
Este instante sucedió hace ya algo más de un año. Debido, supongo, a la superposición de otros instantes, la imagen quedó sumida en el archivo, pero permaneció en una especie de limbo de la memoria. Hoy, buscando otra foto en el baúl del disco duro, apareció ésta de nuevo, con el mismo aire casual de la primera toma. Y volvió a asomar la chica su rostro, o tal vez, quien sabe, lleva todo este tiempo en esa incómoda postura, interrogándose acerca de las intenciones de mi mirada indiscreta. Ya va siendo hora, pues, de darle la oportunidad de obtener una respuesta. Yo, como acusado, me acojo a la quinta enmienda, y callo. Prefiero que hablen los demás, aunque lo hagan en mi contra. Por ejemplo, Alfred Hitchcock, que de miradas sabía un rato, dijo a propósito de su obra preferida, “La ventana indiscreta”, que: “Quien ve en este filme solo una diversión, se parece mucho a su protagonista, que se contenta con observar la vida de los demás, desde lejos, para evitar examinar la suya propia”.