
A menudo un reflejo ofrece una versión depurada de la imagen reflejada. La superficie de un estanque polariza la luz que se vierte difusa sobre los objetos y así alumbra colores más saturados, contrastes más vivos, al tiempo que difumina los detalles engorrosos. La leyenda del espejito mágico tiene, como todas las leyendas, un sustrato real y comprobable. Y el riesgo de confundir lo estático y lo estético acecha al fotógrafo desde los tiempos en que la fotografía era el resultado de una suma de inmovilidades. Por eso nada como la mano sacrílega de un niño para desatar el nudo del agua y licuar las geometrías que sostienen las fachadas. Tan breve la distorsión como la huella, ninguna cualidad conviene más al arte que la condición de lo efímero. Y no me avergüenza plagiar a mis jóvenes alumnos porque sé que tarde o temprano el anonimato se impondrá como forma de autoría. Y algún día toda obra no será más que pura fechoría. Si es que ese día no ha llegado ya y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
Antiguo lavadero de Santarúa, Candás (Asturias)