
El tema de esta foto es bien explícito. La tensión entre los elementos no deja lugar a dudas. Lo difícil, sin embargo, es determinar qué papel corresponde a cada uno.
Muchas veces he oído preguntar por el sexo de los ángeles. En cambio, no recuerdo ninguna ocasión en la que se haya indagado acerca del sexo de las nubes. Se habla, es cierto, de nubes preñadas, pero también se alude a menudo a su acción fertilizante. Y en cuanto a sus formas, es precisamente la indefinición cambiante su principal característica. No conozco a ningún sexador de nubes, pero si lo hubiera ¿por dónde palparía?
Ya en la parte izquierda de la imagen, tenemos cueros ceñidos, negro satinado, prendas caladas, elásticos y turgencias. Por cierto, qué palabra ésta, turgencia, siempre esperando a que soltemos la hebilla de la t. Pero desde luego no seré yo quien aventure un pronóstico acerca de qué clase de volumen se oculta pujante tras la malla. Allá cada uno con sus “elubricaciones”.
El caso es que tarde o temprano, bajo el hechizo y el hachazo de una turbonada, se rasgará el plástico y se desatarán las ligaduras. Quedará entonces enredada en las ramas de aquel árbol la fragancia fermentada del invierno, y ya no importará quién era quién. Todo será viento.