Ya desde hace algunos años es moda entre los escultores cubrir de óxido sus creaciones de metal. Supongo que el artista no puede esperar ni permitir que el transcurso del tiempo imponga su pátina en la obra que solo a él le pertenece. Supongo también que su máxima aspiración es hacer de la vejez una cuestión de voluntad y de paso adornarse con el prestigio de lo antiguo. En contrapartida los restos del pasado son restaurados en technicolor. Así le ha sucedido al puente de San Sebastián que llevaba forjando lentamente su óxido sobre la ría de Avilés desde finales del siglo XIX. Yo recuerdo su rojizo mate cuando ya sendas cadenas colgando de sus extremos garantizaban el libre y exclusivo tránsito a las ratas. Exterminados los roedores (en realidad, temporalmente expulsados) hoy sirve de carta de colores a fotógrafos daltónicos que comprueban aquí la reproducción de la gama tonal de sus sensores. Yo por mi parte tengo ahora sentimientos encontrados. Por un lado reconozco que pintar de colores el pasado no es tan grave: al fin y al cabo es lo que hace de ordinario la memoria. Pero por otro, uno quisiera que se respetara el ferruño al menos mientras dure la vida del artista, ese mentiroso que reescribe cada día la ficción de los recuerdos.
lunes, 4 de febrero de 2008
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Pues no conocia yo ese puente!, me parece una nota de color. La foto es genial y me encanta el reflejo en el charco!
ResponderEliminarMuy buena
Saludos
La verdad es que como la memoria es en blanco y negro nosotros le ponemos colores.Y eso se hace cuando los recuerdos son antiguos...como este puente.
ResponderEliminarpues yo lo hubiera preferido tal y como estaba...
ResponderEliminarMe gusta el juego de colores y el detalle del charco.
ResponderEliminarSaludos.
Um colorido fascinante numa imagem onde a presença humana é de extrema importância.
ResponderEliminarParabéns, um abraço.