Con la
naturalidad de un gesto involuntario, se llevó una vez más la cámara a la cara,
el visor a la pupila y apoyó el índice sobre el disparador. Pero cuando estaba a
punto de ejecutar la sutil presión adicional que permitiría a la luz alcanzar
la superficie del sensor, acudió a su mente cierta idea, cierto escrúpulo con
el que no había contado hasta entonces. Comprendió de pronto el verdadero
significado y por tanto la abrumadora responsabilidad que implicaba el acto
aparentemente nimio de tomar una fotografía: indultar la fracción del mundo que
deberá resistir a la destrucción incesante del tiempo, elegir la pieza que
construirá nuestra memoria y la narración no de lo que somos sino de lo que
seremos, mientras condenamos a todo lo demás al vertedero donde se hunde lo que
no vimos, lo que no quisimos ver o lo que vimos y despreciamos. En ese dedo que
desciende reconoció al pulgar del césar: solo esto merece vivir, perezca el
resto. Oyó entonces el ruido ensordecedor de los miles de clics que caían como
hachazos en aquel mismo instante y se horrorizó al pensar en todas las fotos
que con el correr de los años solo mostrarían nuestra ceguera. Estuve allí ¿y
esto fue todo? este fragmento de horizonte, estos rostros que ya no reconozco,
estas líneas cuya armonía forcé. Dónde el temblor, dónde el latido, dónde lo
otro, la materia de la que está hecha la vida. Todavía con el índice en el
obturador, una nube enturbió apenas la intensidad de la luz que inundaba la
escena. El fotógrafo lo supo por una leve variación en la saturación del azul y
en la profundidad de las sombras. Supo también que tendría que disparar antes de
que fuera demasiado tarde y que probablemente no bastaría con una toma, ni con
dos ni con tres, y que agotaría la tarjeta si fuera necesario.
Un texto para leer una y otra vez, pausadamente, y volver a él, recreándose. Me ha encantado José Manuel
ResponderEliminarLas limitaciones, los riesgos y la pasión que conlleva la fotografía. Gracias, Joaquín.
EliminarUfff!!! Menuda foto, y menudo texto!!!! Brutal, como te dicen para leer mínimo un par de veces. Yo lo he hecho, denso y profundo, aunque triste, demoledor, suena casi a testamente, a fin de actividades, vacía de sentido el fotografiar. En todo caso, magnífico y de los que te dejan pensando. La foto, con esa conjunción de formas tan brutal, la percibo por otro lado, en este caso no he sabido quizás la relación entre ambos elementos. La foto es impactante sin duda. He pensado nada más verlo en el veganismo, porque tiene un efecto de pegada muy fuerte. Ver las reses colgadas de esa forma impresiona y no deja indiferente. De joven trabajé varios veranos en una fábrica de jamones donde también se hacía despiece de cerdos y la imagen de las mitades de cerdos colgados es algo que no se borra. Un abrazo.
ResponderEliminarNo puede, no debería, dejarnos indiferente esa imagen que encierra una violencia descarnada. Decidir sobre la vida de otros seres forma parte de nuestro modo de vida. Es algo en lo que preferimos no pensar y lo admitimos, la mayoría, con la naturalidad de lo inevitable. También, en otro plano más lúdico, pero no del todo inocuo, la fotografía entraña decisiones automáticas cuya trascendencia preferimos soslayar: lo que fotografiamos es expresión de lo que somos pero al mismo tiempo nos va haciendo ser de una determinada manera.
EliminarUn abrazo.
Esta carne colgada -que ya no animal-, nos interroga.
ResponderEliminarLa foto tiene ya algunos años y no me había decidido a publicarla hasta ahora. El porqué de esa reticencia es otra interrogante abierta. De hecho, es el gancho del que cuelga la foto. Demasiado a menudo buscamos agradar en esta cultura del me gusta.
EliminarSi, quizás seamos soberbios sin saberlo, al pretender conocer y decidir sobre el instante preciso que debe permanecer, despreciando todos los demás y condenándolos al olvido. Pero quizás sería peor no hacerlo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Probablemente no tenemos más opción que la de elegir. Pero un poco de reflexión previa no viene mal siempre y cuando no resulte paralizante, claro.
EliminarMadre mia, Xuan, brutal!!! Y el texto, como dice, Joaquín, para leerlo y releeerlo. Te felicito por esta entrada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Jordi. A mí es el volumen desmedido de la calabaza el que me produce una inquietud mayor que la del cerdo, tal vez porque me sugiere que también una vida poderosa alienta en su interior.
EliminarMuy buena entrada tanto por la imagen como por el texto, como de costumbre, la imagen un tanto dura pero solo representa la realidad que ya es dura, muy buen trabajo,saludos y feliz semana.
ResponderEliminarSupongo que esa luz intensa que no ahorra detalles contribuye también a la dureza de la imagen. A veces es mejor no dulcificar. Yo, por ejemplo, ya me he acostumbrado al café sin azúcar.
EliminarUn saludo, amigo.
Y el séptimo día Dios tenía previsto descansar, pero se entretuvo un poco por la mañana hasta que creó la máquina fotográfica. Con esta herramienta, dejó dicho a su manera, podréis contradecir, en vano y sin que ello suponga grave pecado, la divina impermanencia que Yo he dictado para todo lo vuestro. Por lo demás, creo que el cerdo y la calabaza andan ya en eternas complicidades es esta fotografía tan "provocadora", y por lo tanto tan sugerente.
ResponderEliminarAy, esa "eterna complicidad" que une a los cuerpos y que solo nos la oculta el accidente de la vida.
EliminarUn fuerte abrazo, Josep.