Temprano el fotógrafo prepara la mochila
para ir a la isla: agua y comida para todo el día y una toalla que delata su
verdadera condición de viajero con billete cerrado, con hora de regreso fijada
de antemano. Durante el breve trayecto la proa chata del barco dibuja para
nosotros los detalles de la isla uno a uno: la aldea, el faro, el embarcadero,
algunos pinos que al principio parecen vigías y luego se van perfilando como
simples pinos. También deja, como no, espacios en blanco para las playas.
Los
viajeros saltamos a la isla con una premura de parque de atracciones, pero
pronto el calor y las pendientes nos devuelven la verdadera medida del tiempo.
Para llegar a la playa que tenemos delante de nosotros elegimos un rodeo de
cuatro kilómetros de largo por el que vamos amasando el deseo y el íntimo
derecho del baño, su merecimiento. La playa ha de estar al final del relato
porque toma su sal del sudor de los exploradores.
El fotógrafo solo hace fotos
de niños entrando y saliendo del agua, o reuniendo conchas. La isla, igual que
todas las islas, es de los niños, aunque ésta tome a sus dueños prestados.
Al
final, como era de esperar, hay un momento de la tarde en el que nos gana la
angustia del último barco, el miedo de perderlo, la duda de no saber si es mejor
llegar o no llegar a tiempo. Pero el barco parte bien repleto mientras sobre el
embarcadero y el pueblo cae repentinamente la sombra y yo me entretengo
calculando cuántos de nosotros se imaginan todavía en tierra, oyendo alejarse
los ecos de los viajeros y del motor del barco. Es entonces, en el trayecto de
vuelta, cuando el fotógrafo por fin empieza a fotografiar la isla: en los
rostros que se vuelven contra el sol, en la desenvoltura con que ahora muchos
recorren la cubierta, en la manera fija que algunos tienen de acodarse sobre la
borda, en tantas miradas perdidas y como aisladas.
Tienes una sensibilidad privilegiada. Y un don para trasladarla a la escritura.
ResponderEliminarQue no es nada fácil, no.
Mi aplauso, sereno y admirado.
Leyendote apetece quedarse en esa isla, aunque siempre apetece quedarse cuando los demás se van, porque es entonces cuando te haces el dueño del lugar, pero por desgracia aquel no es nuestro sitio y debemos volver. Me encanta como lo has contado y fotografiado sentí de nuevo esas sensaciones.
ResponderEliminarEn el texto y en la foto hay tantos ángulos que uno tiente la tentación de haber perdido ese barco para prolongar el día.
ResponderEliminarPoesía en estado puro.
ResponderEliminarUna vivencia tan real y tan común que todos los que hemos viajado a la isla lo sentimos igual. Menos mal que te tenemos a ti para poder expresarlo.
Gracias.
Qué bien exprimes las posibilidades fotográficas y narrativas de una vivencia cotidiana.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es ya creíble para mí que de tus fotos nazcan tus relatos o de tus relatos tus imágenes... es creíble y nítido que existe un talento digno de agradecer por presentarlo, por ofrecerlo.
ResponderEliminarGracias!
Beso.
un gran golpe para remover recuerdos propios en vivencias ajenas...
ResponderEliminarPrecioso viaje de ida y vuelta, Xuan.
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