Candás, Asturias
Por aquel entonces dos rombos eran el signo visible de la visión prohibida, de aquello que debía ser apartado de los ojos del niño para no perturbar su inocencia. Sin embargo, nada más perturbador para un niño que obligarlo a imaginar lo prohibido, a intuirlo oscuramente a través de sus signos. Qué insuperables entrenadores para el pecado han sido siempre aquellos que más procuraron evitárnoslo. Con todo, lo peor llegará años más tarde, cuando el niño que ya dejó de serlo tras haber desvelado los misterios, busque obsesivamente la doble figura de los rombos, puertas del deseo gravadas en sus ojos como estigmas.