
Seré breve. Y mira que tengo mucho que contarte. Pero haré un esfuerzo, me ceñiré a lo importante, a lo mínimo de mí que has de saber y nunca te dije porque siempre se nos dispersaban las conversaciones por yo no sé qué cerros. Procuraré no irme por las ramas, solo así podré llegar a la raíz, aunque las raíces, es cierto, también se ramifican y son tan hondas que tendré que remontarme un poco, lo justo, no temas, para que puedas entender por qué hice lo que hice, solo entender, perdonarme no, de qué sirve el perdón ahora que ya nada de lo que pasó tiene remedio.
En la papelería de la esquina he comprado unas cuartillas para no extenderme demasiado, para ajustarme al relato de los hechos y no bifurcarme más de lo estrictamente necesario, no vaya a ser que tome una vía secundaria y no me acuerde de volver a lo que de verdad nos concierne a ti y a mí, porque a veces por no querer dejar nada en el tintero se acaba uno dejando lo importante. Aunque bien mirado tal vez lo importante sea lo otro, el detalle más que el argumento, o vete tú a saber si aquello que lo convierte en importante es solo el hecho de haberse quedado sin decir.
Permíteme, eso sí, una pequeña introducción, porque antes de llegar al meollo del asunto debo ponerte en antecedentes y hablarte, qué se yo, de la familia de mi madre, por ejemplo, de dónde vinieron sus abuelos y de cómo llegaron aquí desde tan lejos; y de las vecinas aquellas que venían los domingos por la tarde a merendar aceitunas y olían a cerrado, las vecinas, no las aceitunas; y de un amigo que tuve en parvulitos, el primero que hice y que perdí, todo apenas en dos meses; y bueno, sabes que detesto enrollarme, pero si no conoces todas estas cosas con el detalle suficiente, dime, cómo podrás juzgarme, tú que eres tan justa, tan comedida en cada una de tus apreciaciones. Por nada del mundo, bien lo sabes, quisiera resultar pesado ni abusar de tu paciencia. Así que resumiendo: lo dicho, seré breve.