
Sé que es una batalla perdida y aun así persisto en el empeño. Desde hace tres años (tal vez cuatro, he perdido la cuenta) intento que las zapatillas de Nicolás permanezcan en sus pies, finalidad para la que fueron fabricadas y adquiridas. Sin embargo, una fuerza de repulsión aún no bien estudiada por la Física impide que pies y zapatillas se mantengan en contacto más allá del tiempo que tardo en abandonar la observación del fenómeno. El principio de incertidumbre de Heisenberg, aspecto esencial de la mecánica cuántica, establece que es imposible conocer de antemano la posición y el impulso de una partícula dada, ya que el observador con su observación introduce una variable que incide en el resultado. Pues bien, el fenómeno de las zapatillas de Nicolás parece responder a un principio inverso, conforme al cual es la falta de observación la que determina con total certeza el resultado, que será siempre de alejamiento proporcional al tiempo transcurrido.
Razones, premios, amenazas, castigos, seguimientos intensivos, cordones con nudo corredizo, todo ha sido inútil. No parece sin embargo que el vástago esté tratando de mantener un pulso con su progenitor. Más bien tengo la impresión de que mis órdenes sencillamente no alcanzan su objetivo: se quedan en el vestíbulo de su sala de mandos donde se van amontonando unas sobre otras hasta obstruir la entrada y allí esperan sine die ser recibidas en audiencia. Por otra parte, lo cierto es que tampoco tengo pruebas fehacientes de que la falta de calzado haya sido la causante de catarros, infecciones o cualquier otro perjuicio a su salud. Por el contrario, está demostrado que sin zapatillas se lee, se escribe y se piensa más rápido, más alto y más profundo.
Pero la cuestión es la siguiente: ¿cómo puedo ahora, después de tanto tiempo, claudicar ante el incumplimiento de esta norma seguramente inútil e inútilmente impuesta, sin ver menoscabada mi autoridad de forma tal vez definitiva? Se me dirá que una retirada a tiempo puede ser una victoria, o que la tolerancia y la sabia rectificación forman parte también del programa de enseñanza. Sí, ya sé, yo también me he leído los tratados de ética y los manuales de psicología. Pero lo cierto es que uno acaba siendo esclavo de sus propias leyes. Y si renunciamos al papel que nos toca interpretar, ¿qué nos queda entonces?
En fin. Obligado como estoy a velar por el mantenimiento de un orden vacío de contenido, me consuelo pensando que con su desobediencia Nicolás practica una tenacidad a la que aguardan mejores empeños.
