A decir verdad, salimos del museo un tanto mareados. Habíamos estado recorriendo las diferentes épocas y estilos como si se trataran de las cubiertas sucesivas de un transatlántico y pronto nos resignamos al hecho de estar ante un espacio inabarcable: no solo se expandía ramificándose en innumerables salas atestadas como camarotes, sino también a través de algunas pinturas que parecían conducir al interior de mundos abisales tan prolijos como desconocidos. Conscientes de nuestra limitación nos aplicamos a la labor de picotear pinceladas, luces, fechas, nombres, rostros, sin concedernos el menor respiro, cada vez más pesados y abotargados por una indigestión en ciernes.
Sin embargo, tampoco fuera del museo encontramos alivio: solo esa desorientación que se sufre a veces en los espacios abiertos, mientras buscábamos sin éxito una razón para abandonar el barco, un pretexto para arrojarnos por la borda y confraternizar con los tiburones que necesitan estar siempre en movimiento para no morir asfixiados. Todavía bajo el aturdimiento provocado por las altas dosis de arte consumido, alguien observó que allí donde pisábamos brotaba un pedestal. Fue entonces cuando comprendimos que toda la visita había sido un simulacro: que ahora y solo ahora estábamos accediendo a las verdaderas estancias del museo.
Sin embargo, tampoco fuera del museo encontramos alivio: solo esa desorientación que se sufre a veces en los espacios abiertos, mientras buscábamos sin éxito una razón para abandonar el barco, un pretexto para arrojarnos por la borda y confraternizar con los tiburones que necesitan estar siempre en movimiento para no morir asfixiados. Todavía bajo el aturdimiento provocado por las altas dosis de arte consumido, alguien observó que allí donde pisábamos brotaba un pedestal. Fue entonces cuando comprendimos que toda la visita había sido un simulacro: que ahora y solo ahora estábamos accediendo a las verdaderas estancias del museo.
La verdad está ahí fuera, tuerto el que no la vea.
ResponderEliminarSibila que vigila el éter, término sin retorno...No lo dude
Salud
Es cierto Xuan, no necesitamos ir al cine, ni a los museos, ni a las galerías o cualquier otra exposición que nos propongan, basta con pasear la mirada a nuestro alrededor y allí encontraremos todas las manifestaciones vitales que decoran el mundo.
ResponderEliminarYa sabes cuanto me gusta tu mirada.
Un abrazo.
Si, es posible que al salir del Museo d'Orsay notemos cierto alivio por el bombardeo de arte recibido. Pero a mi me ocurre también en muchos otros museos, sobre todo si los recorres en estado de agotamiento previo. Impresionante la pose de la señora.
ResponderEliminarUn abrazo.
Genial
ResponderEliminarCuando visito museos mi mente me juega malas pasadas... mis ojos se dirigen sin mi consentimientos a las puertas y ventanas, a las luces y las sombras, a la gente que mira las obras de arte con actitudes y miradas variadas. A veces, sólo a veces, me obedecen y se dirigen a las obras de arte, buscando a los amigos de siempre... Siempre sacando fotos, aunque no deba.
ResponderEliminarCómo te entiendo...
EliminarSí, pero de eso no se da cuenta todo el mundo, Xuan, hay que tener unos poros específicos, que sepan absorber y luego permitan dilucidar unas cosas y otras. Y con tus fotos y tus textos, sé que lo haces naturalmente, sin poses ni artificios.
ResponderEliminarBesos (la foto es total, de postal parisina)
Me encanta la imagen y el poder que emana de su simpleza, de su limpieza.
ResponderEliminarMe encanta.
Jajajaja, qué bueno, la calle llena de estaturas y ésta venus vestida en primer plano y posando para ti.
ResponderEliminarUna entrada muy divertida, Xuan.
Buen finde.
Tienes la virtud de convertir en museo la calle (¿o lo es, de hecho?) Qué foto más buena y más divertida.
ResponderEliminarLa pose "en jarras" y esa mirada de exploradora dicen muchas cosas de la escena con ese fondo de más poses que sin saberlo unos y otros compiten entre ellos, aquí el fotógrafo es un efímero espectador, pero por muy fugaz que sea el momento tienes que tener la habilidad de captar la escena. Genial.
ResponderEliminarLos museos al aire libre siempre me han parecido más auténticos.
ResponderEliminarContundente el arrojo y la determinación de esa "maja" que, sin estar desnuda, sí que desbarata cualquier absurdo intento de aquietar o etiquetar la belleza. A medio camino de la jota y la felicidad, transmite la esperanza necesaria para afrontar con dignidad una mañana de museo. Sin duda una imagen de las que me suelen provocar contundente envidia.
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