a la degradación, de la permanencia del espíritu incorruptible frente a la futilidad de los objetos.
- Ah, bueno, siendo así...
- (¡Ufff!)
- Bueno, esto..., verás, ya sabes, primero me gustó la luz, y luego está la composición que...
- No, no, no me vengas con cuentos de fotógrafo. Yo lo que quiero saber es cuál es el tema de esta foto, si es que tiene alguno, claro.
- Hombre, es una especie de bodegón, aunque tal vez no el clásico bodegón porque...
- De bodegón, nada, majo, más bien te encontraste un rincón lleno de mugre y te dijiste, aquí planto yo unos limones y me quedo tan ancho, y luego a ver lo que interpretan los demás. Sí o sí.
- Oye, que no es tan simple. Los limones los tuve que arrancar del limonero de la huerta y elegir diferentes grados de maduración para conseguir que los tonos no fueran tan uniformes, por lo que tuve que trepar a alturas diferentes y me clavé dos púas de las que, mira, todavía guardo el recuerdo ¿ves?
- Ahhh, así que reconoces que has manipulado la escena, vamos, que todo es puro artificio, y lo que es peor, que simplemente agarraste lo que tenías más a mano y por tanto no hay más relación entre esos objetos que la pura casualidad, además de una lamentable falta de recursos por tu parte, y eso sin tener en cuenta el agravante de que sin duda los limones son robados. Y todavía quieres hacerlo pasar por un bodegón, lo que hay que oír.
- No, por ahí ya no paso, la relación entre la grasa y los limones debería ser evidente hasta para un ignorante como tú: todo el mundo sabe que el zumo de limón es un potente quita-grasa y no solo por su alto contenido en vitamina C que elimina el colesterol, sino también gracias a las cualidades del ácido cítrico como reductor de la grasa que se acumula en los tejidos. Además no podemos olvidar su extraordinario poder antioxidante. Por ello, en un entorno como el de esta foto, los limones se convierten en una sutil metáfora de la pureza frente a la degradación, de la permanencia del espíritu incorruptible frente a la futilidad de los objetos.
- Ah, bueno, siendo así...
- (¡Ufff!)